Alfredo «Chocolate» Armenteros

A Chocolate Armenteros le debo mucho de mi amor por la música cubana y el jazz latino. Él dice que siempre tocó son, jamás jazz latino, que solo porque había grabado temas instrumentales ya le llamaban jazz latino, pero lo de él siempre había sido el montuno. Falleció el miércoles pasado y fue un golpe duro, queda la fortuna de saber que sus temas lo han hecho ya inmortal. Si mal no recuerdo, la primera vez que lo escuché fue con el superclásico Choco’s Guajira, con el Grupo Folklórico y Experimental Nuevayorquino, en ese álbum épico de Concepts in Unity:

httpa://www.youtube.com/watch?v=g7BfpsanpU0

Que en una session de Échale salsita de Rubén González se puede escuchar así:

httpa://www.youtube.com/watch?v=JY6jdQ989HY
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¡Flóper desquiciado!

No todos los caminos llevan a Utópica. Durante varias entradas hemos acompañado a Florentino Pérez en la realización de su proyecto utópico, crear un Real Madrid que enamore. Como seguramente recordarán los lectores fieles de esta bitácora, hemos documentado varios casos de personas que han enloquecido en el camino hacia su propia Utopía. Hoy, como cronista utópico, me temo que he de registrar un caso nuevo. Carlo Ancelotti lo puso de relieve la semana pasada:

Zidane se va a convertir en el quinto entrenador del Real Madrid desde 2009 Recordemos que desde su vuelta a la presidencia, Florentino ha contado con Manuel Pellegrini, José Mourinho, Carlo Ancelotti y Rafa Benítez con anterioridad a la llegada de Zizou. Por ello, Ancelotti levanta la voz y lanza una pregunta: “Todo este abanico de entrenadores lleva a una pregunta de la que es necesario obtener respuesta: ¿De verdad es siempre responsabilidad del entrenador, es siempre éste quien está equivocado?”.

Asistí varios años a sesiones de Raynetics, un método de salud física desarrollado por Raimondo Fornoni. Con él tuve la fortuna de ver en acción a un auténtico maestro. Una mañana de domingo, después de haber dormido poco por exceso de trabajo toda la semana, me levanté con dolor de espalda. Pensé que mejor me quedaba descansando en cama pero también que una sesión de Raynetics podría aliviar el dolor. Raimondo notó mi molestia y sin decirme nada orientó la sesión de Raynetics hacia la espalda. Éramos al menos 20 personas. En ningún momento me hizo sentir privilegiado pero supe que ese día me estaba ayudando. Una hora después salí caminando sin dolor alguno. Fue la mejor lección de la esencia de la enseñanza que he recibido.

Pocas semanas después, Raimondo se fue de vacaciones a su Tirol natal y delegó a Mark sus clases en el gimnasio. Mark era un policía con excelente estado físico. Raimondo probablemente lo escogió por su disciplina y su esmero en seguir sus clases con la mayor dedicación posible. Cuando Mark empezó todos nos concentramos en seguirlo de tal manera que fuera fácil su trabajo de sustituto de Raimondo. Lo que más me sorprendió fue que Mark nunca miró a su alrededor. Estaba enfocado en hacer la rutina perfecta, ser el modelo que nosotros debíamos de reproducir, pero nada más. No tenía el ojo de Raimondo para ver que uno de sus alumnos tenía problemas de espalda y que la clase hoy podría hacer más énfasis en estirarla, por ejemplo.

Me recordó a varios profesores de Los Andes que llegaban con los resúmenes de sus clases guardados en carpetas plásticas para repetirlos año tras año sin que se deterioraran. Uno de ellos en particular se sentía muy orgulloso por su organización. Como Mark, no veía tampoco a sus estudiantes. Se sentía satisfecho con ser el mejor repetidor del conocimiento.

Algún día, cuando yo tenía 26 años, una amiga me preguntó que si no me interesaría dar clases de Ciencia Política en la recién creada facultad de la Javeriana. Yo ya sufría mi particular síndrome de don Quijote, influenciado por El juego de los abalorios, y me sentía incapaz de enseñar algo sin sentir algún grado de sabiduría: ser maestro es más que conocer la materia a la perfección, más que repetir esos apuntes amarillentos guardados con celo en carpetas plásticas. Decliné y creo que hice lo correcto, aunque me habría encantado poner en acción algunos experimentos de enseñanza utópicos. (Sigue leyendo »»)

Y usted, ¿qué opina?

Mientras J. se doraba en la playa me fui a caminar por uno de los pequeños muelles de Viareggio. Había muchos pescadores, probablemente ya pensionados que aún seguían cultivando su afición. Ubicado entre ellos, mirando al mar Tirreno, me pregunté qué estaba pescando yo. La respuesta llegó, como no, en forma de pescador pensionado de 1.60, corpulento, muy concentrado en la historia que espontáneamente me empezó a contar.

Parecía algo muy importante para él, no paraba de hablar y yo no encontraba la pequeña pausa que me permitiera decirle que no hablo italiano. Pensé que no me quedaba más remedio que escuchar su monólogo y permitirle que se desahogara, solo que no estaba preparado para la pregunta final: cosa na pensi? A lo que tuve que responder, inevitable: Scusa, ma io non parlo italiano.

El pescador me miró con cara de por qué no se lo dije antes, pero sin darle mucho más importancia se despidió y pasó a compartir su historia con oídos mejor preparados que los míos. Sin embargo, me gustó mucho el hecho de que un desconocido me contara una historia con la mayor de las familiaridades para terminar con la pregunta final: y usted, ¿qué opina? Era una forma muy original de conocer una nueva perspectiva sobre algo, preguntarle a un observador neutro. Nunca había hecho este experimento. Lo más similar fue formular una pregunta y lanzar las monedas para conocer la opinión del I Ching.

Recordé esta anécdota porque el jueves pasado, mientras F. hacía compras, me senté en una banca a ver la nieve caer. Después de cierto tiempo pensé que si se demoraba más terminaría convertido en un muñeco de nieve, irreconocible incluso para ella. En ese momento se sentó al otro lado del banco un hombre anciano, corpulento, apoyado en un bastón. Llevaba un sombrero elegante y me pregunté por qué nunca me ha gustado usar sombrero. El señor me pidió en español la hora. “Siete de la noche”, le respondí. “Se acabó el 2015. Mi esposa falleció el año pasado –me empezó a contar–, mi mejor amigo vive muy lejos, me he quedado en este país que no es mi patria y ahora no tengo energía para dejarlo, quizás debería hacer un último esfuerzo. Y usted, ¿qué opina?”.

Mientras él me contaba su historia yo lo miraba con asombro, pues su cara me resultaba cada vez más familiar. Escuché el eco de El otro de Borges y me entró pánico de preguntarle si también era colombiano. “Al fin y al cabo, al recordarse, no hay persona que no se encuentre consigo misma. Es lo que nos está pasando ahora, salvo que somos dos”, escribió Borges. “Si se queda sentado acá corre el riesgo de convertirse en un muñeco de nieve”, le respondí. Su sonrisa me resultó noble, como la de un hombre que recordaba que a él también le gustaba hacer chistes pero que no sabía en qué momento había perdido la facilidad para hacerlos. Me estremecí de nuevo. “Sería una buena excusa para evitar la cena de Año Nuevo a la que estoy invitado –comentó–, nunca he sido muy amigo de ellas, decir que me quedé sentado en un banco, me convertí en un muñeco de nieve y solo el sol de la mañana me permitió regresar a mi casa, pero creo que no me creerían”.

F. apareció con un montón de bolsas en la mano y me dijo que podíamos continuar. Le pregunté qué tanto había comprado y me dijo que me mostraría en casa: “¿Hay algo de última hora que quieras comprar? Ya casi van a cerrar todo”. La respuesta fue espontánea: “Sí, un sombrero”. Me quise despedir del anciano, pero ya se había marchado. “Hay una sombrerería maravillosa aquí cerca, vamos”. Me tomó del brazo y desaparecimos también bajo la nieve.

Grecia como cifra

1.

Yanis Varoufakis sigue asimilando la tortura por la que pasó este verano. En una entrevista con De Volkskrant la semana pasada continuaba exorcizando sus demonios. Esta vez agregó a Tsipras al baile: “Confié en él de manera equivocada: creí que éramos un equipo y al final él se rindió sin consultarme. Aceptó la presión de Dijsselbloem para que me relevaran de mi trabajo”. Igual se sigue mostrando poco autocrítico, de manera un tanto comprensible pues se le sigue acusando de ser un lunático marxista que casi hace saltar a Grecia por el precipicio.

En general, sus planteamientos económicos son acertados, pero falla en reconocer que su baza principal era el objetivo último de Schäuble. Presionó hasta el final con la amenaza de sacar a Grecia de la Eurozona (los países que comparten el euro, no de la Unión Europea) confiado en que el costo sería tan elevado que nadie querría asumirlo. De manera increíble no se enteró de todas las medidas que el Banco Central Europeo ha ido tomando durante los últimos cinco años para prevenir el efecto de contagio del Grexit. Tanto, que en la sesión de tortura por la que pasó Tsipras a la semana del célebre referéndum griego, Schäuble la puso sobre la mesa: “Lo mejor es que Grecia se retire por cinco años, haga sus tareas y se prepare para volver al euro”.

Varoufakis también evita incluir en el paquete de traidores a su camarada, amigo y sucesor Euclides Tsakalotos, quien al día siguiente de la entrevista de Varoufakis daba una a El Mundo donde se puede entender entre líneas que fue él quien puso el freno de mano a la estrategia de Varoufakis: Grecia no estaba lista para salir del euro, había muchas incertidumbres en el plan de la moneda paralela o del retorno al dracma y a la postre el país tendría que renegociar su deuda en una posición mucho más débil, so pena de convertirse en un paria en el mercado internacional, algo así como la Cuba europea.

En lo que sí lleva toda la razón Varoufakis es en el golpe de Estado que significó el acuerdo al que llegó Grecia, reduciendo al país a una especie de protectorado de Bruselas con cierto margen de maniobra que permite guardar las formas democráticas. (Sigue leyendo »»)

Pista a seguir

De la serie Échale salsita (aunque podría también ser parte de la serie Cómo se compone un son) nos encontramos con un cocinero mayor, Catalino “Tite” Curet Alonso, homenajeado por Andy Harlow en su clásico Mi primer montuno. A Tite Curet le debemos un montón de clásicos, es como el Bach de la salsa, pero lo que no sabía era que fuera el padre del son montuno, que es lo que da a entender al final de una estrofa Johnny Vásquez: “Curet Alonso me lo dio”. Hasta donde sé, hay acuerdo en que el creador del son montuno es Arsenio Rodríguez, luego no sé si Vásquez se refiere a que Tite es el compositor de Mi primer montuno. Algo para investigar, de pronto se trata de un capítulo más de la rivalidad entre el son cubano y la salsa, pero mientras tanto celebremos con esa canción de homenaje a Tite Curet, más algunos de sus temas archiconocidos e inmortalizados por Cheo Feliciano, Ismael Rivera, Héctor Lavoe, Pete El Conde Rodríguez, entre otros:

httpa://www.youtube.com/watch?v=KUF3mDhvIWU

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