Actos de magia y el camino a Utópica

Esta humilde bitácora utópica se guía con especial interés por actos de magia estéticos. Toda una serie dedicada a cómo se compone un son y a otras obras que logran sumergirnos en realidades virtuales sin darnos cuenta. Esta mañana amanecí recordando a Woyzeck on the Highveld, de The Handspring Puppet Company, una obra que vi por allá en 1996 en el Festival de Teatro de Bogotá. Recuerdo que la repetí, fue tal la impresión que me causó. Hoy encuentro que está disponible en Youtube:

Es tal la vida que cobran las marionetas que los titiriteros se pueden dar el lujo de mostrar sus cuerpos maniobrándolas pero la atención del público está enteramente con ellas. Tuvieron que pasar muchos años, 9 para ser preciso, para volver a vivir una experiencia similar en Sevilla, cuando vi a Rafael Álvarez, El Brujo, con su obra Misterios del Quijote. Casi dos horas en las que estábamos completamente hipnotizados por él. En la presentación de la obra se lee: «El viaje y la aventura como única patria de aquellos que prefieren vivir soñando a morir de un ataque de cordura». Podría decir que es el mismo espíritu que acompaña a esta bitácora en su viaje a Utópica, la ciudad del horizonte.

No he visto aun su Autobiografía de un yogui y bien vale la pena volver a España para verla. Esta mañana recuerdo también dos de los trucos más soberbios de Nabokov en La Veneziana. Como también con cierta desilusión esa asunción fallida de Remedios, la Bella, en Cien años de soledad. Me recuerda mucho a esos intentos de trucos de magia que he intentado a lo largo de mi vida y solo funcionan en mi imaginación. No dejan de ser poemas quijotescos en todo caso, pero no se elevan. Hay que regresar de nuevo al improvisado Laboratorio Acme y seguir ensayando hasta lograr alguno.

En el lugar equivocado

La paz. Ese anhelo prolongado de los colombianos por vivir en paz. Pero, ¿qué es la paz? ¿la ausencia de conflicto? ¿vivir conformes con la realidad? Algo así entendió Belisario Betancur, que fue el primer presidente que llegó al cargo con la bandera de la paz, con la idea de cesar los conflictos armados, llevar a cabo reformas sociales y políticas que abrieran el espectro político a las fuerzas armadas de izquierda. En el período entre su elección y su nombramiento, Betancur viajó a Grecia con la intención casi mística de conectarse con los antiguos filósofos griegos y afinar sus ideas sobre la polis que quería para Colombia.

Cuenta Álvaro Mutis que un día García Márquez lo sorprendió con un viaje con todo incluido por Turquía para complacer su deseo de conocer Constantinopla. Mientras disfrutaban de la tarde en el Bósforo, García Márquez le preguntó: «¿Y entonces, cómo le parece?». Mutis le agradeció la invitación, pero le dijo que lo que él quería en verdad era caminar por la Constantinopla de antes de su caída en mano de los turcos el 29 de mayo de 1453. Como los griegos, Mutis se negaba a llamarla Estambul y recordaba con precisión la fecha de su pérdida a manos de los otomanos. Para él era muy claro que el presente no tenía nada que ver con ese pasado que revisitaba con frecuencia. Para Betancur, en cambio, ese choque con la realidad griega no fue evidente: regresó con una idea de la democracia que la realidad colombiana no demoró en destrozar.

Si Belisario abrió la puerta para que se constituyera la Unión Patriótica, las fuerzas de siempre no dudaron en empezar a asesinar a miembros del nuevo partido. Por mi edad entonces no podría haber votado por Jaime Pardo Leal, pero me parecía una maravilla que existiera esa opción política inédita en la historia del país y que hablaba de justicia social. Si Belisario seguía trabajando por la paz, la desaparición forzada seguía fortaleciéndose como práctica para destruir al enemigo comunista, en esa combinación peculiar del Estado de todas las formas de lucha. Ahora que las Farc están en la transición a la vida política no armada, podríamos ver que germinaron las semillas cultivadas por Betancur, pues dejó el diseño para lograr ese paso. (Sigue leyendo »»)

¡Me voy de casa! (O como desmontar una utopía)

A los 5 años proclamé mi grito de independencia: «¡Me voy de la casa!». Tomé todo lo que necesitaba para emprender mi viaje: empaqué en una bolsa algunos juguetes y en otra unas galletas para comer durante el camino. Al salir de la casa no sabía si ir a la izquierda o a la derecha. Me puse a jugar para dilatar la decisión y al cabo de una hora tuve que comerme mi orgullo y regresar derrotado a mi cuarto, tragándome la humillación final de mi madre: «¿No que te ibas?». «Por lo menos me abrió la puerta», fue lo que pensé, invadido por ese optimismo que no me deja. Quizás de esta experiencia nació mi interés por la utopía y el pensamiento utópico: sin tener un horizonte al cual ir no hay forma de salir del hogar, de tomar las riendas de la vida propia, de ser-en-el-mundo.

La simpatía por don Quijote se hace evidente, como también por todos aquellos tocados por el síndrome de Don Quijote, como Carles Puigdemont. Décadas soñando con una Cataluña independiente y, una vez llegado el momento, se encuentra en la misma posición de ese niño con ínfulas independentistas prematuras, sin saber si ir a la izquierda o a la derecha, atrás o adelante. La gran diferencia es que tiene cientos de miles de seguidores. Recuerda también la escena de Forrest Gump, cuando decide empezar a correr y se le une un ejército de personas que creen ver en él a alguien con una misión y un sentido.

El esfuerzo independentista de Puigdemont se enfrenta ahora al escenario de la gran puerta del Castillo europeo cerrada para él y sus seguidores. Apenas cuenta con el respaldo de Nicolás Maduro, ese gran líder político, y cierto guiño de Vladimir Putin, listo a monetizar el doble rasero de la UE con Kosovo y con Cataluña. Y, ahora, ¿a dónde quieres ir, Puigdemont? ¿A dónde puedes ir en realidad? (Sigue leyendo »»)

Florentino in Love

Momento mágico: cuando la utopía se hace realidad. Como el Barcelona de Guardiola, un equipo que trazó nuevos ideales a los demás. No faltaron sus críticos (faltaría más que la crítica desapareciera con la utopía alcanzada): que mucho toque toque y de aquello nada, que puso de moda el fútbol horizontal sobre el vertical, que entre tanto pase se les olvidó que el objetivo del juego es marcar goles, que tanta posesión para que en un contragolpe de segundos le anoten un gol. Varias de estas críticas desconocen convenientemente las murallas que tuvieron que crear los otros equipos, forzando el juego horizontal y con bastante toque para tratar de romperlas. Y no siempre fue posible.

(Sigue leyendo »»)