Deudas herméticas

1.

Llegué al I Ching por una referencia que encontré en un libro de Jung. Luego, para mi sorpresa, la edición que conseguí, la de Richard Wilhelm, traía un prólogo del psicoanalista suizo que me impresionó mucho. Básicamente Jung dialogaba con el I Ching.

Me volví un asiduo del oráculo, tanto que hice años después un programa con monedas virtuales para consultarlo (que he de actualizar pronto, es del año 98), aunque mi método preferido es la lectura con los 50 tallos de milenrama, que es más dispendiosa pero tiene la virtud de que propicia el estado de concentración necesario para escuchar mejor el resultado.

En unas vacaciones de mitad de año trabajé como obrero para mis tías que se dedicaban al diseño de jardines. En los momentos de reposo, en medio de la naturaleza, me asombraba de ver las imágenes del libro a mi alrededor. Sentía que había sido escrito a partir de la experiencia humana, de la lectura sabia de la naturaleza. Recordemos que uno de sus prodigios es que su sistema de Yin y Yang fue el que inspiró a Leibniz para establecer el sistema binario, el mismo que está en la raíz de nuestra era digital: la representación de la realidad en unos y ceros. (Sigue leyendo »»)

Matrix, origins (2): Everybody can be an artist in the Net

Conocí a D., joven millennial, con quien tuve la oportunidad de comentar mis impresiones sobre la vida en la Red. Cuando le pregunté que si era cierto que los jóvenes de su edad escogían sus destinos turísticos dependiendo de qué tan buenos fondos serán para su Instagram, me dijo: «Espera un momento, estás reventando mi burbuja: soy muy serio con mi Instagram, le dedico mucho tiempo y esfuerzo. Para mí es fundamental escoger buenas locaciones para mi fotografía».

Después de ver su Instagram no hay duda sobre su dedicación y compromiso con su arte. Aunque también me confesó algo que me dejó boquiabierto: «Si una foto no recibe suficientes me gusta, la borro: la falta de me gusta significa que la foto probablemente no es tan buena como yo creo y es mejor borrarla. También siento algo de pena si alguien viene a ver mis fotos y no tienen suficientes likes». No pude contenerme y decirle que me parecía que este era un criterio masoquista: si él la había publicado en primer lugar es porque consideraba que tiene un valor, eso debería ser suficiente: «No puedes anticipar cuándo llegará alguien a quien le gusto incluso más que a ti». (Sigue leyendo »»)

Matrix, origins: An instagrammable life

Siguiendo una reflexión budista, aquella que dice que lo que nos sorprende del mundo exterior nos sirve para hacer un puente con nuestro interior, empecé la serie El arte del selfie como el arte de reflejarse en la imagen, en franco contraste con el culto narcisista de la autoimagen. La serie tuvo un origen anterior: el deseo de retratar a las personas antes, durante y después de un selfie, captar ese momento en el que le decimos a la cámara cómo somos de cool y felices, como estas protagonistas anónimas cerca del Castillo de Praga:

Selfie grupal en Praga

Pero leí una noticia este fin de semana que le dio un giro radical a mi percepción. Decía que los millennials buscan sus destinos turísticos según qué tan instagrameables sean, si se verán bien de fondo en una foto para su cuenta en Instagram. Aquel placer del paseante, del flâneur que se perdía por una ciudad para conocerla, es taaaan decimonónico para estos jóvenes: ese placer ya no existe, o sí, en la medida en que se encuentre un cuadro que aguante Instagram, que amerite ser instagrameado. Lentamente se empieza a vivir para la Red, para la realidad virtual. El sueño sería caminar con los lentes de realidad aumentada y ver los bellos momentos que otros han vivido por los lugares que está recorriendo, por ejemplo, y contribuir en tiempo real con las imágenes propias. ¿Quién querría quitarse esos lentes?

Imaginé también que los autos sin conductor proyectarán en sus ventanas viajes virtuales para ir a la oficina: ¿por qué limitarse a ver la tediosa avenida que se recorre para ir al trabajo cuando se puede simular un viaje de aventura por el Gran Cañón para cambiarlo al día siguiente por un recorrido por la Plaza de la Concordia en París y así sucesivamente? Creo que ya hay un ascensor en Nueva York que hace algo parecido: anima con diversos timelines su recorrido, mucho mejor que ver un muro gris.

Lentamente se empieza a vivir más en la realidad virtual, legiones de vidas ansiosas por conectarse desde sus habitaciones a sus redes sociales para ver qué está pasando, la vida en función de qué se va a decir o mostrar en la Red. Los sobrevivientes serán aquellos que no tienen cómo conectarse a las redes (cada vez menos) y aquellos que son capaces de desconectarse de estas y aventurarse por el mundo offline y su capacidad para forjarse una vida que aguante la realidad.

El arte del selfie (9). Narciso revisitado

A. puede resultar un poco irritante con su insistencia de que ya todo lo han dicho los griegos: «El primer selfie de la humanidad se lo tomó Narciso cuando se vio reflejado en las aguas del arroyo, es decir, en la pantalla de cristal líquido de su móvil o tableta —y ya sabes cómo terminó».

Selfie en Meteora

Selfie en Meteora

Después de leer la noticia de que en 2015 han muerto más personas por tomarse un selfie que por ataques de tiburones es evidente la vigencia del mito de Narciso, como señala A.. Yo mismo casi entro a engrosar esta infame lista por un selfie que me tomé en Meteora; no se alcanza a ver, pero en ese momento estoy al borde de un precipicio, con mi espalda flotando en el aire. Si en un futuro me llegase a encontrar con el titular Muere por tomarse un selfie en Meteora podré sentir cierta empatía con ese Narciso viajero.

Cuenta la leyenda que el propósito del mito de Narciso era servir de parábola edificante para los jóvenes griegos, mostrarles el riesgo de perderse en el cultivo de su propia imagen a costa de relacionarse, conocer y apreciar a los demás. Después de ver el borrador de la película de un amigo, le pregunté que por qué ese salto frenético de un cuadro a otro, como si fuera un videoclip musical. Me dijo que era la única forma de mantener la atención de los jóvenes en la pantalla, pues sentían el impulso de mirar el móvil cada tres segundos: «Si les pones un plano largo los perdiste». ¿Habrá que reescribir los mitos en 140 caracteres?