The Man (24). Jorge Enrique Pizano, auditor colombiano

La historia parece la trama de una de las primeras novelas del escritor griego Petros Márkaris. El protagonista se encuentra una hebra, un fleco que no cuadra en la escena, empieza a tirar de él y se termina topando con una madeja de corrupción que es más grande que el país entero. Cuando el ahora difunto Jorge Enrique Pizano empezó a investigar las primeras señales de corrupción en la Rutal del Sol II como parte de su trabajo de auditor, no tenía la más mínima sospecha del agujero negro que terminó cobrándose su vida y la de uno de sus hijos. Se necesitó que la justicia estadounidense se impusiera sobre la empresa gigante brasilera Odebrecht, con tentáculos en casi toda América Latina, para confirmar sus hallazgos como auditor de la firma.

Recién posesionado como presidente, Santos dio el diagnóstico más preciso del Estado colombiano: «Por donde quiera que uno toca sale pus». Un organismo carcomido por la corrupción donde ninguna institución pública se salva de ella. Ninguna. Es un estilo de vida y por lo tanto no hay trabajo más peligroso que ser controlador, veedor, contador o auditor de un contrato público: se termina haciendo parte del ajo o se renuncia al trabajo –si sobrevive para contarlo.

Pizano se levanta una mañana como un día cualquiera, desayuna, toma su auto y va a trabajar. Las películas de Hollywood están plagadas de escenas similares, donde una persona común y corriente hace su rutina cotidiana para empezar a sentir cómo tiembla la tierra y aparecen unos aparatos alienígenas asustadores que el improvisado héroe tendrá que derrotar para salvar a la humanidad. Colombia podría estar plagada de estos héroes, pero somos el país de la muerte anunciada, esa expresión que García Márquez supo crear a partir de su ojo inigualable todavía para leer la realidad colombiana. El flamante fiscal general colombiano se lo dijo a medida que escuchaba sus revelaciones: «Usted se metió en esto y será el que termine pagando», con el lenguaje procaz de quienes se han acostumbrado a vivir entre la mierda.

Colombia es un negocio muy bien montado para favorecer a los monopolios. Presidente de bolsillo y de ahí para abajo. No se sabe muy bien ahora si a Martínez lo nombran fiscal para silenciar las denuncias de corrupción desde adentro, si el Grupo Aval gestiona su posesión (se sabe de las presiones que recibió Santos para incluirlo en la terna de candidatos al puesto) para deshacerse de paso de él como persona tóxica para la empresa, o quién sabe qué más intereses habrá detrás. En todo caso lo despidieron por todo lo alto: para el diario El Tiempo (oh, sorpresa, el medio del Grupo Aval) el fiscal Martínez fue el personaje del 2017.

Todo esto fluye tras bambalinas sin parar mientras los incautos se levantan a hacer su trabajo todos los días y tienen que comer callados ante lo que hacen sus jefes, o El Jefe, o abrir su microempresa y tratar de sobrevivir, porque en el país parece ser la única forma de escapar de toda esta corruptela.

Recién llegado a Nederlandia me hicieron una pregunta de esas que resuenan en el tiempo como un tinnitus: «¿Cómo se acostumbra uno a vivir con tanta corrupción?». Sigo sin encontrar una respuesta satisfactoria, pero hoy, en solidaridad con Jorge Enrique Pizano, diría que al menos resistiéndose a ser parte de ella. Ese es su legado. Y que no nos sorprenda ver un día la cara de Martínez en el billete de 200.000 pesos colombiano.