¿Por qué escribir?

1.

Isa, mi madre, cree recordar que mi primera erección fue entre los 4 y 5 años. Hasta ese momento nos duchábamos juntos. Cuando la sorprendí con el saludo a la bandera ella decidió que era momento de que me bañara por separado. Nada traumático, queridos lectores utópicos. Al contrario, me parece estar viendo un documental de esos de Naturalia (en la época no había cable ni acceso a Discovery Channel o National Geographic) en que la madre cree que ha cumplido con la tarea de educar a sus cachorros y es hora de que se aventuren a la vida por sí mismos. Pero, para ser sincero, no tengo mayor recuerdo de este momento ni de haber sentido algún dolor por empezar a bañarme solo. De hecho pertenezco al club de todos a los que una buena ducha les resulta inspiradora o creativa.

Sí recuerdo en cambio mi falta de preparación ante mi primera erección consciente, es decir, que no solo me siento erecto sino que además siento la pulsión del deseo ¡pero no sé qué hacer con ella! Un horror. Acababa de ver a Tránsito, nuestra joven empleada doméstica, bañándose desnuda con la puerta del baño abierta. Desde entonces es irresistible la imagen de una mujer bañada por el agua. Le debo así a Tránsito mi primera erección consciente –y el recuerdo inolvidable de que no tenía ni idea de qué hacer con esta.

2.

Hace poco vi un documental muy bello y en el Q&A posterior le preguntaron a la joven directora en qué momento había decidido que lo suyo era hacer cine. Respondió que después de una depresión había viajado a Europa y en un festival de cine sintió el llamado de su verdadera vocación: “Me di cuenta de que no quería o no podía vivir sin ver películas”. Curiosamente no mencionó el momento en el que pasó del acto de ver películas al de hacer películas, como si aún le faltara la conexión performativa. Su respuesta me llevó al recuerdo de mi primera erección. También al de mi primer beso con Raquel, la joven empleada doméstica de la tía Ligia, apenas dos años mayor que yo (15).

Habíamos coqueteado todo el tiempo en la laguna de Guarinocito, donde estaba la finca de mis abuelos. Yo nadaba feliz colgado de ella, acariciando todo su cuerpo, mientras ella se sonreía y me dejaba explorar dichoso. Luego, en la sala de la televisión, cuando estábamos solos la tomé tímidamente de las manos, ella me devolvió una caricia y sentí que era el momento de besarla apasionadamente. Mi corazón estaba a punto de estallar. Era tal mi inexperiencia que la dejé con babas de oreja a oreja. Cuando volví a mi silla ella tuvo que limpiarse la cara con todo el antebrazo.

3.

En una de sus entrevistas de cincuenta mil dólares, García Márquez decía que para él escribir era como tener un orgasmo cada mañana. Digresión: creo que fue en esta misma entrevista en la que le dieron a escoger entre un vallenato o las suites para cello solo de Bach (sus preferidas) y optó por estas, la versión de Pierre Fournier si no recuerdo mal, para decepción de los fanáticos colombianófilos (fin de la digresión). Años después puliría su respuesta sobre la experiencia de la escritura con una de sus frases más célebres: “Escribo para que mis amigos me quieran más”. Pasaba así de la función onanista de la escritura a una de amor al prójimo. Yo igual me quedo con la pregunta esencial que planteó en el prólogo de Crónica, “lo que más me sorprendió fue la forma en que había terminado por entender su propia vida”, como corazón de la escritura.

La pregunta por qué escribir tiene muchas respuestas. Hoy, después de la ducha refrescante, me parece haber encontrado una relación entre esa pregunta y la sexualidad, entre el paso de esa primera erección o ese primer beso para los que no estamos preparados y el impulso a escribir. Podría elaborarse un tratado sobre por qué hacemos el amor, tiramos, tenemos sexo, copulamos, etc., paralelo al de por qué escribir y aún así no llegar a comprender del todo la raíz de ese impulso inicial o, mejor, iniciático.

Son la vida y la experiencia las que nos van enseñando el camino de qué hacer con esa primera erección, con ese primer deseo de escribir algo sin saber muy bien qué, de hacer cine sin saber muy bien por qué, de crear porque sí. La gracia está en practicar con constancia o jamás mejorará la técnica amatoria o el arte de besar. El camino de esa experiencia nos dirá cómo hemos acabado de entender (con suerte) nuestra propia vida y la de los demás. En eso va mi respuesta.