Catarsis ante el espejo

Leí una entrevista con Benicio del Toro que me gustó mucho. Dos cosas que destaco: su visión de Hollywood y su camino hacia la actuación. De Hollywood dice:

[…] la idea de construir un mundo para hacer cine, eso es brillante […] Yo flipo. Y además ofrece tantas posibilidades. Que quieres hacer una película de los años veinte y se enteran, te lo preparan, pum, para reflejarlo en el cine. Un cine que ha enseñado, consolado, entretenido, evadido… No se puede decir que todo haya sido perfecto, como en la vida, pero hay que trabajar con eso y adaptarse hasta con la gente que no tiene la misma idea que tú respecto a lo que debemos hacer, a la calidad o no, pero eso no desmerece todo aquello. Creer en una idea o trabajar para conseguirla.

Un lugar que desde cierta perspectiva podría llamarse Utopía, donde todo lo que se imagine es posible. Sobre su camino a la actuación:

¿Pasó mucho tiempo desde entonces para entender que quería ser actor? No, había una lógica. En la corta vida que tenía, yo había visto cosas, mucho, había pasado por muchas cosas, situaciones, eso junto a que me interesaba el arte, ser consciente de la expresión, que si hacía una línea de una manera decía algo, y de otra, lo contrario, que elegir un color ya era un discurso, esa conciencia de que yo buscaba expresarme, por ahí, me llevó hacia ese camino. Todas las artes se conectan, ah. Yo quería decir algo. De alguna manera u otra. Los actores que a mí me gustan dicen algo.

Me gusta esta visión del mundo del arte y sus artistas. Pero este fin de semana tuve que vivir el lado oscuro. Vi dos películas, Casse-tête chinois y And So It Goes. La primera flojísima, la segunda, pésima. No había nada de eso que tan bien describe del Toro. Lo peor es que actores tan buenos terminaron diciendo nada. No entiendo el drama de quienes quieren ser escritores para contar historias tan malas. Casse-tête chinois debe ser la película número 20 que veo sobre el drama de ser escritor, sufrir para contar una historia y terminar con la alabanza de lo mágica que es la vida. Spoiler alert: con esa palabra termina la película, life.

And So It Goes no merece mayor comentario, salvo el que dijo F a la salida: "Creo que tenemos que leer reseñas de las películas que estamos viendo porque siento que nos están robando el tiempo". Le dije que la primera tenía un 7.5/10 y la segunda estaba recién salida pero que podíamos entregarnos a Diane Keaton y Michael Douglas. Oh oh, pues no.

Para rematar la serie, me leí el libro de una estrella naciente en el panorama de la literatura erótica (no, no es E. L. James) que narra su camino hasta convertirse en dominatrix. No tengo nada contra el BDSM aunque tampoco me atrae. De hecho mi aproximación más reciente ha sido ver estos tres productos culturales y, en efecto, sentirme confrontado después de una hora con mi vena masoquista: ¿por qué no me salgo del cine? ¿por qué no boto el libro? Se terminaron antes de que pudiera responder la pregunta. Algo hay ahí.

Una de mis biografías preferidas es la del Marqués de Sade por Francine Du Plessix Gray: recuerdo la emoción de llegar al amanecer leyendo el final dramático, todo lo contrario que con estas dos películas y el libro. Si alguien me preguntara por qué leer los clásicos respondería que por esa emoción única, por ese placer estético inolvidable, por esa sensación de que se ha abierto un universo que no se intuía siquiera antes.

Para terminar de descargar mi frustración por el tiempo perdido volví a la entrevista con Benicio y me pregunté cómo podría la actuación ayudarme a superarla, cómo podría vivir un momento catártico que me ayudara a descargarla. Esta mañana al afeitarme, me paré frente al espejo y llegó a mí el espíritu de Margaret Thatcher. Levanté mi mentón, me arreglé el peinado y puse aire flemático. Me imaginé que hablaba ante los productores de las películas y el editor del libro y les dije con sobriedad y sin despeinarme: I want my money back. Jamás me había oído un acento tan británico.

Terminemos de descargar con un clásico: