Vientos de otoño

1.

Aparte de su recién estrenado cuarto piso, A. cumple también un año de estar yendo a una personal coach. Dejó a su psicoanalista cuando molesta por tantas sesiones en que ella no le decía nada le pidió algún diagnóstico para saber si la estaba entendiendo y no le gustó nada lo que escuchó: “El corazón de tu inmadurez es que no te tomas en serio”. Durante semanas A. estuvo discutiendo este diagnóstico con cuanto amigo se encontraba, le parecía increíble haber gastado tanto dinero para escuchar semejante sandez, que empeoraba cuando alguien le decía que su irascibilidad al recordarlo probablemente era una señal de que la psicoanalista había dado en el clavo: “Así funciona la resistencia”. Dicho esto, había que salir a correr.

Finalmente siguió el consejo de una amiga que le recomendó una cita con su coach para ver si podrían trabajar juntas. Hubo empatía y la verdad es que A. ha avanzado mucho en el manejo de sus ataques de ira. La clave, me dice, es que ha ido aprendiendo a relativizar las cosas: quizás lo que alguien le dice tiene un sentido diferente al que ella interpreta inicialmente. Ha aprendido a preguntar ¿qué quieres decir con eso? como herramienta para retrasar la chispa y estar abierta a una interpretación diferente a la suya.

Como parte de este ejercicio llegó a mi casa con cierta molestia. Pensé que estaba a punto de cambiar la teoría de la relatividad por la cuántica: “Cuánto me emputa ese tipilín”. Sólo esperaba no ser el causante de su disgusto. Al principio me sucedía eso: la notaba molesta y me preguntaba qué bestialidad habría dicho o hecho para que se pusiera así, hasta que con el tiempo aprendí que ella es de chispa rápida. Puso literalmente el motivo de su molestia sobre la mesa. El libro El intenso calor de la luna, de Gioconda Belli. “¿Lo has leído?”, me preguntó inquisitiva.

—No, ¿es una autora italiana?

—Es nicaragüense –respondió con tono de ira controlada.

—¿De verdad que no sabes nada del libro?

—Te juro que es la primera vez que lo veo en mi vida. Siento una pequeña molestia, ¿qué te disgusta del libro?

—No lo he leído tampoco, pero ya hice la quick review: se trata sobre la menopausia. ¿Puedes creerlo?

Después de graduarse en Estudios Latinoamericanos, A. recibe ocasionalmente el encargo de algunas editoriales de hacer reseñas de libros en español para saber si vale la pena publicarlos en el mercado neerlandés. Le pregunté que si quizás yo podría hacer el mismo trabajo para esas editoriales, “me encantaría que me pagaran por leer un libro”, pero ella me respondió que pagaban una ridiculez (€50 por reseña), que por ese dinero ella lo único que hacía era una quick review: leía las reseñas en Babelia, Goodreads, algún blog, el volumen de ventas y ya con esto tenía suficiente para escribir la reseña que le pedían: “El trabajo bien hecho tomaría al menos dos días, y no me los voy a gastar por cincuenta euracos”.

Así que decidió trabajar según el presupuesto: si solo le pueden pagar cincuenta euros, hará un trabajo por ese dinero, en especial cuando después de gastarse una semana para hacer la primera reseña, que le quedó completísima, tenía la esperanza de que el editor reconocería el trabajo concienzudo que había hecho y le pagaría cuatro veces más el precio acordado, “cuando menos”. El editor, muy profesional, le agradeció su gran trabajo e igual le pagó lo acordado. Pasaron meses antes de que A. comprendiera que los contratos en el mercado laboral no funcionan como ella querría y que el editor había cumplido con su parte. Le pareció entonces ética su posición de trabajar según el presupuesto.

—Léelo, de pronto te sorprende de manera agradable.

—¿Qué quieres decir con eso? ¿No que no lo habías leído? ¿Cómo sabes que me podría sorprender de manera agradable entonces?

—Calma, no es para disgustarte. Quiero decir que a pesar de las reseñas diciendo que es sobre la menopausia, que quiéraslo o no será una realidad que tendrás que enfrentar cuando llegues al quinto piso, de pronto es una buena novela. Entiendo que pienses que es una broma pesada que te lo regalen ahora, pero quizás quien te lo regaló pensó que podría gustarte la historia, también es posible ¿no? Léelo y lo sabrás mejor.

—Pues bueno, venía precisamente a pedirte ese favor. Lo confieso: al principio creí que era una broma pesada tuya después de la charla que tuvimos el otro día, que para rematar mi entrada al cuarto piso me decías con este libro que debería prepararme para la menopausia también, gracias por decirme que será algo del quinto piso, me tranquiliza un montón, claro. Pero como te creo que no lo has leído y has tenido, con todo respeto, experiencia con mujeres menopáusicas me gustaría que te lo leyeras y me contaras tu opinión, si vale la pena leerlo o no.

—Al menos no me dices que las busco menopáusicas, eso jamás me lo han dicho. Pero bueno, es verdad, a mi corta edad ya llevo tres menopausias… Dime ¿qué te hace pensar que no te entregaré una quick review también?

—Sé que no le harías eso a una amiga.

—Tienes razón. Cuéntame más de la fiesta de cumpleaños —le pregunté, para sacarla de la zona de mala energía y traerla a algo que la haría feliz recordar.

2.

Me leí el libro en una sentada. No creo arruinar la experiencia de nadie si cuento que la aventura entre Emma y Ernesto, los personajes principales, estaba cantada. Igual compartiré los comentarios que le hice a A. tratando de no revelar más de lo debido.

La autora equipara la menopausia con la pérdida de la feminidad, lo cual es un despropósito para obviamente llevar a la lectora que descubre que está a punto de pasar por una enfermedad terminal (el fin de la femineidad) para regalarle una especie de epifanía catártica en la que descubre que después de la menopausia vienen tiempos mucho mejores para la mujer y su femineidad.

Para despertar el interés de A. le conté que Ernesto es un joven carpintero muy atractivo, de una belleza que recuerda la de los beduinos; barba cerrada, piel como azúcar quemada y ojos verdes muy brillantes. Es además un fetichista de pies -lo cual hacía más interesante la lectura para mí. Para reserva del sumario, aclaro que mi fetichismo no da para asistir o participar en la Cantinho Foot Fetish Festival, pero tampoco es tan leve como para no sentirme frustrado por el tratamiento que Belli le da a este fetichismo.

En general me gustó mucho el taller de carpintería de Belli. “¿El carpintero no era el protagonista?”, me preguntó A. cuando le dije esto. “Lo es, pero la autora también es toda una artesana de las palabras. Se le nota el trabajo de planeación que hizo con la historia para lograr lo que algunos conocedores llaman una novela bien atada. La prosa fluye como la mano al pasar por un trabajo de fina ebanistería”, le respondí.

A decir verdad, me pareció una novela muy de laboratorio: encontrar puntos de conflicto (la mujer ante la menopausia, la pareja consolidada ante la infidelidad, la tensión entre los mundos de la esposa del médico y el carpintero del barrio San Judas, el encuentro de la mujer mayor con el hombre menor, la estabilidad del hogar contra la vida auténtica), darles rasgos característicos a los personajes (la elegancia y refinamiento de Emma, el fetichismo de Ernesto, el tedio del esposo), guiños metaliterarios (a Flaubert, Dumas, Beauvoir y hasta Amos Oz), llevar las tensiones a estallar (el capítulo 28 es probablemente lo mejor del libro), entremezclarlo todo y ver cómo asimilan las consecuencias.

Ernesto, el joven y apuesto carpintero, es adornado con un par de características especiales: no solo es carpintero, es ebanista, la crème de la crème de su oficio, como le comparte con cierto orgullo Emma a su mejor amiga, y ha leído a los clásicos franceses. En realidad solo a uno, Alexander Dumas, más específicamente, su Conde de Montecristo, con lo que ya sabemos adónde apunta la autora, la cereza al final del camino. Por estas referencias metaliterarias me tomé una licencia para compartir con A. un capítulo inédito de la novela que me encontré por Internet.

3. El capítulo inédito (autor desconocido)

Al salir huyendo de la dictadura, el primer destino de Ernesto y su familia fue Connecticut, cerca de Nueva York. Allí se encontraron con otros nicaragüenses exiliados quienes les ayudaron a establecerse poco a poco. Ernesto no tenía muy claro a qué quería dedicarse. Encontraba muy difícil ajustarse a su nueva vida en pleno fin de la adolescencia. Su padre pensó que lo mejor sería que estuviera ocupado y lo ofrecía como voluntario en cualquier trabajo donde se necesitara a un joven fuerte en la comunidad. Fue así como conoció a Eda Grever, profesora de literatura en la Universidad de Columbia. Eda iba a hacer una ampliación en su casa y necesitaba ayuda para mover los muebles.

Eda era experta en literatura japonesa. Antes de darle las instrucciones a Ernesto, lo invitó a tomar té. De sus viajes por Japón, Eda había comprendido la importancia de lograr que las personas pusieran su corazón primero en todo lo que iban a emprender, por simple que fuera. En su charla con Ernesto quería sobre todo compartir el respeto y afecto que ella sentía por los objetos de su casa. A Ernesto no se le escapó la belleza de la mesa donde estaban tomando té. “Puedes acariciarla —le dijo Eda al ver su fascinación—, la hizo un maestro japonés especialmente para mí”. Eda le mostró con dedicación los detalles de la mesa y le habló de la técnica de la carpintería tradicional japonesa: “Mira bien, no encontrarás ni un solo clavo o tornillo”.

“Debe haberte costado mucho dinero traerla desde Japón”, observó Ernesto. “Tanto que me temo que tendría que haberla dejado en Japón. El maestro vive acá, si te interesa, podría ponerte en contacto con él y, con suerte, podría recibirte como su aprendiz”. Ernesto no lo dudó dos veces, le dijo inmediatamente que sí con una gran sonrisa, como si hubiera encontrado finalmente el destino de su vida. “Ojo con tanto entusiasmo. Ser aprendiz significa que te entregarás obedientemente a tu maestro durante siete años cuando menos”, le dijo Eda tratando de darle un toque de realidad.

Así empezó Ernesto su relación con el maestro Tetsunosuke. Compartía su experiencia de vez en cuando con Eda. Una tarde ella le tenía un regalo, Lips too chilled, una compilación de haikus de Matsuo Bashõ. “La técnica de su poesía está inspirada en la carpintería tradicional japonesa. Si bien en apariencia los haikus son de gran sencillez, al mirarlos con más atención descubres estructuras muy complejas en su interior. Vemos la mesa pulida, impecablemente terminada, pero desconocemos el gran trabajo de uniones que guarda y que tú ahora estás aprendiendo. ¿Me regalarás la primera obra que termines inspirado en un haiku?”. Además de la belleza de los muebles japoneses que Eda tenía, de su primera visita Ernesto tampoco había olvidado la de los pies de Eda. Hasta ese momento, él nunca se había detenido a ver los pies de nadie. Fueron los de Eda los que le descubrieron que él, sin saberlo hasta entonces, era un fetichista de pies.

Para responder la pregunta de Eda, Ernesto no encontró mejor respuesta que inclinarse frente a ella y empezar a besar sus pies. Lo hizo con la misma delicadeza que había aprendido en el taller del maestro Tetsunosuke para relacionarse con la madera. Mientras deslizaba sus labios sobre ellos empezó a acariciarlos con deseo. Eda no estaba preparada para esta respuesta. Aunque sí había alojado alguna fantasía con Ernesto, verlo tan joven, más joven que incluso el más joven de sus estudiantes en la Universidad, le había servido para bloquear cualquier imagen erótica con él. La forma en que él la acariciaba destrozó todas sus resistencias.

Lips too chilled

for prattle ~

autumn wind.

Fue el haiku que su memoria le trajo de Bashõ. Suspendió su pensamiento, disfrutó el escalofrío en sus labios y se entregó al viento de otoño que le regalaba el joven aprendiz de carpintería.

Años después, cuando Emma le traerá el libro de Bashõ al hospital y le preguntará por el origen de su interés en la poesía japonesa, Ernesto exhalará un gran suspiro al recordar las noches con Eda: “Algún día te contaré”.

4.

A. me contó que no tenía ni idea de la carpintería tradicional japonesa. Buscamos algunos documentales en Youtube y nos dimos un festival de belleza. “Es una lástima que por los atentados en Bruselas está cerrada la torre japonesa, ahí podrías ver en vivo varios tesoros”. Nos despedimos; A. tomó el libro de Belli y partió para su casa. Ni idea si lo leerá o no.

Disfrutemos: