Conocí al compositor belga JS en un viejo barco a vapor en el Congo. Allí había llegado yo por sapo. O, como descubrí tras los primeros síntomas de disentería, por imbécil. Mi amiga D, periodista, tenía que viajar al Congo a verificar unos datos para un reportaje que iba a publicar en el principal diario neerlandés. En el viaje de regreso le robaron su portátil, con todos sus apuntes y fotografías. Estaba en plena labor de reconstrucción y felizmente embarazada de seis meses. «¿Cómo te vas a ir así al Congo?», le pregunté.
—¿Qué más puedo hacer? M [el padre del bebé] no quiere saber nada de mí ni del bebé, tengo que cubrir mis gastos, ya sabes cómo es la vida de una periodista independiente
—Pero igual tiene que haber una alternativa, alguien en el periódico podría cubrirte.
—¿Crees que no lo pensé? Nadie puede ir, todo el mundo está ocupado con trabajo. ¿Y por qué no vas tú?
—No soy periodista, lo sabes.
—Sí, pero para verificar los datos que necesito no tienes que ser periodista, basta con que tomes apuntes y fotos. Ya sabes, el Congo siempre es una experiencia enriquecedora, pregúntale al capitán Marlow.
La cita de Conrad más el calambre que le dio en el estómago me lograron convencer:
—Puedo viajar por una semana, ¿sería suficiente?
—Si te concentras en lo que hay que hacer, cuatro días son suficientes, podrías tomarte dos para visitar la escuela de Poto-Poto, no debes irte sin verla.
Y así terminé en un barco a vapor por el Congo, en una aventura ni de asomo comparable con el viaje de Conrad quizás salvo en la duración: iba por una semana y terminé quedándome un mes. En la cubierta conocí a JS, que viajaba en busca de inspiración: la Orquesta Nacional de Bélgica le había encargado una composición para arpa con aires africanos que sería interpretada en un evento conmemorativo de los lazos entre Bélgica y el Congo.
—He escrito dos obras para arpa en toda mi vida. Las compuse para mi exesposa, arpista, con el ánimo de impulsar su carrera. Nos separamos de mala manera y desde entonces no he vuelto a escuchar obras para arpa siquiera, nada que me la recuerde.
—¿Por qué aceptó entonces?
—Es una comisión importante y la asumí también como un desafío personal. Pensé que ya todo estaba sanado y superado, pero me doy cuenta de que no es así. Además, a medida que el barco avanza, no entiendo a quién se le ocurrió que un arpa sería el instrumento ideal para acompañar este viaje.
El domingo pasado fue el estreno de la obra en el Bozar de Bruselas. JS me envió una invitación y asistí con gran curiosidad por escuchar el resultado. La obra en sí no me gustó mucho, sigo sin sintonizarme con la música dodecafónica, pero aprecié mucho el ejercicio de honestidad que legaba con ella JS. Logró subir el arpa al barco de vapor y reconocí algunos pasajes del viaje, el gran caos emocional que cada cuerda del instrumento evocaba en él y algunos ecos de los ritmos que escuchábamos en el barco, representados en la conga y los bongos. El arpa parecía que quería encadenar una melodía pero se imponía el desorden, la dodecafonía que irrumpía como una furiosa tormenta cuya única misión era sofocar su sonido. El rayo de los platillos terminaba por destruir cualquier intento de armonía.
Me pareció un retrato de viaje muy honesto. No era lo que el público esperaba, pero fue sin duda otro viaje al corazón de las tinieblas.