Algoritmos (2). La nube de smog

De niña J. tenía el don o el privilegio de entregarse con concentración absoluta a todo lo que hacía. “Mis padres dicen que disfrutaba de una facilidad enorme para perderme en cualquier actividad, fuera ballet, dibujo, pintura, piano, equitación, lo que fuera —me contaba una noche cuando le pregunté sobre esa capacidad que me sorprendió tanto cuando la conocí ya de adulta—. Con los años lo único que ha cambiado es que ahora soy yo la que escoge a cuál actividad me quiero dedicar, pero la entrega y dedicación siguen siendo las mismas”. Cuando le propusieron entrar al equipo creativo de Volkswagen en Colonia no lo dudó un instante, a pesar de que tenía que dejar a su amada Florencia: “Nos ofrecen un cheque en blanco para crear las tendencias del siglo XXI”. Algo así como pagarle por experimentar en uno de los mejores laboratorios del mundo.

Cuando viajé a visitarla a Colonia almorzamos un sábado con algunos de sus colegas. Era la primera vez que conocía a los diseñadores industriales encargados de hacer los prototipos de autos. Entre sus manos estaba el rediseño del escarabajo y del Polo, dos de los autos más emblemáticos de la empresa. Uno de ellos no podía parar de dibujar mientras conversaba, creo que alcanzó a hacer 5 perfiles de delantera mientras charlábamos. A todos les pregunté que cuál era el diseño de auto que más les gustaba y todos respondieron al unísono: “Porsche”. De alguna manera este era el auto culpable o responsable de que ellos hubieran escogido su carrera.

J. estaba empezando una nueva fiebre: el ambientalismo y uno de sus derivados, el reciclaje. El problema ambiental se lo tomaba como debería ser para todos, como si tuviera una nube de smog estacionada y creciendo en la sala de su casa. Algo hay que hacer. Decía con orgullo que uno de los objetivos de Volkswagen era fabricar autos lo menos contaminantes posible. Andaba feliz en su Jetta TDI, con emisiones “casi cero”. Tanto que me propuso que fuéramos al Salón Internacional del Automóvil de Barcelona en este. “Luego podemos ir a pasear por Extremadura a disfrutar de la primavera, tengo una semana de vacaciones”.

El Jetta me dejó deslumbrado. El sistema de navegación, los modos de circulación deportivo, carretera, ciudad, ecológico, no tenía nada que envidiarle a un BMW y por un precio mucho más bajo. J. insistía en que condujéramos en modo ecológico por aquello de mantener las emisiones “casi a cero”. Cuando se dormía pasaba a modo deportivo y subía la velocidad hasta 180 km/h y ella ni se daba cuenta. El medidor de consumo me alertaba de cuánta gasolina estaba quemando, pero me parecía un mal menor a pagar por el placer de la velocidad.

Cuando estalló el escándalo de Volkswagen pensé en J., su equipo de creativos y el de diseñadores. Hacía tiempo que no hablábamos y la llamé a preguntarle cómo estaba viviendo todo esto.

Me contó que en junio pasado cambió de trabajo. Ahora estaba con una empresa europea dedicada a la energía renovable, “el futuro” me dijo ella. “Cuando salí de Volkswagen tuve que devolver el Jetta y ahora tengo un Tesla S. Pero estoy como todo el mundo, en shock total, mis amigos diseñadores no se lo pueden creer todavía, justo con el relanzamiento del Polo después de tantos años de trabajo. Yo me siento totalmente engañada después de que andaba feliz en la carretera pensando que estaba conduciendo el auto ecológico del año, ¿qué más te puedo decir?”. Yo pasé saliva al recordar los kilómetros que rodé a alta velocidad por las autopistas francesas y alemanas: ¿cuánto habré contaminado? Sin duda algo insignificante en proporción al total, pero igual no deja de hacerme sentir un poquito criminal.

Hoy Madrid amanece con controles de velocidad y con la prohibición de parquear en el centro de la ciudad para los no residentes en la zona. Todo por la nube de smog que se les ha estacionado en la mitad de la sala. Cuando estalló el escándalo de VW, en algún medio español hacían el cálculo de que si todo el parque automotor de Madrid hubiera sido Volkswagen, estaría más de la mitad de la población muerta y la otra mitad con problemas respiratorios graves. Porque lo criminal del abuso del algoritmo que hizo VW es ese: como con el tabaco, el problema de los autos es que está afectando los pulmones de las personas. La Unión Europea tiene ahora que decidir entre la pujanza económica y laboral de la industria automotriz contra la salud de los humanos, enfrentar el hecho de que el diesel no es la solución que se pensaba y migrar a la gasolina o los autos eléctricos.

¿Por qué una empresa como Volkswagen pudo caer tan bajo? No sabemos aún la respuesta. Pero sí recuerdo el pago del secuestro que hizo la Mannesmann en Colombia en 1983. El ELN estaba totalmente debilitado, a punto de tirar la toalla, cuando secuestraron a 4 ingenieros de la multinacional petrolera alemana y lograron que les pagaran 5 millones de dólares por rescatarlos, lo cual le dio gasolina al ELN, que ahí sigue. La cifra oficial es que fueron dos, pero otras fuentes creíbles me dijeron que fueron 5. ¿Por qué pagó la Mannesmann? Porque siguió el principio del servicio de seguridad alemán: su tarea es preservar la vida de los ciudadanos alemanes donde sea y cueste lo que cueste. Siemens y Deutsche Bank son otras grandes empresas alemanas que siguen este principio: son incontables los casos de corrupción en los que se han visto involucradas porque su misión es ganar contratos para el pueblo alemán sea donde sea cueste lo que cueste. Hasta que la investigación de Volkswagen no concluya no se sabrá si actúo guiada por este principio, pero los indicios son fuertes.

J. me dijo que tuvo la fortuna de cambiar de trabajo antes de que estallara el escándalo, porque si no se sentiría ahora mismo tan confundida como sus antiguos colegas. ¿Qué hacer en ese caso? “Igual ahora me subo al Tesla y no puedo evitar la idea de que en algún momento descubrirán que las baterías son lo más contaminante del mundo porque su producción es altamente contaminante o alguna desgracia parecida. Es el horror de no saber si estás contratando con una empresa verdaderamente ética o si utiliza la ética como fachada para aumentar sus ventas”.

Cada vez son más las ciudades que como Madrid tienen que limitar la velocidad y el flujo de autos en la ciudad. Creo que en mayo París pasó por lo mismo. Ciudad de México está llevada hace décadas. Recuerdo desde Los Andes cómo se veía la diferencia en la nube de smog sobre Bogotá de lunes a viernes, con el fin de semana dándole un respiro para ver el cielo de nuevo. La utopía de las renovables toma más fuerza que nunca, pero la pasividad con la que la gente en general se toma que tiene una nube de smog en la sala de la casa no le da mucha vida a corto o mediano plazo.

Nos despedimos con J. prometiéndonos vernos pronto de nuevo. Colgué con el alivio de que había escapado a la tormenta y me lancé a revisitar el cuento de Calvino, La nube de smog.