Sigo recordando con emoción ese momento en que paseé con mi bicicleta por Villanueva de los Infantes, el lugar desde donde Don Quijote empezó su andadura. A pesar de que siempre tenía presente que era un personaje de ficción, lo que me emocionaba era sentir, pensar, que ese lugar había sido el escogido por Cervantes para abrir su novela. Ahora que tenía la oportunidad de ir a Lepanto y ver el lugar donde perdió el uso de su mano izquierda sentí una emoción similar pero contradictoria: como zurdo no dejaba de ser algo masoquista ir a Lepanto y quizás salir de ahí como otro manco de Lepanto, a la vez que contemplar el lugar que en un día cambió la vida de Cervantes.
Nafpaktos, como se llama Lepanto hoy en día, es un bello pueblo griego, muy bien cuidado y con todas las facilidades de una ciudad. Tiene incluso una librería-café muy bien dotada, Adagio II (p.e. estaba toda la obra de Yalom en la que descubrí dos libros nuevos), con una selección hecha con lo mejor de cada tema. Desafortunadamente solo tiene pocos libros en otros idiomas, apenas una colección de poesía bilingüe griego-inglés. En uno de ellos encontré un poema anónimo lepantino a Cervantes, que traduciré al final.
En la memoria colectiva de Nafpaktos la batalla naval de Lepanto es el evento más importante acontecido en toda su historia. Hay tres museos dedicados a documentar la batalla; uno de ellos, la Torre Botsaris exhibe obras de varios pintores que la dibujaron, como Vasari y Tintoretto, trabajos que nos permiten imaginar cómo se enfrentaron más de 150.000 hombres en esta batalla en el golfo de Patras.
Varios residentes me preguntaron mi opinión sobre el lugar. Les dije que Lepanto era un sitio casi mítico, pues en el colegio cuando se hablaba de Cervantes siempre se mencionaba que había quedado manco allí. De hecho me atreví a decir que quizás Lepanto se recuerda más en nuestra cultura por ese hecho que por la batalla: «creo que muy pocas personas han escuchado el nombre de Nafpaktos», dije para sorpresa de ellos. «Ah, sí, Cervantes», me decían en respuesta, como tratando de recordar por qué les sonaba ese nombre, «La estatua en el puerto». Más exactamente, en el parque cultural dedicado al escritor.
Caminamos a ver la escultura, con la curiosidad de si tendría la mano o no, pues uno de los falsos mitos fue que se la amputaron después de las heridas sufridas en la batalla. «Mira, todavía tiene la mano», me dijo F, cosa que celebramos con alegría, aunque mi brazo izquierdo me recordaba inconscientemente que aún no había salido de Lepanto. La escultura ha sufrido dos pérdidas importantes: la pluma que tenía Cervantes en su derecha y la hoja del sable, así que era doble motivo de alegría que la mano izquierda existe todavía.
El siguiente sitio a visitar era el Castillo Veneciano de Nafpaktos, la fortaleza desde la cual se vigila la entrada al golfo de Corinto, de arquitectura única en Europa, con una posición privilegiada para observar el paso de barcos entre los puntos más cercanos del Peloponeso y la parte continental de Grecia, donde hoy se levanta el impresionante puente Rio-Antirio.
Como no, nos encontramos con jóvenes cazadores de pokemons: «Ahí hay uno, pero no lo puedo coger», me dijo entusiasmado uno de ellos, tranquilo porque no estábamos en el mismo plan y no éramos competencia para él, entre otras porque además yo solo veía la ciudad y el mar… He pensado que debería tener un pokemon impreso en acetato solo para aumentar aún más su realidad.
Hay dos playas principales, apenas distinguibles entre sí. Fue inevitable pensar en el conflicto colombiano cuando entré en el mar y sentí la diferencia entre los tiempos de guerra y los de paz. Mi brazo izquierdo se tranquilizó entonces.
Luego siguió la exploración de Nafpaktos en la noche. En Grecia realmente hay que tener muy mala suerte para encontrar un mal restaurante: la calidad de la comida logra que hasta al peor chef le salgan bien los platos.
Poema lepantino a Cervantes (anónimo)
Llegaste sin rumbo fijo
De paso
Atraído por los honores reservados
A los héroes
Peleaste con fiereza en la batalla
Que cubrió de rojo por varios días
El mar que era azulado.
Un cambio de viento
Favoreció a tu flota
Sobre los otomanos.
Nafpaktos
La ciudad donde se construyen los barcos
Te dio uno para las andanzas
De tu vida.
En tu caminar
Desde entonces
Con el alimento de la fortuna
Y el trasegar por los mares
Empezaba a habitar en ti
El Caballero de la Triste Figura