Rock stars, un aperitivo

La llegada a Lucca nos sorprendió con todas las vías principales cerradas. Tratamos varias alternativas hasta que encontramos un parqueadero subterráneo a un kilómetro del centro histórico. Era obvio que la ciudad se preparaba para un gran evento, pero no teníamos ni idea de qué se trataba. Veíamos gente de todas las edades circulando en masa, hasta que vi a otro turista con un mapa que parecía tener la agenda de eventos del día. Era un gringo. «¿Qué hay especial hoy?», le pregunté. «Concierto de los Rolling Stones. Vinimos desde Roma a verlo con mi amigo». Le dije a F que si hubiéramos planeado venir a Lucca el 23 de septiembre a ver a los Rolling Stones no lo habríamos logrado tan bien como lo hizo el azar.

Empezamos a caminar hacia la ciudad amurallada. Lucca es una ciudad donde viven cerca de 90 mil personas. Se esperaban 60 mil para el concierto en la noche. Nosotros llegamos al mediodía y ya sus calles estaban llenas de fanáticos de la banda. Cuando atravesábamos el puente sobre la vía del tren, F me preguntó que si Mick Jagger no había fallecido ya. «No, está vivo todavía, creo que acaba de ser bisabuelo. Pero créeme, el día que muera, donde quiera que estemos, nos vamos a enterar». De ese tamaño es el fenómeno de los Stones. F lo confundió con Chuck Berry.

F empezó a preguntarse cuáles canciones de los Rolling Stones le gustaban. Mencioné algunas, pero a medida que caminábamos, los fanáticos tarareaban espontáneamente otros temas. Toda la ciudad estaba vestida para el concierto, incluyendo las librerías:

   
     

No nos quedó más remedio que empezar a perdernos por todos los caminitos y paseíllos que no estaban ocupados por los fanáticos. La ciudad es increíblemente bella, con una energía que invita a paladearla metro a metro. F estaba feliz tomando fotos, yo disfrutaba de los ángulos de belleza que ella encontraba. Pero seguía llegando gente, al punto que preferimos continuar nuestro viaje a disfrutar de Pietrasanta y sus galerías y volver a Lucca en un par de días. Las filas para entrar eran interminables, temimos que nos iba a ser imposible salir de la ciudad y a ninguno de los dos nos atraía la idea de ir al concierto. «Increíble, la mayoría de lo que tocan son las composiciones de cuando tenían 20 años y siguen llenado estadios 50 años después», comentaba F. Le daba toda la razón: esa es la mejor definición de clásico.

Leí en la prensa italiana la sensación que había causado Mick Jagger en su visita a Florencia. Le reservaron incluso una visita privada por el Museo de la Academia para ver el David de Miguel Ángel, mientras decenas de personas seguían cada uno de sus movimientos o tratando de tomarse un selfie con él.

En Pietrasanta también encontramos mucha gente, pensamos que quizás eran los refugiados de Lucca que habían abandonado su ciudad. Por la noche, cuando pasábamos a unos 30 kilómetros camino a Vinci, veíamos los juegos de luces del concierto. Qué fenómeno. La mayor congregación de melómanos que había conocido hasta ese momento eran las quince mil personas que se estima que asisten al North Sea Jazz Festival cada día, jamás una masa de 60 mil rockeros, casi nada para Mick Jagger. Con todo, después de esa sobredosis involuntaria de Rolling Stones, el sabor que nos quedó fue el de qué extenuante es ser una estrella de rock.