Termina el mes de la filosofía en Holanda. Son increíbles todos los recursos y escenarios que tienen los filósofos para ejercer su tarea. Revistas, cafés, tertulias, premios, eventos como el que ya llega a su fin por este año, un espectro que en suma le da mayor vitalidad a la sociedad holandesa.
Fui a la charla de Carolien van Bergen con el libro de A. para que lo firmara la autora. Cuando se lo entregué me preguntó que de dónde venía. Le respondí que de Colombia, y a pesar de su experiencia con viajes largos, le pareció que era una distancia considerable. “Todo empezó muy casual –le dije–: salí a darme una vuelta por el barrio hace más de 15 años y ya voy por acá”. Le alagó saber la influencia de su libro en A., y tuve que confesarle que desafortunadamente aún no lo había leído, pero sí el de Ruud Welten, Het ware leven is elders (La vida verdadera está en otra parte). Según la charla de Van Bergen, comparte ciertos temas con Welten, la pregunta por la naturaleza del viaje, la experiencia del turista, cómo asumieron sus viajes filósofos renombrados como Kant y Derrida, y las preguntas éticas sobre la actitud de los viajeros del Primer Mundo al Tercero. Muchos temas para intercambiar con ella.
Mientras Van Bergen hablaba, pensé en algunos rasgos que me gustan de la cultura holandesa: la determinación para lograr un objetivo, la figura literaria que rescató Carlos Fuentes en su Geografía de la novela asemejando la tarea del escritor a la de los holandeses con el mar: seguir adelante hasta lograr un territorio propio; la curiosidad por expandir sus fronteras (aunque no siempre es solo curiosidad obviamente), y ahí el tema del mes de la filosofía era ni pintado, y la curiosidad por escuchar las experiencias de los viajeros, como el grupo que estaba reunido frente a Van Bergen mientras filosofaba sobre el viaje.
El inverso de estas características es que puede crear gente terca, testaruda, como hemos conocido en Colombia a ambos lados de la mesa de negociación. Alguna vez una amiga holandesa me pasó su tesis de maestría para leerla. Como el lector crítico que soy, fui sincero con mi comentario: me parecía más un ensayo de un estudiante de primer año de literatura que una tesis de maestría. A mi amiga no le gustó mi crítica, un poco salvaje pero que fundamenté para ella, y lo que era una amistad se convirtió en animadversión.
Poco le faltó para decirme que la dureza de mi crítica era por ser ella mujer, reduciéndome a la infame categoría de macho latinoamericano, una evolución más de los discursos ad hominem. Tiempo después cai en cuenta de las dificultades que ella había atravesado para empezar una carrera universitaria. Aún así, pensé que lo mejor que yo podría hacer era comentar mi opinión de manera sincera, así estuviera equivocado, pues ella estaba tan entusiasmada con su texto que quería hacer una gira por Colombia hablando de sus hallazgos. Siempre he pensado que es mejor recibir estas críticas profundas de amigos, de personas que uno sabe que lo dicen desde una posición de afecto. Pero evidentemente me equivoqué con ella.
Van Bergen me la recordó en gran parte. No me parecieron sólidas sus reflexiones sobre la filosofía del viaje, pero después del sinsabor con mi examiga, creo que descubrí un nuevo rasgo positivo de esos valores del viaje por la vida holandeses: a pesar de haber publicado un libro y hablar como una persona experta en la materia, consideré a Van Bergen como alguien que compartía sus impresiones de viaje por un tema, similar a lo que hizo Freud con sus publicaciones sobre el psicoanálisis.
Recordé también mis esfuerzos fallidos cuando fui monitor en el seminario de Política Internacional en la universidad. Pretendí que los estudiantes se comprometieran con un tema para desarrollarlo durante el semestre en tres o cuatro entregas, donde (felizmente) podría verse una progresión sobre la visión del tema, pero no funcionó. Tiene su encanto sentir y ver que, como lo hace Van Bergen, son temas que tienen líneas de fuerza propia y nos corresponde ver cómo evolucionan en el tiempo. Van Bergen contribuye así a ganarle un poquito más de espacio al mar de la filosofía de viaje, no es ni tiene que ser la última palabra, y esto ya es de por sí una tarea loable.
Regresé a casa de A. para devolverle su libro firmado por la autora y me recibió con unas ojeras enormes: “¿Bruno no te deja dormir?”, le pregunté por aligerar el momento, pues sé de sobra de sus problemas para conciliar el sueño. “Soy yo la que no deja dormir a Bruno, pero eso para él no es problema, míralo ahí dormido plácidamente bajo el sol”. Le conté sobre la charla de y con Van Bergen y quedamos de ir al evento de cierre mañana. Salí de su casa pensando en A. y sus fronteras.