El mejor acuerdo posible (1). La hipótesis sofista

Con el anuncio del fin del conflicto armado ayer en Colombia la Bitácora Utópica abre una sección para acompañar esta nueva fase del proceso. Empecemos por felicitar a los equipos negociadores: el arte de la Utopía se basa en la selección del mejor escenario posible y este es el que ambos equipos han alcanzado. Ahora se abre el debate que siempre acompaña a todo planteamiento utópico: ¿será alcanzable?

En este primer análisis imaginemos el primer no: el 2 de octubre, fecha señalada para el plebiscito, los colombianos le dicen no al acuerdo. ¿Qué sucedería?

Como descubrió el joven Stephen Dedalus, la palabra Irlanda representa una cosa para su padre y otra para él. Igual sucede en Colombia con la palabra pueblo: es una cosa para las Farc, otra para el Estado. Y como sucederá también con el no. El discurso vencedor del sí obviamente dirá que el pueblo ha escogido el nuevo camino y ambos conceptos de pueblo podrán caminar juntos. Pero si el resultado es el no veremos de nuevo las diferencias en el concepto de pueblo de las partes. Para empezar, las Farc dirán que han sido los tentáculos de la plutocracia los que han derrotado a la voz del pueblo otra vez; el Estado hablará del triunfo de los enemigos de la paz, etc.

¿Qué haría las Farc en ese escenario? Uno pensaría que honraría las siglas EP y comprendería que esa P le está diciendo que no más E y es mejor entregarse. Pero con el grado de estulticia que ha demostrado a lo largo de su historia, en especial en las últimas tres décadas, perfectamente puede decir que el no es un mandato del pueblo a seguir luchando, que el pueblo le exige precisamente no entregar las armas, no bajar los brazos y las banderas para tomarse el poder y seguir trabajando por la sociedad justa que desea –cualesquiera que sean las definiciones de justicia y trabajo en el lenguaje de las Farc. (Sigue leyendo »»)

Momento Botticelli: el nacimiento de Mónica

Mónica Puig, medallista de oro

Mónica Puig, medallista de oro

Alucinante. Los Juegos Olímpicos vivieron ayer su momento Botticelli: el nacimiento de Mónica. La tenista boricua, que a principios de año no estaba ni entre las cien primeras de la WTA hizo un torneo de ensueño en el cual dejó en el camino a dos campeonas de grand slam: Garbiñe Muguruza y Petra Kvitová. La pregunta antes del partido era si podría continuar su gesta ante la actual número 2 del mundo, Angelique Kerber, vigente campeona del Abierto de Australia y subcampeona de Wimbledon, ambas finales jugadas nada más ni nada menos que contra Serena Williams.

Lo logró y de qué manera. Monica Puig hizo gala de un abanico de golpes contundente y exquisito a la vez: alternaba voleas una tras otra a las esquinas de la cancha para luego cambiar el ritmo y dejar drop shots con algodón. Fueron al menos cuatro las ocasiones en las que la misma Kerber aplaudió sus jugadas, en una muestra de deportividad muy bella de su parte.

Puig tuvo la medalla olímpica a tiro en el segundo set, pero Kerber demostró que no era una convidada de piedra, si bien para ese punto ya le había sucedido lo peor: no su dolor de espalda, sino que Puig con su día de eficaz gracia le había roto la moral. Kerber jugó todo el tercer set con lágrimas en sus ojos, llegó a exclamar Todo juega en mi contra. Esto en una mujer que ha jugado finales de Grand Slam. Su rostro hacía recordar el de Roger Federer ante una nueva derrota con Rafael Nadal, en la que se llegó a hablar de que sufría ya del Síndrome Nadal. Era conmovedor ver al tenista mallorquí consolando al suizo incontenible con sus lágrimas. La batalla épica de ayer también estuvo bañada en lágrimas: las de felicidad de Puig y las de frustración e impotencia de Kerber.

El 5-0 en el tercer set, la frescura en el cuerpo de Puig que decía que si el partido fuese a 5 sets ella no tendría ningún problema contrastaba con la lucha interior de Kerber por no derrumbarse y terminar el partido, algo totalmente insólito en una deportista alemana. Puig apenas cedió un juego, que no fue ninguna cortesía con Kerber, para ir por el Oro en el último con 5-1 a favor: Kerber tuvo hasta 6 bolas de quiebre por cuatro de medalla olímpica de Puig. Un partido épico que ya es parte de los anales del tennis.

La nueva campeona olímpica de 22 años dejó con su juego una declaración transparente: ha nacido una nueva estrella. Los aficionados al tennis tuvimos anoche la oportunidad de imaginar cómo fue ese momento mágico en el que Botticelli dio por terminada su obra: el nacimiento de Mónica Puig.

Sonó La Borinqueña por primera vez en unos Juegos Olímpicos. Cerremos esta entrada con otro de los himnos de Puerto Rico, ¡felicidades campeona!

 

Realidad aumentada: la Villa Olímpica

Máquina de escribir

Siempre esperaba la cita olímpica pero mi interés ha decaído. Seguía con entusiasmo el recorrido de la llama desde Olimpia hasta la noche de inauguración donde daría vida al pebetero en recuerdo de Prometeo. Las veces que he estado en Olimpia visito la ciudad antigua para tratar de imaginar cómo fueron los primeros Juegos.
Esta mañana hice un ejercicio similar: salí a caminar imaginando que estaba en medio de la Villa Olímpica. A todas las personas que me iba encontrando les iba asignando una disciplina deportiva: este que está como alto debe ser nadador o voleibolista, ah, aquí va un arquero, esta pareja de ancianos paseando el perrito deben ser viejas glorias olímpicas, ella de atletismo, él de gimnasia. Pasaron unos jóvenes discapacitados y me alegré de ver a los jugadores paralímpicos.
M. me contó que se emociona tanto con la ceremonia de inauguración que hasta llora. Le conté que me sucede lo mismo cada vez que me encuentro a un atleta olímpico. Me ha pasado ya cinco veces en Holanda: un medallista de bronce de canotaje, tres medallistas doradas de Hockey y una vez a Mariana Pajón. Son para mí semidioses.
El equipo paralímpico que vi esta mañana me recordó el punto más bajo del dopaje: el programa estatal ruso para dopar a sus atletas del cual no se escaparon ni siquiera los paralímpicos. ¿Habrá falta mayor de escrúpulos que dopar a los paralímpicos? Como con el ciclismo (esa sospechosa ventaja de Froome sobre Nairo en el Tour, por ejemplo), he perdido interés en varias disciplinas de los Juegos, pues solo hasta dentro de un tiempo sabremos si los medallistas fueron justos vencedores o seres dopados. Entiendo en parte el abucheo a los nadadores rusos.
Opté por concentrarme en todos esos atletas que representan la excelencia humana y seguí caminando por mi imaginaria Villa Olímpica. Fue entonces cuando me atacó otro instante filosófico: Caí en cuenta de que los basquetbolistas de la NBA se alojan en un yate en la bahía de Rio que cuesta como setenta mil dólares diarios. Nada para estos deportistas millonarios. Lástima que todo este lujo aparente les oculta la verdadera riqueza: vivir al menos por dos o tres semanas entre la élite deportiva mundial, el oasis utópico de los semidioses. Pasó el instante filosófico y con él mi ejercicio de realidad aumentada tipo Pokemon Go atrapando atletas imaginarios. Cuán lejos estoy de Rio.

Lecturas chismosas

Me encantan las (auto)biografías. Vienen a mi memoria las del Marqués de Sade (por Francine du Plessix Gray), la de Picasso (por Norman Mailer), las trilogías de Elías Canetti y Juan Goytisolo, los diarios de Kafka, Hesse y Kazantzakis, El diario de Moscú de Benjamin donde retrata su relación poliamorosa con Asja Lacis un siglo antes de que se inventara la palabreja, y un largo etcétera. Son bitácoras de navegación por la vida y se leen como novelas de aventuras por su misterio. Con este ánimo empecé la lectura de Joseph Anton: A Memoir, la autobiografía de Salman Rushdie.

No sabía quién era él hasta el escándalo de Los versos satánicos por allá en 1989, la obra que sin querer nos introdujo a muchos a la palabra fatwa y cuyo eco llega hasta nuestros días. Leí después Hijos de la medianoche, una traducción malísima de Bajo el sol jaguar que me forzó a buscar la obra original en inglés y Shalimar the Clown. Me atrevo a decir que Rushdie es uno de los más claros herederos del realismo mágico de García Márquez. Hasta que llegué a su autobiografía.

Joseph Anton es el nombre que él utilizaba para registrarse en los hoteles mientras huía de la fatwa. Es una composición de dos de sus escritores más queridos: Conrad y Chekhov. La obra podría incluirse en la literatura del secuestro, pues Rushdie se concentra en mostrar cómo era su vida durante la fatwa, que mantenía muy limitada su capacidad de movimiento y radio de acción. Aunque no lo dice, su máxima es la de Hamlet: O God, I could be bounded in a nutshell and count myself a king of infinite space, were it not that I have bad dreams. El nombre de su pesadilla es Padma Lakshmi, la bella modelo y foodie india-estadounidense. (Sigue leyendo »»)