Largos silencios

Una vez le comenté a un colega holandés que mi mamá resentía que no la llamaba muy seguido. “¿Cada cuánto?”, me preguntó. “Una vez al mes por lo menos”, le respondí. “¿Tanto? Yo hablo con la mía una vez al año”. Para una cultura matriarcal como la latina esta frecuencia anual resulta inimaginable. La anécdota esboza también muy bien la relación entre padres e hijos en dos culturas diferentes.

En Amsterdam he conocido varios casos de hijos que dejan de hablarse con sus padres durante muchos años. Una amiga llegó a alcanzar 17 años sin hablar con su padre, mientras que otra ignora a su madre desde que tenía 22 años, y ya va para los 45. No son personas fáciles, estas distancias las han marcado de múltiples maneras. Obviamente, al disgustarse con ellas ya sabe uno que podrán pasar décadas y no habrá ningún esfuerzo por recobrar el contacto.

Caso diferente es el de una Tanja Nijmeijer, que decide dedicar su vida a la justicia social y se enrola en las Farc, perdiendo el contacto con su familia hasta que su madre finalmente es capaz de hablar con ella y comprender los motivos de su hija para irse tan lejos de ella y la familia. O el de una joven Diana Quer que es buscada por toda España en este momento y no se sabe muy bien si fue secuestrada o quiso escapar de las constantes discusiones con sus padres.

Vi ayer Julieta de Almodóvar y todo este universo conflictivo entre padres e hijos que he conocido directa e indirectamente vino a mi memoria. La producción de la película es impecable, no así su guion. Hay tantos vacíos narrativos en torno a la decisión inexplicable de la hija de desaparecer de la vida de su madre que no la hace creíble. La mujer que le explica la decisión de su hija lo hace de manera tan poco convincente que no se puede creer que la madre acepte sus palabras sin haber sospechado siquiera si hija estaría secuestrada, viva o desaparecida. Esto en medio de todos los recursos que España invierte en este momento en tratar de saber qué sucedió con Diana Quer, por ejemplo. Los múltiples casos que he conocido en Holanda permiten comprender mucho mejor la historia que quiso contar Almodóvar basado en los cuentos cortos de Munro.

Me pregunto ahora cómo maestros del lenguaje cinematográfico como Almodóvar o Allen se convencen a sí mismos de que sus últimas obras funcionan cuando dejan tantos caminos apenas iniciados o sin recorrer. Todo lo contrario a lo que hizo Verhoeven con Elle, donde nos muestra cómo debido a las peculiares circunstancias de la protagonista tiene que encarar los abusos más grandes en silencio, pues siente de entrada el rechazo por el pasado de su padre.

El tema de Julieta, conectado con la realidad, no es nada agradable. Supremamente difícil encontrarle el lado poético, salvo por ese largo silencio de quien no quiere escuchar razones.