El seductor dopado

1.

Había un embaucador en el barrio que nos vendía las cosas más absurdas. Una vez nos dijo que había conseguido unos fósforos de los Estados Unidos con los cuales se podía ver el diablo. Para darle credibilidad a sus engaños, sobornaba a dos de sus amigos para que corroboraran sus historias: “Sí, lo vimos la otra noche, la cara roja y hasta llamas de fuego en la espalda”. Un amigo que casi siempre se dejaba impresionar por estos cuentos me convenció de que pagáramos los 5 pesos que nos pedía a cambio de una sesión para ver el diablo. El embaucador nos encerró en el cuarto de mi amigo, pidió que cerrara las cortinas pues necesitábamos oscuridad absoluta. Nos hizo prometer que jamás revelaríamos el secreto, solo podíamos confirmar que habíamos visto al diablo.

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11 de septiembre

I.

Dentro de los experimentos neurológicos más impresionantes se encuentra el de la autoestimulación incontrolada. Consiste en implantar un electrodo de metal en el hipotálamo de un ratoncillo de indias y facilitarle dentro de una caja de skinner un pedal para que reciba los impulsos eléctricos necesarios para autoestimularse. Se llama incontrolada porque apenas el ratoncillo descubre que presionando el pedal recibe el estímulo eléctrico, deja de pensar en comida, dormida o descanso: lo único que le interesa es autoestimularse y no puede desprenderse del pedal. Este es el mismo efecto que produce la cocaína en los seres humanos y de ahí que sea tan difícil superar la adicción: salvo que la persona amplíe su visión de la vida, no hay forma de desvincular al cerebro de la necesidad de autoestimularse. En psicología esto se llama el «Pleno Placer Narcisista».

¿Sorprende entonces a alguien que Estados Unidos sea el mayor consumidor de cocaína del mundo?

II.

Salvador Allende llegó al poder en Chile en septiembre de 1970 como resultado de la tradición democrática más sólida de América Latina. La sociedad chilena tenía (en menor grado hoy en día) el nivel de participación política más alto del subcontinente. Chile se perfilaba, sin duda alguna, en el modelo socialdemócrata ejemplar que tanto necesitaba (y necesita) América Latina. Todo esto se vio truncado cuando la inversión estadounidense en la desestabilización del país dio sus frutos: el 11 de septiembre de 1973 el general Augusto Pinochet, flamante ministro de la Defensa, traicionó a Allende con el golpe de Estado que ya todos sabemos. A partir de ese momento, lo que exportó Chile no fue la social democracia sino el fenómeno de las desapariciones políticas forzadas, que afectó sin excepción a toda América Latina y que en Colombia aún hoy se cobra un desaparecido cada dos días.

Detrás de esta política de arrasar con todo lo que fuera de Izquierda (la semilla del «Comunismo») se encontraba, como no, los Estados Unidos. Es inevitable ver un águila posándose en el hombro derecho del General Pinochet cuando mira despectivo y altanero con sus gafas negras.

Para todos los militares latinoamericanos que pasaron por la célebre «Escuela de las Américas» en los EE.UU. la desaparición forzada se convirtió en un método más de hacer política, de acabar con la amenaza comunista y llevar a sus países a la prosperidad y la democracia.

Los resultados, como en todos los casos en los cuales ha intervenido EE.UU., hoy en día son desastrosos: sociedades cuyo 70% de la población vive en la pobreza, economías subdesarrolladas, seguridad social incipiente o inexistente, Estados e instituciones corruptas, malas condiciones laborales, y un triste largo etcétera. La única excepción dentro de la intervención política estadounidense es Europa al cierre de la Segunda Guerra Mundial, y ello porque tenía una tradición institucional muy fuerte que le permitió recuperarse sin la injerencia política norteamericana.

En todos los demás países en donde EE.UU. ha ayudado, siempre ha exigido un papel fundamental en su desarrollo político. Así que los desastres actuales de Irak, Palestina y Afganistán no son ninguna novedad, sino resultado de esa autoestimulación incontrolada de los gringos que les hace creerse seres superiores y que por lo tanto pueden enseñarle cómo se debe vivir al resto de la humanidad. Solamente hay que escuchar a Wolfowitz, Rumsfeld, Bush o Rice para ver los efectos del pedal en los gringos.

III.

Dos años después del atentado del WTC no nos queda más que lamentar y sentir compasión por los muertos inocentes que estaban en las Torres Gemelas. Como era de esperarse, EE.UU. no iba a preguntarse «¿Por qué hay personas que nos odian tanto en este mundo?» y aprender del daño causado por décadas de política exterior intervencionista criminal, sino que presionaron aún con mayor fuerza el pedal. El golpe simbólico a los EE.UU. no sirvió para nada, salvo para acabar con la vida de 3.000 personas inocentes, y otro tanto en Afganistán e Irak…

Por fortuna, cada vez hay voces más críticas dentro de los mismos estadounidenses, voces muy autorizadas que les reclaman a sus gobernantes ceñirse a los principios y lineamientos de la ONU. Estamos viendo cómo se está gestando el movimiento de conciencia que le ayudará (ojalá y por favor toquen madera) a levantar las patas del pedal a los responsables de la política exterior estadounidense.

IV.

En Colombia padecemos todavía las consecuencias de estos arrogantes norteamericanos. No solamente hemos vivido el período más violento de nuestra historia luchando contra el Cartel de Medellín (perdimos incontables policías, funcionarios y personajes públicos invaluables) sino que además la obsesión con este cartel hizo que migrara el negocio a un enemigo más poderoso aún: las Farc. Como con nuestro ratoncillo, los niveles de consumo en EE.UU. no han disminuido en absoluto y por lo tanto EE.UU. no ha dejado de presionar el pedal: sería mil veces mejor que los redujeran en 50% en lugar de financiar la guerra en Colombia con su Plan Colombia. Esta sería la mejor ayuda que nos podrían brindar, pero ahora me doy cuenta que olvidé mencionar que el famoso ratoncillo se muere en la caja de skinner antes de levantar la pata del pedal.