Encuentros

Me encontré con esta reflexión del maestro Tsuyoshi Yamamoto el pasado 14 de octubre:

Un barco no puede moverse sin agua

Pero si entra agua al barco, se hunde.

Debes saber cómo usarlo.

Me trajo un instante filosófico que tuve hace muchísimos años, cuando trabajaba como asistente de jardinería en la pequeña empresa de mis tías. Leía por esa época el I Ching. El jardín en el que estábamos trabajando era el de una hacienda a las afueras de Bogotá. En los momentos de descanso, rodeado por la naturaleza y muy cerca de la imponente cordillera, era inevitable sentir cómo muchas de las reflexiones del Libro de las Mutaciones estaban inspiradas en esa realidad. (Sigue leyendo »»)

Los límites de la investigación en Internet

1.

Tuve la oportunidad de escuchar las intervenciones de dos afamados escritores colombianos, uno sobre el arte de la novela, el otro sobre la influencia de Cervantes en su obra. Ambas charlas fueron decepcionantes porque se limitaron a repetir la información suelta que se encuentra en Internet sobre cada tema, con el agravante de que no mencionaron los autores de los fragmentos que citaron y de que dichos fragmentos eran el resumen del resumen de lo que habían dicho los autores originales.

El primer autor se preguntaba por qué escribía y qué aporta la literatura que ningún otro arte o forma puede aportar. Las mismas preguntas que se hacen Carlos Fuentes en su Geografía de la novela y Milan Kundera en El arte de la novela. La conclusión del autor no podría ser más kunderiana: La novela habla sobre todo lo cual ningún otro arte puede hablar. Se cortó un poco al decir que hablaba sobre la condición humana, quizás porque es un concepto que no ha logrado abstraer del todo y prefirió no hundirse en territorio fangoso. Es el mismo autor que desconoció cualquier influencia de García Márquez porque él es un escritor urbano de finales del siglo XX (a pesar de que en sus obras, curiosamente, está siempre presente el campo colombiano).

Tanto las obras de Fuentes y Kundera van mucho más allá de los tópicos que citó el escritor urbano, lo que me lleva a concluir que el autor no las leyó (o las leyó superficialmente que es lo mismo) y no pudo ir más allá de los resúmenes que se encuentran en el rincón del vago. Terminó su desaguisado citando fragmentos de artículos de Vargas Llosa en El País para mostrarse como autor contestatario. (Sigue leyendo »»)

Cuenta el Almirante. Secretos del deseo (y la mujer andaluza)

TENGO ansias de una mujer en este momento. No de cualquier mujer. Sólo de esa porción de amor y de pasión, de felicidad y de tragedia, de fugacidad y eternidad que una determinada mujer puede brindar al hombre más ruin, más desvalido, más infame.

En los momentos de mayor riesgo, de cara a la muerte, cuando he sentido su aliento helado y me ha atraído la insaciable succión de su cuerpo de embudo oscuro, es en la mujer vencedora de la muerte en la que pienso. El duro clamor de la carne, la inmemorial trompeta del deseo, resuena en mí. Me atacan erecciones terribles, no sólo del órgano genital. Todo el cuerpo, todo el ser, se me pone rígido y enhiesto. Mucho más que ese mástil tironeado por el velamen que pende de él, cargado con el furor del mar y de los vientos. Y todo el velamen no es más que un refajo, una falda, una pequeña braga con olor a mujer. Y en ese olor la mujer misma es mortaja suavísima con la que nos envuelve y acoge en sus brazos hasta la resurrección.

No pienso en la fornicación. El sexo no debiera ser la parte más vulnerable del ser humano. Es su parte más noble y más santa puesto que ella es la que se encarga de la propagación de la especie. El adulterio, la violación, el incesto, el estupro más violento, no son más que profanaciones y engañabobos a que nos empuja el instinto animal. Pienso en la posesión natural y total que hace la mujer del hombre. Su entrega sumisa y aterciopelada le hace creer al varón que es él quien la posee imperativa y furiosamente. Pero es la mujer quien le sorbe los tuétanos delicadamente, incansablemente. Puede dejarle los huesos vacíos, chuparle la última gota de sangre. Matarlo. Peor aún…, puede destruirlo, dejarlo hecho un pelele, que se arrastra a sus pies pidiendo más y más goce, cuando ya no puede más que morir.

(Sigue leyendo »»)