El cuarto piso

El próximo sábado A. cumplirá 40 años. Siente que se le acabó la juventud y por su actitud a mí me parece que está entrando en una segunda adolescencia, quizás tercera. “Lo más duro es ver cómo de todo lo que creía que iba a alcanzar antes de los 40 no he conseguido ni el cincuenta por ciento. Ya llegué al cuarto piso y solo puedo sentir que he fracasado en mi vida. ¿Tú cómo lo llevas?”, me preguntó, como si fuera un muerto viviente, o casi. Le dije que cuando cumplí 40 había experimentado varias novedades: mi primer examen de próstata, mi primer ataque de gota, los primeros correos de spam ofreciéndome viagra, seguros de defunción y uno especial en el que me anunciaban que acabada de ser escogido Woman of the Year, adelantándose a una posible operación de cambio de género, tan de moda hoy en día.

“Pero a ti te esperan otras novedades más duras –le dije mientras me ponía cara de que si acaso existían peores noticias–: entrarás a formar parte de ese grupo de cuarentones que tanto rechazabas, si llegas a fijarte en un hombre menor te llamarán inmediatamente cougar y probablemente tendrás que enfrentarte a la primera cana en el pubis”. Rápida y entre sonrisas me respondió que esa no le preocupaba porque hacía dos años se había hecho la depilación permanente con láser. “Estás bien preparada entonces”, le dije.

Descubrí un secreto a mis 25 años de manera muy prematura: la mejor edad para una mujer está entre los 40 y los 55, que es cuando se sienten más a gusto consigo mismas y más dispuestas a buscar con determinación y sin importar la opinión de los demás lo que les gusta y lo que quieren. Sin embargo, siempre me he preguntado en qué momento se da ese cambio de la joven mujer que llega al cuarto piso y la que empieza a disfrutarlo, en qué momento se transforma la angustia por la pérdida de la juventud en ganas de disfrutar sin importar el mañana. A. siempre se ha golpeado con las expectativas que se crea y de ahí que tenga una lista muy larga incumplida a una semana de entrar al cuarto piso. ¿Será que en algún momento esa lista se refunde, la quema, la pierde, la olvida y encuentra así la puerta a su edad dorada? Por una parte siento la alegría de imaginar a A. madura, por otra siento tristeza por perder su identidad de joven. ¿Qué más cosas cambiarán en ella? Sea como sea, ¡feliz cumpleaños A.!