En el psicólogo (fragmento de sesión de Stéphane Halleux)

Escultura Batman de Stéphane Halleux | Absolute Art Gallery (Bruselas) | Curadora: Simone Wohnhaas

—Psicólogo: Hábleme un poco más sobre su aversión a analizar su propia obra, ¿desde cuándo siente usted esta angustia?

—Halleux: Hmm…

—Desde la infancia entonces. ¿Qué oficio ejercían sus padres?

—Hmm… Mis padres eran maestros. Mi padre enseñaba francés. Ahora que lo pienso, ellos corregían sistemáticamente cualquier error gramatical que yo cometía… De solo recordarlo me siento asfixiado, como si una enorme tentáculo me agarrara por el cuello…

UN enorme tentáculo, se dice UN enorme tentáculo…

 

Un arpa en medio del caos. Segundo viaje al corazón de las tinieblas

Conocí al compositor belga JS en un viejo barco a vapor en el Congo. Allí había llegado yo por sapo. O, como descubrí tras los primeros síntomas de disentería, por imbécil. Mi amiga D, periodista, tenía que viajar al Congo a verificar unos datos para un reportaje que iba a publicar en el principal diario neerlandés. En el viaje de regreso le robaron su portátil, con todos sus apuntes y fotografías. Estaba en plena labor de reconstrucción y felizmente embarazada de seis meses. «¿Cómo te vas a ir así al Congo?», le pregunté.

—¿Qué más puedo hacer? M [el padre del bebé] no quiere saber nada de mí ni del bebé, tengo que cubrir mis gastos, ya sabes cómo es la vida de una periodista independiente

—Pero igual tiene que haber una alternativa, alguien en el periódico podría cubrirte.

—¿Crees que no lo pensé? Nadie puede ir, todo el mundo está ocupado con trabajo. ¿Y por qué no vas tú?

—No soy periodista, lo sabes.

—Sí, pero para verificar los datos que necesito no tienes que ser periodista, basta con que tomes apuntes y fotos. Ya sabes, el Congo siempre es una experiencia enriquecedora, pregúntale al capitán Marlow.

La cita de Conrad más el calambre que le dio en el estómago me lograron convencer:

—Puedo viajar por una semana, ¿sería suficiente?

—Si te concentras en lo que hay que hacer, cuatro días son suficientes, podrías tomarte dos para visitar la escuela de Poto-Poto, no debes irte sin verla.

Y así terminé en un barco a vapor por el Congo, en una aventura ni de asomo comparable con el viaje de Conrad quizás salvo en la duración: iba por una semana y terminé quedándome un mes. En la cubierta conocí a JS, que viajaba en busca de inspiración: la Orquesta Nacional de Bélgica le había encargado una composición para arpa con aires africanos que sería interpretada en un evento conmemorativo de los lazos entre Bélgica y el Congo.

—He escrito dos obras para arpa en toda mi vida. Las compuse para mi exesposa, arpista, con el ánimo de impulsar su carrera. Nos separamos de mala manera y desde entonces no he vuelto a escuchar obras para arpa siquiera, nada que me la recuerde.

—¿Por qué aceptó entonces?

—Es una comisión importante y la asumí también como un desafío personal. Pensé que ya todo estaba sanado y superado, pero me doy cuenta de que no es así. Además, a medida que el barco avanza, no entiendo a quién se le ocurrió que un arpa sería el instrumento ideal para acompañar este viaje.

El domingo pasado fue el estreno de la obra en el Bozar de Bruselas. JS me envió una invitación y asistí con gran curiosidad por escuchar el resultado. La obra en sí no me gustó mucho, sigo sin sintonizarme con la música dodecafónica, pero aprecié mucho el ejercicio de honestidad que legaba con ella JS. Logró subir el arpa al barco de vapor y reconocí algunos pasajes del viaje, el gran caos emocional que cada cuerda del instrumento evocaba en él y algunos ecos de los ritmos que escuchábamos en el barco, representados en la conga y los bongos. El arpa parecía que quería encadenar una melodía pero se imponía el desorden, la dodecafonía que irrumpía como una furiosa tormenta cuya única misión era sofocar su sonido. El rayo de los platillos terminaba por destruir cualquier intento de armonía.

Me pareció un retrato de viaje muy honesto. No era lo que el público esperaba, pero fue sin duda otro viaje al corazón de las tinieblas.

Entrada la noche, de Pem Sluijter

Poema Nachtbraak. Foto de Bram Rutgers.

Desde hace ya varios años, la fundación ArchipelpoëZie (Poesía del Archipiélago) ha ido publicando poemas en diferentes muros del barrio (uno de los más bellos de Neerlandia). El quinceavo muro le correspondió el pasado mes de junio al poema Nachtbraak (Entrada la noche) de mi amiga Pem Sluijter (qepd). Un regalo para su viudo, Bram, que puede contemplarlo desde su cama. Nachtbraak es un poema de juventud que muchos enamorados podremos reconocer y sentir como propio. Así lo describió durante la presentación Anastasia Hacopian, amiga de Pem, que narró pasajes de la vida trasnochadora que llevaban Bram y Pem de jóvenes por los canales de Amsterdam. El tipo de letra escogido para el poema es la Flex, del tipógrafo Paul van der Laan. Me emociono tanto cada vez que voy a visitar a Bram y veo el poema en el muro, aquí aventuro mi traducción al español:

 

Entrada la noche

Cuando al paso de los años

bailábamos y charlábamos sin freno

llegaba, ineludible, la titubeante luz del día

bien entrada la noche.

No queríamos regresar a casa y veíamos

cómo se evaporaba.

 

Un instante completado por

la ausente existencia de

cuerpos celestiales; flotar en la nada

nos regalaba una epifanía de reconocimiento.

 

El nacer y morir

yacen en la cuna.

—Pem Sluijter

The Man (21). Fernando de Szyszlo, maestro del color profundo

Fernando de Szyszlo, por Nancy Chappell

Este fue un verano feliz en parte porque me trajo tres senderos, las memorias de artistas que admiro y aprecio: Lluís Homar, Fernando de Szyszlo y Philip Glass. He querido escribir una entrada sobre los pasajes comunes que estos tres artistas comparten, pero no he encontrado el tiempo todavía. Hoy recibo una alerta diciendo que ha fallecido, a sus 92 años, el maestro Fernando de Szyszlo. Me invade la tristeza.

Conocí su obra por primera vez gracias a una exhibición en el Mambo. Recuerdo esa fiesta de rojos profundos, que años después pasarían a ser azules. Sentí la conexión con Alejandro Obregón y Rufino Tamayo y, por ende, con el corazón del arte precolombino. Como sucede con el buen arte, salí lleno de gozo gracias al placer estético que me regaló su obra. A cuanto amigo me encontré o llamé o me llamó le conté que era imperdible la experiencia. Empecé a seguir sus pasos y a coleccionar libros y artículos relacionados con él y su obra.

Para casi la noche, de Fernando de Szyszlo

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Encuentros con Amedeo

1.

Arribamos a Montmartre pasada la medianoche. De camino al apartamento que nos prestó una amiga para pasar algunos días nos encontramos con un aroma especial. Provenía de una panadería que tenía en su vitrina un afiche que decía Ganadora tres veces del título de mejor pastelería del año de Francia. Fue un guiño en la ruta que nuestra amiga nos describió para llegar a su casa. F., mi esposa y fotógrafa aficionada, ya había capturado varias imágenes que inmortalizó Brassaï. Le dije que a primera hora estaría en la panadería para traer una baguette y croissants para el desayuno.

2.

Llegué puntual. Había una fila un poco larga, señal clara de la calidad de la panadería. Se movía además con cierta rapidez; apenas había tiempo de decir buenos días y hacer el pedido. Vi muchas otras delicias pero entendí que no había tiempo para preguntar qué eran. Me limité a la baguette y los croissants. Emprendí mi camino de regreso con una sonrisa por los tesoros que llevaba bajo el brazo y un hombre de unos 35 años, vestido como un mendigo y que parecía recién salido de un bar, me saludó y me ofreció comprar un cuadro de Modigliani, una reproducción casi original de mi esposa Jeanne por €50. Traté de seguirle el juego, le dije que me gustaba muchísimo pero estaba un poco costoso para ser un casi original. Abrió la bolsa con los croissants y me dijo: «De acuerdo, lléveselo por este par de croissants y la baguette. Acepté para llevarle una sorpresa más a F. Le dije adiós y le envié saludos a Jeanne. Regresé a la panadería a hacer fila de nuevo. La vendedora me vio y creo que reconoció que ya me había atendido. Miró mi cuadro casi original recién comprado y dijo Modi con una sonrisa.

3.

F. abrió la puerta y me recibió con un beso. «Mira -le dije-. Acabo de comprárselo a Modigliani en persona». Le conté la historia y tuve la impresión de que creyó que me la estaba inventando: «A esta hora Modigliani debe estar profundo durmiendo». Igual la hizo reír un poco, puso el cuadro sobre la mesa y empezamos a desayunar.

Justo en ese momento llamó nuestra amiga J para preguntarnos si queríamos ir a ver una obra de teatro esa noche sobre la vida de… Modigliani. Le dije que no me iba a creer la historia que acababa de suceder. «¿Entonces es verdad? Leí en la prensa que el actor que lo representa está tan sumergido en su papel que se le ha visto vendiendo cuadros por Montmartre personificándolo». «Aquí estamos desayunando con el retrato de Jeanne con sombrero. Nos vemos esta noche».

4.

Cuando llegamos al teatro reconocí en el afiche y las fotos del montaje a Modigliani. Nos sentamos expectantes a ver la obra. Tenía tres partes:

En la primera aparecían sobre el escenario seis pares de esculturas de piedra, cada par era una cara esculpida por Brancusi, la otra por Modigliani. Entraban los dos artistas en escena e intercambiaban impresiones sobre su vida y el arte. Brancusi había roto hacía algún tiempo con Rodin sin tener muy claro cuál camino seguir. Fue en el mercado de los Amuletos donde adquirió sus primeras máscaras y esculturas africanas y empezó a hacer sus esculturas inspiradas en ellas. Modigliani se sintió atraído por los logros de Brancusi y este le convenció para que empezara a ensayar con la escultura. Le dio algunas de sus máscaras de regalo y era inevitable ver sus futuros cuadros prefigurados en ellas.

La segunda parte estaba dedicada a una danza contemporánea donde los bailarines iban adoptando las formas de los desnudos de Modigliani de su período después de la escultura. Modigliani los dirigía con su pincel y ellos iban armando el cuadro en 3D. Apenas lo lograban, se congelaban por unos instantes como para que el público pudiera memorizar las obras. Lograron representar cerca de ocho cuadros.

La tercera parte era la más dramática. Modigliani entraba a su casa como me lo había encontrado por la mañana, con la bolsa de croissants y la baguette en las manos. Jeanne lo esperaba. «Traigo croissants frescos, me los dio un elegante traficante de armas a cambio de una copia de tu retrato». J y F se sonrieron y me miraron: «¡¡Con que traficando armas en Montmartre!!». Agradecí que no pusieran en duda mi elegancia… Esta última parte se concentraba en el año final terriblemente trágico de la joven pareja y su bebé de escasos 14 meses de vida. Las dificultades de Modigliani para vender sus obras, la tuberculosis que cada vez era más manifiesta y él trataba de ocultar bebiendo alcohol, la amenaza de perder a la bebé por la incapacidad material para sostenerla, el deseo de Jeanne de casarse para tranquilizar en algo a sus padres. La escena terminaba con la tumba de Jeanne y Modigliani en Père Lachaise mientras Brancusi leía un poema dedicado a su amigo. Pasó un largo silencio hasta que alguien se atrevió a aplaudir.

5.

F y J insistieron en que pasáramos a saludar al actor, básicamente para burlarse de mí otro rato. «¡Ah, mi nuevo cliente! -dijo apenas me vio-. Mañana tendré otro cuadro para usted. Muy buenos los croissants, por cierto». Lo felicitamos por la obra y con cara bastante seria se despidió tajante: «No es fácil morir cada noche». Tomó rumbo probablemente a algún bar. F me dijo con auténtica preocupación: «Cómprale una botellita de leche también a la pequeña Jeanne».

6.

Le escribí un emilio a mi amigo C contándole la historia, haciendo especial énfasis en que al final F y J le dieron más importancia a que yo era un traficante de armas que a mi elegancia. C respondió de vuelta: «Se me adelantó a la historia que le iba a escribir, me pregunto qué pensaría si le hubiera llegado primero. Anoche nos pasó algo parecido. Estuvimos en La Candelaria y cenamos con José Asunción Silva, por supuesto vestido con traje de época. Estuvimos de sobremesa con él y nos estuvo leyendo varios de sus Nocturnos hasta que nos echaron del restaurante. Se despidió con un profundo silencio y nos dejó de recuerdo una sola sombra larga… Todo un poeta: gracias a sus encuentros con Amedeo ahora entiendo que con ese silencio Silva nos decía también que no es fácil morir cada noche…».

Quedamos de vernos a nuestro regreso a Bogotá. Con suerte, con un Modigliani casi original para él.