Hojas de otoño

Llegamos un sábado en la mañana con F a Montecatini Terme. Nos pareció muy agradable la terraza de la estación del funicular que lleva al centro antiguo y nos sentamos ahí a desayunar. Al ver el menú descubrimos que los italianos no desayunan huevos, en ninguna de sus formas. Lo suyo son el café y los bizcochos. El mesero hace una excepción con nosotros y le pide al chef que nos prepare unos huevos en tortilla. Nos los trae fritos pero no le damos importancia. En la mesa de al lado hay una joven concentrada escribiendo. Me llama la atención que tiene un montón de páginas acumuladas a su lado y me pregunto desde qué hora estará escribiendo para alcanzar tal nivel de producción. Al paso que va pienso que trajo todo su trabajo para revisarlo en esta mañana de sol. Un plan fantástico, me parece.

De la montaña desciende una fuerte brisa y empieza a llevarse todas las hojas de su montón, que se elevan como alas al viento. Me levanto y salgo corriendo para atrapar las que más pueda. Ella se sonríe y nos dice en italiano que no, que no es necesario, que las deje volar, que ese es su propósito.

Veo cómo se alejan y le pregunto que por qué no le importa perderlas. «Son mi regalo para darle la bienvenida al otoño. Me gusta ver cómo las hojas se entremezclan, como danzan entre sí, un baile casual gracias a un fortuito viento. En ellas escribo poemas e historias que ojalá sorprendan a los caminantes. Tomen, les regalo una a cada uno». (Sigue leyendo »»)

Una película inédita de Berlanga

Pietrasanta – Degustación de vino en «Chez Moi»

Hacíamos una pequeña degustación de vino Castello Banfi en la enoteca Chez Moi de Pietrasanta. Un vino de aroma intenso, color púrpura profundo, cuerpo robusto y sabor elegante que perdura largo tiempo en el paladar.

Este pequeño placer se vio interrumpido por una niña que montaba bicicleta feliz en la plaza. Lo hacía mientras cantaba alguna obra aprendida en el coro de su escuela. Aquí sorprendí a mi inconsciente bajo los efectos del vino: «Leí en algún estudio que cantar ayuda a mantener el equilibrio, en especial cuando se aprende a montar en bicicleta», dije (o dijo). Traté de fijar el momento en que leí ese estudio y me llegó a la memoria el libro Singing in the brain, del profesor Erik Scherder (por cierto, muy superior a Musicofilia, de Oliver Sacks), pero igual no estaba seguro de que así fuera. Pensé que era otra broma de mi inconsciente, otro recuerdo inventado de esos que le gusta improvisar. Pero como para que no dudara del estudio, la niña dejó de cantar y justo perdió el equilibrio. Se cayó y empezó a llorar.

Padre recogiendo bicicleta

Ahí recordé otra remota trampa de mi inconsciente. Tenía cerca de 8 años y visitaba la casa de una prima, le habían regalado una bicicleta y le pedí que me la prestara para dar algunas vueltas en el barrio. Me la dieron con toda la confianza de que yo sabía montar bicicleta. No sabía, pero mi inconsciente me traía el recuerdo de que sí sabía.

Empecé a pedalear, me caí, me levanté y me preguntaba que cómo se me había podido olvidar. Así pasé tres horas, hasta que aprendí a hacerlo. Empecé a correr con gran confianza, pero igual me sentía aporreado por tantas caídas. Llegué completamente emparamado de sudor después de tantas vueltas a devolver la bicicleta. Años después, cuando aprendí que montar en bicicleta es de esas cosas que jamás se olvidan, no tuve duda de que había caído (literalmente) en una trampa del inconsciente. (Sigue leyendo »»)

Neptuno enjaulado

De regreso a Florencia temía el reencuentro con el Neptuno de Ammannati, esa escultura que casi me noquea en la Plaza de la Señoría. Parqueamos en el Mercado Central y de ahí nos dirigimos a la plaza, con una parada para disfrutar del Duomo y la Torre de la Campana. A medida que nos acercábamos a la plaza empecé a sentirme nervioso. No tenía ni idea de cómo iría a reaccionar, si volvería a golpearme tan fuerte como lo hizo la primera vez. Le dije a F que si me caía no temiera en echarme agua en la cara. Apenas entramos a la plaza cerré los ojos y los abrí apenas escuché la carcajada de F: «¡Está en restauración». Ella dudaba bastante sobre mi historia; no la culpo, si yo mismo la escuchase pensaría lo mismo, pero los síntomas son reales. Me empecé a reír con ella: «Neptuno enjaulado», así no me hizo ni cosquillas.

Neptuno enjaulado

Con cada respiración me sentía más ligero. Sabía que nuestro reencuentro quedaba pospuesto por lo menos un año más. Sin embargo, verlo tras las rejas me inspiraba el mismo respeto que un toro atrapado en un coso. Disfruté la tregua, pero igual me quedé con la duda de saber cómo voy a reaccionar la próxima vez que lo vea –y renovado.

Giannis, el barbero samurái

Recién he descubierto un nuevo pequeño placer. Me dejo de afeitar durante una semana para ver cómo crece mi barba blanca hasta que me empieza a picar en el cuello. El pequeño placer es ir a la barbería de los marroquíes para que me afeiten.

Varios de ellos hablan español. La última vez me atendió Rachid. A la silla para cortar el pelo le cambia el cabezal, la inclina un poco y quedo en posición casi horizontal para facilitar la afeitada. Primero me pone unas compresas de agua tibia para dilatar los folículos, acompañadas por suaves masajes a presión. Luego toma la brocha y prepara la espuma en una pequeña taza. Empieza a esparcirla sobre mi barba incipiente hasta dejarla totalmente homogénea. Toma su navaja barbera y siento cómo el corte llega a la raíz de la piel. Cuando desliza la navaja por la traquea no puedo dejar de pensar que bastaría un leve corte de Rachid para desangrarme por la yugular. Es un toque de emoción añadido al rito.

Una vez terminado pasa a limpiar los restos de espuma con las compresas que usó al principio y luego las remplaza por otras con agua fría para cerrar los poros de la piel. Me aplica un aftershave y quedo muy contento con la sensación del resultado. Todo este placentero ritual por la módica suma de 5 euros. (Sigue leyendo »»)

Encuentros con Amedeo

1.

Arribamos a Montmartre pasada la medianoche. De camino al apartamento que nos prestó una amiga para pasar algunos días nos encontramos con un aroma especial. Provenía de una panadería que tenía en su vitrina un afiche que decía Ganadora tres veces del título de mejor pastelería del año de Francia. Fue un guiño en la ruta que nuestra amiga nos describió para llegar a su casa. F., mi esposa y fotógrafa aficionada, ya había capturado varias imágenes que inmortalizó Brassaï. Le dije que a primera hora estaría en la panadería para traer una baguette y croissants para el desayuno.

2.

Llegué puntual. Había una fila un poco larga, señal clara de la calidad de la panadería. Se movía además con cierta rapidez; apenas había tiempo de decir buenos días y hacer el pedido. Vi muchas otras delicias pero entendí que no había tiempo para preguntar qué eran. Me limité a la baguette y los croissants. Emprendí mi camino de regreso con una sonrisa por los tesoros que llevaba bajo el brazo y un hombre de unos 35 años, vestido como un mendigo y que parecía recién salido de un bar, me saludó y me ofreció comprar un cuadro de Modigliani, una reproducción casi original de mi esposa Jeanne por €50. Traté de seguirle el juego, le dije que me gustaba muchísimo pero estaba un poco costoso para ser un casi original. Abrió la bolsa con los croissants y me dijo: «De acuerdo, lléveselo por este par de croissants y la baguette. Acepté para llevarle una sorpresa más a F. Le dije adiós y le envié saludos a Jeanne. Regresé a la panadería a hacer fila de nuevo. La vendedora me vio y creo que reconoció que ya me había atendido. Miró mi cuadro casi original recién comprado y dijo Modi con una sonrisa.

3.

F. abrió la puerta y me recibió con un beso. «Mira -le dije-. Acabo de comprárselo a Modigliani en persona». Le conté la historia y tuve la impresión de que creyó que me la estaba inventando: «A esta hora Modigliani debe estar profundo durmiendo». Igual la hizo reír un poco, puso el cuadro sobre la mesa y empezamos a desayunar.

Justo en ese momento llamó nuestra amiga J para preguntarnos si queríamos ir a ver una obra de teatro esa noche sobre la vida de… Modigliani. Le dije que no me iba a creer la historia que acababa de suceder. «¿Entonces es verdad? Leí en la prensa que el actor que lo representa está tan sumergido en su papel que se le ha visto vendiendo cuadros por Montmartre personificándolo». «Aquí estamos desayunando con el retrato de Jeanne con sombrero. Nos vemos esta noche».

4.

Cuando llegamos al teatro reconocí en el afiche y las fotos del montaje a Modigliani. Nos sentamos expectantes a ver la obra. Tenía tres partes:

En la primera aparecían sobre el escenario seis pares de esculturas de piedra, cada par era una cara esculpida por Brancusi, la otra por Modigliani. Entraban los dos artistas en escena e intercambiaban impresiones sobre su vida y el arte. Brancusi había roto hacía algún tiempo con Rodin sin tener muy claro cuál camino seguir. Fue en el mercado de los Amuletos donde adquirió sus primeras máscaras y esculturas africanas y empezó a hacer sus esculturas inspiradas en ellas. Modigliani se sintió atraído por los logros de Brancusi y este le convenció para que empezara a ensayar con la escultura. Le dio algunas de sus máscaras de regalo y era inevitable ver sus futuros cuadros prefigurados en ellas.

La segunda parte estaba dedicada a una danza contemporánea donde los bailarines iban adoptando las formas de los desnudos de Modigliani de su período después de la escultura. Modigliani los dirigía con su pincel y ellos iban armando el cuadro en 3D. Apenas lo lograban, se congelaban por unos instantes como para que el público pudiera memorizar las obras. Lograron representar cerca de ocho cuadros.

La tercera parte era la más dramática. Modigliani entraba a su casa como me lo había encontrado por la mañana, con la bolsa de croissants y la baguette en las manos. Jeanne lo esperaba. «Traigo croissants frescos, me los dio un elegante traficante de armas a cambio de una copia de tu retrato». J y F se sonrieron y me miraron: «¡¡Con que traficando armas en Montmartre!!». Agradecí que no pusieran en duda mi elegancia… Esta última parte se concentraba en el año final terriblemente trágico de la joven pareja y su bebé de escasos 14 meses de vida. Las dificultades de Modigliani para vender sus obras, la tuberculosis que cada vez era más manifiesta y él trataba de ocultar bebiendo alcohol, la amenaza de perder a la bebé por la incapacidad material para sostenerla, el deseo de Jeanne de casarse para tranquilizar en algo a sus padres. La escena terminaba con la tumba de Jeanne y Modigliani en Père Lachaise mientras Brancusi leía un poema dedicado a su amigo. Pasó un largo silencio hasta que alguien se atrevió a aplaudir.

5.

F y J insistieron en que pasáramos a saludar al actor, básicamente para burlarse de mí otro rato. «¡Ah, mi nuevo cliente! -dijo apenas me vio-. Mañana tendré otro cuadro para usted. Muy buenos los croissants, por cierto». Lo felicitamos por la obra y con cara bastante seria se despidió tajante: «No es fácil morir cada noche». Tomó rumbo probablemente a algún bar. F me dijo con auténtica preocupación: «Cómprale una botellita de leche también a la pequeña Jeanne».

6.

Le escribí un emilio a mi amigo C contándole la historia, haciendo especial énfasis en que al final F y J le dieron más importancia a que yo era un traficante de armas que a mi elegancia. C respondió de vuelta: «Se me adelantó a la historia que le iba a escribir, me pregunto qué pensaría si le hubiera llegado primero. Anoche nos pasó algo parecido. Estuvimos en La Candelaria y cenamos con José Asunción Silva, por supuesto vestido con traje de época. Estuvimos de sobremesa con él y nos estuvo leyendo varios de sus Nocturnos hasta que nos echaron del restaurante. Se despidió con un profundo silencio y nos dejó de recuerdo una sola sombra larga… Todo un poeta: gracias a sus encuentros con Amedeo ahora entiendo que con ese silencio Silva nos decía también que no es fácil morir cada noche…».

Quedamos de vernos a nuestro regreso a Bogotá. Con suerte, con un Modigliani casi original para él.