Un mal día en el trabajo

1.

En la escuela de mi sobrinita hay una profesora asistente con síndrome de Down, Thérèse. Es supremamente dulce y cordial. La otra tarde que fui a recoger a mi sobrinita le dije que fuéramos a despedirnos de Thérèse. Nuestro saludo la distrajo y se le cayó la caja con los juguetes que estaba guardando. Mi sobrinita puso los brazos en jarro y empezó a burlarse de ella: “Oh oh, qué mal Thérèse, no es una buena idea tirar los juguetes al piso”. Mi reacción fue decirle que le ayudáramos de inmediato a recogerlos. Para mi sorpresa Thérèse seguía sin perder la sonrisa. Una vez terminamos nos dio las gracias muy emocionada.

En la calle le comenté a mi sobrinita: “qué gusto haber ayudado a Thérèse, ¿no te parece? Mejor que ese gesto poco amable de burlarse de ella”. Mi sobrinita está en la fase en que disfruta del narcisismo de sentirse perfecta, que todo lo hace bien, entonces una crítica como esta le produce una pequeña herida. Respiró profundo y exhaló de inmediato, con cara de preocupación y tristeza: “Discúlpame pero no sabía que tenía que ayudarla”.

En la fila del supermercado, al hermano de mi cuñado le sucedió lo siguiente: un niño de 5 o 6 años estaba empujando el carrito de la compra contra su trasero. Él se volteó y le celebró despreocupado la gracia. El niño siguió insistiendo hasta que tuvo que pedirle a la mamá que por favor lo detuviera. La respuesta de ella lo dejó desconcertado: “No, lo siento, lo estoy educando para que exprese todo lo que siente de la mejor manera que encuentre para ello”. El niño atacó con más fuerza y el hermano tomó una caja de leche, la abrió y bañó al niño de blanco. “¿Pero qué hace?”, le gritó la mamá. “Lo siento, a mí me educaron de la misma manera”.

Según la escuela de esta mamá, yo debí de participar en silencio de la burla de mi sobrinita a Thérèse. Si a ella le causa gracia burlarse, ¿no va en contra de su bienestar y libre expresión decirle que esto no está bien, sobre todo porque a mí no me parece bien?

De las herencias de mi familia paisa una que me gusta muchísimo es la disposición para ayudar a otras personas. Nunca me lo enseñaron propiamente como altruismo pero se le parece mucho. Cuando mi sobrinita me dijo: “no sabía que tenía que ayudarla” sentí que el imperativo no pertenecía a la ecuación; se nos vuelve naturaleza propia. “No tienes que ayudarla, puedes seguir burlándote de ella si quieres, lo cual no me parece nada amable, pero creo que te hará sentir mejor ayudarla”. En su afán infantil de perfeccionismo probablemente interpretará que es mejor ayudar que burlarse, pero sentí también cómo su corazón noble será un terreno fértil para esa semilla paisa.

2.

Desde que abrieron el departamento de Android en la oficina tengo dificultades para diferenciarlo de la escuela de mi sobrinita. De hecho tienen muchos más juguetes que ella a su disposición. Entrar ahí significa estar listo a recibir un frisbee, escuchar pedos o eructos, ver colegas tomándose selfies, la música a alto volumen, los pantalones que apenas llegan a las rodillas para exhibir los calzoncillos con estampas cool, etc. A veces, cuando uno de ellos se sobreexcita demasiado con los colegas de mi departamento pensamos que hace falta una piscina de bolas de colores como en McDonalds para que se puedan relajar en ella.

Toda su actividad está documentada en las redes sociales. A pesar de esto, el día que los de seguridad fueron a poner una cámara para monitorear las oficinas en la noche, fueron los primeros en saltar diciendo que esto atentaba contra su privacidad. No era el primer síntoma de que viven realidades paralelas. Hay algunos de ellos tan activos en las redes sociales que nos parecen genios porque no sabemos cómo hacen para cumplir con sus tareas laborales y mantener sus timelines y muros actualizados permanentemente. De hecho, para ahorrarnos los algoritmos que generan dummy data decidimos nutrirnos de sus trinos en tiempo real, que nos resultan más efectivos que una función aleatoria: no producen entre ellos menos de 400 trinos al día. Mano de obra regalada.

Con el registro que llevamos no sería difícil sustentar un caso de despido por bajo rendimiento. No es la idea, pero cuando el CTO nos pidió que les ayudáramos a revisar el código porque los testers no estaban aprobando sus commits y el proceso de producción iba atrasado, era claro que la atención estaba más en las redes sociales que en su trabajo. Muy a pesar de que tienen cosas fantásticas para hacer.

Para mitigar la brecha generacional, la directora de RRHH nos preguntó qué actividades podríamos hacer con ellos. Propuse que ir a jugar Ultimate en el parque y no en la oficina sería ideal, por aquello de sugerir que there is a proper time and space for everything. Pero terminó ganando la opción que ellos propusieron: ir a cazar Pokémons.

Todo en aras de la integración. Pero con límites. Le dije a mi compañero experto que yo escasamente había oído hablar de Pikachu, especialmente por el caso de los niños que sufrieron epilepsia por ataques estroboscópicos de tanto mirar Pokémon. Él no sabía de esos casos, creo que pensó que quería intimidarlo con historias de terror. Como no pienso instalar esa aplicación en mi teléfono, le dije que me parecía ideal que él me guiara en el juego y que todos los Pokémons que atrapáramos serían para él. Obviamente le pareció una idea fantástica. “LOL”, me dijo.

Ya haber escuchado a dos adolescentes diciéndole uno a otro “¿sabías que el papá de Enrique también era cantante?” me había hecho sentir viejo, escuchar ahora a un joven reírse diciendo “LOL” en vez de soltar una sonora carcajada me pareció ya no una brecha sino un abismo generacional. De lo que no me salvé fue de instalar Periscope para que sus seguidores pudieran observarnos en tiempo real cazando Pokémons como parte de las actividades más cool de la empresa más cool de la ciudad. Hasta que soltó la frase del día: “Y nos pagan por esto, how cool is that?”.

Tuve que convencerme de que a pesar de la evidencia no estaba en la guardería de mi sobrinita sino en el trabajo y que ni la caja de leche ni la discusión ética con mi sobrinita podrían ser trasladadas a este espacio. Con los 28 años de este joven ya también me parecía muy tarde. Me resigné y le solté la mejor respuesta que se me ocurrió: “Yeah, LOL”. Y me fui con mi teléfono detrás de él transmitiendo cómo cazaba pokemones. Llevaba mucho tiempo sin vivir un mal día en el trabajo.