Pensando en ti

F. me pregunta que en la escala de Me tienes loco cuál es el valor opuesto. Le respondo que el abanico es muy grande. Le hablé de casos extremos como La cuchilla de Las Hermanas Calle. Después de escucharlas por cierto mecanismo de protección todavía cree que este éxito es una broma enorme. Digresión: en una era en la que hacen tesis de doctorado sobre etiquetas de Twitter, ¿cuántas tesis de posdoctorado se ha perdido la sociología o los estudios de género porque las hermanitas Calle atacaran con una cuchilla de esas de afeitar y no con ácido?

Obviamente, a pesar de cierto tono inocente en la pregunta, sabía que F. quería saber en realidad cómo es mi estilo de separación, no vaya a ser que le saque una cuchilla de afeitar y le mate de paso a la mamá. Bien vista, es una pregunta fundamental a la hora de querer una relación en serio con otra persona. Hay libros dedicados a este tipo de preguntas. En el juego de predicciones de Google si uno busca “Questions that you should ask before…” la mayoría de sugerencias están relacionadas con el matrimonio.

La ventaja de enamorarse de un latino salsómano es que el espectro de canciones que acompañan ciertos momentos vitales es muy elocuente —solo que hay que conocer muy bien la salsa para interpretar bien la respuesta. Le respondí que en el caso de ella probablemente le dedicaría Pensando en ti, el clásico de Cheché Mendoza. (Sigue leyendo »»)

Causas de fuerza mayor

De paseo por la Biblioteca de Babel me encontré con la sección Biografías. O, mejor dicho, con una de las infinitas secciones de biografías que contiene. ¿Cómo saber que estaba en la verdadera? Me pareció que lo más acertado sería buscar una biografía que conociera bien. Me puse a buscar la de mi sobrinita. Hace poco me preguntó que cómo me la imaginaba de grande. “De personalidad alegre, dibujando, bailando, tocando el piano y trabajando para ahorrar dinero para viajar alrededor del mundo”, le respondí. Ella está ahora concentrada en buscar una solución de vida a los refugiados: “Voy a comprar un hotel muy grande donde puedan vivir y comer gratis todos”, me dijo mientras caminábamos de regreso a casa, con la convicción de que acababa de encontrar la solución al problema. Que le dijera que me la imaginaba viajando estaba muy lejos de sus planes ahora.

Caminé más de una hora buscando su biografía hasta que finalmente la encontré: “Larga vida”, fue lo primero que pensé ante el tomo de más de mil páginas. En otra charla le dije que los niños nacidos en su generación tienen una expectativa de cien años de vida. Para ella, que a sus siete años cuenta con esfuerzo hasta cien, le pareció una cantidad de tiempo cercana al infinito. “No se equivocaron los demógrafos, pero vamos a ver”, me dije al sacar el libro de la biblioteca.

Antes de abrirlo sentí un corrientazo. Mis manos se quedaron paralizadas a la espera de que pensara muy bien lo que iba a hacer. ¿Era ético leer su vida hasta los cien años? Por más que me llena de curiosidad ver cómo crece año tras año, que antes de que ella me lo preguntara ya me había tratado de imaginar cómo sería de adolescente, por ejemplo, sentí que era una frontera que no debía transgredir. “No voy a ver el índice, sería aterrador saber cuándo va a morir así yo ya no esté”, y decidí saltar a la página 30, a ver qué me encontraba. Hablaba de una tarde feliz en Place Keym cuando ella saltaba de los iglús de ladrillo a los brazos de su padre. Recordé la foto que tomé de ella volando con los brazos abiertos, sin ningún temor a caerse. “Vamos bien”, me dije. Pasé dos páginas más y me la encontré sentada en la mesa pidiendo que pusiera el video de “¡Vampiro vampiro!” de Los Corraleros de Majagual, una de sus canciones preferidas, en Youtube. Cinco páginas más adelante, la tarde en que salíamos de comprar los ingredientes para la comida y me pidió que la dejara subir al carrusel. Después de varias felices vueltas, se bajó y me pidió que por favor la dejara subirse otra vez. Al terminar le dije que íbamos a empezar a cocinar tarde y su padre se iba a molestar por la demora. “Culpa tuya”, me dijo. “¿Quéeee? Si vamos tarde es porque te dejé montar dos veces en el carrusel”, le respondí. “Sí, pero es que yo soy la niña y mi función es decir que quiero seguir dando vueltas. Tú eres el adulto responsable y tú eres el que tiene que decir no, lo siento, nos tenemos que ir… Yo cumplí con mi parte, tú, no”.

Podría ser una gran coincidencia, por definición son millones de libros de la biblioteca los que tienen las mismas páginas y en infinitos idiomas, pero quizás era la correcta. Pensé en otra biografía para estar más seguro. Vi el reloj, no tenía mucho más tiempo. Pensé en la de A. pero esta vez me permitiría ver qué pasaría esta noche en su fiesta de cuarenta años, sería maravilloso hacerle un chiste sobre algo que iría a suceder y dejarla con la intriga de por vida de cómo me enteré. (Sigue leyendo »»)

El cuarto piso

El próximo sábado A. cumplirá 40 años. Siente que se le acabó la juventud y por su actitud a mí me parece que está entrando en una segunda adolescencia, quizás tercera. “Lo más duro es ver cómo de todo lo que creía que iba a alcanzar antes de los 40 no he conseguido ni el cincuenta por ciento. Ya llegué al cuarto piso y solo puedo sentir que he fracasado en mi vida. ¿Tú cómo lo llevas?”, me preguntó, como si fuera un muerto viviente, o casi. Le dije que cuando cumplí 40 había experimentado varias novedades: mi primer examen de próstata, mi primer ataque de gota, los primeros correos de spam ofreciéndome viagra, seguros de defunción y uno especial en el que me anunciaban que acabada de ser escogido Woman of the Year, adelantándose a una posible operación de cambio de género, tan de moda hoy en día.

“Pero a ti te esperan otras novedades más duras –le dije mientras me ponía cara de que si acaso existían peores noticias–: entrarás a formar parte de ese grupo de cuarentones que tanto rechazabas, si llegas a fijarte en un hombre menor te llamarán inmediatamente cougar y probablemente tendrás que enfrentarte a la primera cana en el pubis”. Rápida y entre sonrisas me respondió que esa no le preocupaba porque hacía dos años se había hecho la depilación permanente con láser. “Estás bien preparada entonces”, le dije.

Descubrí un secreto a mis 25 años de manera muy prematura: la mejor edad para una mujer está entre los 40 y los 55, que es cuando se sienten más a gusto consigo mismas y más dispuestas a buscar con determinación y sin importar la opinión de los demás lo que les gusta y lo que quieren. Sin embargo, siempre me he preguntado en qué momento se da ese cambio de la joven mujer que llega al cuarto piso y la que empieza a disfrutarlo, en qué momento se transforma la angustia por la pérdida de la juventud en ganas de disfrutar sin importar el mañana. A. siempre se ha golpeado con las expectativas que se crea y de ahí que tenga una lista muy larga incumplida a una semana de entrar al cuarto piso. ¿Será que en algún momento esa lista se refunde, la quema, la pierde, la olvida y encuentra así la puerta a su edad dorada? Por una parte siento la alegría de imaginar a A. madura, por otra siento tristeza por perder su identidad de joven. ¿Qué más cosas cambiarán en ella? Sea como sea, ¡feliz cumpleaños A.!

Me tienes loco

Creo que es un relato breve de Macedonio Fernández el que dice algo como «fue tu ausencia cuando te despediste hoy en la tarde la que me hizo saber que te amaba». Si la mujer se marcha y da igual es claro entonces que no hay amor, según el termómetro de Fernández. Para los salsómanos la gradación está dada por la canción que evoca el ser amado. Con C. entendemos nuestro grado de enamoramiento con una mujer según la canción que nos gustaría bailar con ella. La fórmula inversa también aplica: sabemos el grado de despecho por la canción que nos gustaría dedicarle después de la separación. No entraré en el repertorio porque la lista de canciones para cada caso es bien extensa. Pero hoy quiero compartir una canción del gran Javier Vásquez interpretada por Maelo, que curiosamente no parece ser muy conocida y sin embargo es una de las expresiones de amor más profunda y apasionada que existen: Me tienes loco.

Como alguna vez dijo M., es una canción muy completa, lo tiene todo. En mi escala de enamoramiento, si bailo y dedico esta canción es porque el corazón va a estallar: