La paz a medias

En el plebiscito de octubre de 2016 habría votado no, no porque estuviera de acuerdo con Uribe sino precisamente por la polarización en que se encontraba el país y por la convicción de que el futuro del Acuerdo dependía de la congregación de las principales fuerzas de la nación, Uribe incluido. Porque en una sociedad donde muchos electores votan por el que diga Uribe, es un actor que debía estar sentado en la mesa de negociaciones. Ahora con su delfín investido como presidente, ese temor es ya una realidad. Los primeros ataques a la JEP no se han hecho esperar.

He estado leyendo también perfiles en Twitter de uribistas, y hoy Uribe me parece más un síntoma que la enfermedad misma. Uribe ha dado voz a un amplio sector del país que cree que los problemas se arreglan con el ejercicio de la fuerza, la bala, el plomo. Recuerdo un sábado en la mañana que me di tal dosis de colombianidad, de furibismo, que después de 3 horas me sentí absolutamente dichoso de estar a diez mil kilómetros de mi país. Pero también entendí que es importante comprender cómo piensan los uribistas, porque parte de lograr la paz es también desarmar ese furibismo recalcitrante.

Visito con frecuencia el recuerdo de la conferencia del sociólogo Gabriel Restrepo en noviembre de 1990 en la Cámara de Comercio de Bogotá, donde hizo la siguiente lectura de Crónica de una muerte anunciada y que fue la semilla para mi monografía de grado:

Es como si estuviéramos asistiendo a la crónica de una muerte anunciada, donde el ejército y la guerrilla son los gemelos Vicario que persiguen, frente a la mirada impotente de todos los colombianos, a Colombia en la figura de Santiago Nasar.

Y la pregunta obligatoria es cómo ha seguido sobreviviendo Colombia hasta ahora. Lo que el furibismo parece revelarnos (y sin duda esto es materia de investigación sociológica) es el atavismo del uso de la fuerza/violencia para solucionar los problemas políticos, atavismo del que no escapa ningún sector del país: a punto de celebrar 200 años de independencia y sabe a poco lo que hemos aprendido en el camino: ¿independencia de qué o qué?

La bomba del ELN en la Escuela de Policía General Santander así lo demuestra: en el comunicado la justifican como un incentivo para la paz, una demostración de que la guerra solo traerá más muerte, que la solución debe ser política: vaya forma de dar un tirón de orejas. 21 jóvenes asesinados, o enemigos de guerra dados de baja, según el comunicado del ELN.

El paso adelante que dio las Farc fue sensato: aceptar que la lucha armada en Colombia no tiene ni sentido ni futuro, que la transformación de la realidad debe ser un trabajo político a largo plazo (a muy largo plazo tratándose de Colombia), y que en las últimas décadas su única relevancia era servir de cortina de humo para cubrir los males del Estado y la sociedad en el país. Sin ellos florece toda la corrupción política que se ha ido enconando durante décadas en el sistema colombiano, un cáncer que difícilmente nos deja ser competitivos en el mundo global.

En su pensamiento político, Tanja Nijmeijer justificó los atentados a El Nogal y TransMilenio por la necesidad de traer la guerra a Bogotá, porque si la capital no la siente es como si no existiera. Es difícil entender la falta de conciencia sobre la pobreza de un proyecto político que necesita ser oído a bombazos, la falta de ideología total, que repite el ELN con la bomba en la Escuela de Policía. Lo que estos miopes políticos no han observado es que es precisamente en las grandes capitales donde se ha ido incubando el voto de opinión y el movimiento de indignidad nacional que reprueban la corrupción, que no admiten a un Fiscal General como el actual en el poder. Esas son las semillas, los cristales de cambio que llamara Canetti, que pueden transformar una sociedad.

¿Quién puede estar a favor de un proyecto político que necesita de la destrucción para justificarse? En Colombia, tristemente, la respuesta parece ser que es muchos. Sin embargo, que ya haya un 50% de la población que haya votado por los acuerdos es un gran avance. En ese sentido, y visto lo visto como dicen en España, debo replantearme el que hubiera sido mi voto y adoptar una frase muy querida por mis antepasados paisas: En el camino se arregla la carga, un dicho de arrieros que por sentido común no acudirían al plomo para ajustarla.

Otro gran paso sería fomentar el orgullo nacional por no tener a un solo colombiano pasando hambre, ni viviendo en la calle, con acceso a la salud y la educación, con un índice de desempleo bajo y necesario para el crecimiento de la economía, con una clase media extendida gracias al pago justo de impuestos. Los principios de la socialdemocracia, utópicos todavía en el país. Sin embargo, es un instante placentero imaginar a un furibista desgarrándose las vestiduras y gritando a corazón henchido y machete o pistola en la mano: «A ver malparido, ¡mostrame un solo pobre viviendo en la calle en Colombia!».