Semana de conspiración (4). LA toma del Palacio de Justicia

Como saben los utópicos lectores de esta bitácora, generalmente las teorías de la conspiración vienen en pares. He escrito dos entradas del Planeta Fútbol para aliviar la píldora de esta nueva teoría de conspiración, LA toma del Palacio de Justicia. Si ya la teoría de Las banderas falsas era difícil de asimilar, la del Palacio de Justicia es más dura aún. Preparémonos pues.

Hace 20 años, en La muerte anunciada, destacaba la toma de la espada de Bolívar y del Palacio de Justicia como ejemplos de la reconversión de los símbolos del poder en los que se fundamenta el Estado colombiano en aras del discurso y acción revolucionaria del M-19, una forma eficaz de nutrirse del imaginario político que aprende todo colombiano en la escuela para decirles que la tarea de independencia no estaba terminada. En este momento no sospechaba en absoluto del papel de Pablo Escobar en ambas acciones. Según cuenta su hijo en Pablo Escobar, mi padre, el M-19 le entregó la espada de Bolívar a Escobar, quien a su vez se la dio a su hijo Juan Pablo como un juguete más. (Sigue leyendo »»)

El trauma de Lubitz (y la catarsis)

Florece el humor negro con los viajes en avión de Semana Santa: “Nos vemos allá, si el piloto no decide hacer un Lubitz”. Estaba sentado en la segunda fila del avión y me dediqué a observar qué hacían las personas apenas se subían al avión. Casi todas miraron a la cabina de vuelo. ¿Buscaban a los pilotos? ¿Contemplaban el espacio desde donde se podría jugar sus vidas? Estaba tan cansado que dormí todo el viaje y no pude fijarme cómo sería la dinámica de la tripulación cuando alguno de los capitanes quisiera ir al baño.

C. me escribe que llegó bien a Brasil luego de ver una película no muy relajante para el vuelo: Gravity. Le dije que menos mal no pasaron Relatos salvajes, una película que evidentemente jamás será presentada en un avión, mucho menos después de Lubitz. Ya muchos han señalado que quizás la película inspiró a Lubitz. Una injusticia, porque precisamente la película lo que hace es brindar una catarsis para todos los que tienen tantos resentimientos acumulados y han fantaseado con estrellar un avión con todas las personas que les han hecho daño. No fue el caso de Lubitz, que acabó con la vida de 149 personas de las que no sabía ni le habían hecho nada.

Pensé que nunca iría a escribir sobre Lubitz. Me dejó seco, sin palabras. Luego de tomar el vuelo me di cuenta de que estaba empezando a nacer una especie de trauma de Lubitz. La gente que le tenía miedo a volar, ahora le tendrá pánico. Soy de los que puede leer mientras el avión está despegando. Esta vez sentí desasosiego. Un amigo con miedo a volar me decía que el problema es que un avión es una bomba volando, “se llega a despresurizar y se acaba todo”. Ni me atrevo a preguntarle qué siente ahora.

Después descubrí un miedo más profundo a que el piloto fuera un kamikaze. Me encontré con el temor de insensibilizarse al punto de irse contra una montaña sin importar la vida de los demás, completamente ciego o incapaz de ver una mínima luz al final del túnel. Me da pánico esa respiración serena antes de semejante impacto. ¿Cómo se hace la catarsis de eso?

App Mortal | ¿Funciona?

De la serie

App Mortal

Presentamos:

¿Funciona?

 

3 am. Llama mi amigo F. al teléfono:

–Daniel, disculpa llamarte a esta hora, pero ¿recuerdas la app que me instalaste sobre la expectativa de vida?

–Sí, claro, ¿pero qué te pasó para llamar a esta hora?

–La app dice que me queda apenas una hora de vida, ¿qué hago?

–F. respondió que llamaría a despedirse de las personas que más quiere. Ahora entiendo el motivo de tu llamada, me conmueves.

–No seas tan huevón, no te llamo a despedirme sino a preguntarte si esta mierda funciona de verdad o no.

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Lecciones de vida

De mis preguntas favoritas destaca la de qué haría si solo me quedara un día de vida. Ahora el filósofo francés Roger-Pol Droit lleva esa pregunta al extremo en su libro Si solo me quedara una hora de vida. Aún no lo he leído, sin embargo me puse a explorar la pregunta: ¿cómo condensar en una hora ese último día que me he imaginado? Le hice a F. la pregunta de Droit. De manera espontánea me respondió en un segundo: “Llamaría a despedirme de todas las personas que quiero”. Una respuesta que llevaré al Club del shock, sin duda; me dejó pasmado. Confieso que al reducir a una hora de vida el ejercicio, esa despedida final de los seres queridos no entró en mi top tres. Fue una especie de latigazo a mis prioridades vitales.

—Oye, ¿pero no es como llamar a amargarles la vida a los seres queridos, decirles “llamo a despedirme porque me muero en una hora”?

—Obviamente no les voy a decir eso, les diré cuánto los quiero y les daré las gracias por cuánto enriquecieron mi vida.

El latigazo fue aún más fuerte. Mi ser sigue clamando una gran aventura final, a pesar de que sé que F. tiene toda la razón. Algo tengo que cambiar.

Tarde en el club del shock

Después de la lectura de Sobre algunos temas en Baudelaire, un grupo de amigos creamos el Club del shock, dedicado a compartir entre nosotros experiencias chocantes. Nos hemos negado a transmitir estas experiencias en grupos de Whatsapp o de correo electrónico. Nos reunimos cada tanto guiados por la creencia de que el efecto del shock es más contundente si se comparte de viva voz… y con una cerveza y unas tapitas en la mesa.

Llegué tarde a la reunión por problemas técnicos con mi bicicleta y apenas pude escuchar un par de las experiencias narradas. B. estaba contando que cuando fue a recoger a su hijo S. al colegio, se encontró en el corredor a una niña llorando desconsolada. B. se acercó a preguntarle qué le pasaba. La niña aceptó el abrazo de B. y se calmó un poco. Luego la miró a los ojos y le dijo: “Es que ninguno de mis compañeritos cree que Dios creó los átomos, ¡ninguno! ¿Puedes creerlo?”. B. comprendió que no era el mejor momento para decirle que ella tampoco lo creía, comprendió que podría enviar a esta pobre niña a la dimensión desconocida. B. trató de explicarle que no todo el mundo cree que Dios haya creado los átomos, entre otras porque existe la pregunta de que si Dios creó todo, ¿en dónde estaba Dios para hacerlo si no había nada? La niña volvió a estremecerse: estaba recibiendo la descarga de un nuevo shock, si bien en este caso B. había tenido el tacto de introducir una pregunta, una inquietud, en la conciencia de la niña, una semilla que le sugería que las cosas podrían ser de otra manera.

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