La metamorfosis de Venezuela

Los estudios utópicos están estrechamente relacionados con la metamorfosis, con el cambio, con ese proceso de transitar del punto A al B al cual ya no se llega igual. Los cronistas utópicos registramos ese camino que, como bien sabemos, puede terminar en Z o cualquier otro destino. Tomemos el caso de Venezuela, ¿hacia dónde va?

Recuerdo el perfil que hizo García Márquez para la rescatada revista Cambio por allá en 1999, el párrafo final es inolvidable:

El avión aterrizó en Caracas a las tres de la mañana. Vi por la ventanilla la ciénaga de luces de aquella ciudad inolvidable donde viví tres años cruciales de Venezuela que lo fueron también para mi vida. El presidente se despidió con su abrazo caribe y una invitación implícita: “Nos vemos aquí el 2 de febrero”. Mientras se alejaba entre sus escoltas de militares condecorados y amigos de la primera hora, me estremeció la inspiración de que había viajado y conversado a gusto con dos hombres opuestos. Uno a quien la suerte empedernida le ofrecía la oportunidad de salvar a su país. Y el otro, un ilusionista, que podía pasar a la historia como un déspota más.

Es una maravilla no solo el ojo futurista de GGM, también esa sutiliza para dejar un aviso a navegantes. La historia venezolana ha disipado con creces cuál de los dos hombres opuestos se impuso en Venezuela. Y llegó Maduro, pero desviemos la mirada por unos instantes a Chile.

El país austral vivió el proceso inverso de Venezuela: la llegada de una dictadura de extrema derecha. La diferencia fundamental es que el chavismo se apropió del Estado a través de las urnas, esto hace que su tasa de homicidios sea sensiblemente más baja que la dictadura de Pinochet. De la transición de la dictadura de Pinochet a la actual democracia, los chilenos sacaron unas lecciones importantes que la oposición venezolana ha escuchado atentamente. La principal: llevar el registro de las actas de votación. Los venezolanos copiaron este control con gran éxito: hoy es posible consultar el 81.7% de las actas de votación y el resultado es categórico: Edmundo González recibió el 67% de los votos, Maduro, el 30%. Con suerte esta semana se conocerá la auditoría que el Tribunal Supremo de Justicia hará sobre las actas de votación. La conclusión es de prever. Ese pronunciamiento será suficiente para que Maduro afirme que no tiene que mostrarle las actas a nadie. El fraude quedará consolidado.

Por la experiencia de Cuba y Nicaragua, sometidos a gran presión internacional contra sus regímenes, sabemos que el alcance de esta es importante pero no definitivo para lograr su caída. Venezuela no será la excepción. No solo por no dejar el poder sino por prevenir que se conozca toda la corrupción del sistema y sea inevitable el juicio por malversación a toda la cúpula chavista/madurista. En términos reales el único que puede cambiar el rumbo de Venezuela y hacer valer las urnas es el ejército nacional. Pero si es cierto lo que denuncia la oposición, el nivel de corrupción en sus filas por la mermelada de Maduro es alto. Sin duda, un actor a seguir. (Sigue leyendo »»)

Por un Estado laico en Israel y Palestina

Esta crónica utópica nace de la experiencia desgarradora del ataque inhumano de Hamás en Israel. Ver a jóvenes que festejaban acribillados sin compasión es brutal. Como también lo será la respuesta que los extremistas le exigen a Israel. Parece que solo se sentirán satisfechos con la desaparición de la franja de Gaza.

Hoy mi ser utópico se levanta pensando sobre la convivencia que han logrado judíos y musulmanes en todos los países de Occidente. En Ámsterdam tengo amigos judíos y musulmanes, hemos compartido todos sin problema tardes de sol. Cada uno respeta sus creencias y nunca son motivo de charla o discusión. ¿Por qué lo ha logrado Occidente y no Israel y Palestina?

Desde 1974 la ONU ha insistido en la solución de los dos Estados para resolver el conflicto. Si la experiencia occidental en la que conviven judíos y musulmanes sin atacarse mutuamente nos dice algo es que otra solución posible es crear un Estado laico en Israel/Palestina que se preocupe por el bienestar, convivencia y prosperidad de todos sus habitantes, sin distinción de la religión que practiquen, donde el principal problema sea encontrar un nuevo nombre que refleje su nueva realidad. (Sigue leyendo »»)

ChatGPT: primeras impresiones

1.

Cuando empecé a escuchar y leer de ChatGPT tuve la impresión de que era un motor de búsqueda que presentaba los resultados de Google de manera más elaborada. He leído de manera reciente a algunos columnistas que todavía dicen que no hace más que completar las frases que el usuario escribe. Error.

2.

Hace algunos meses, el ministerio del interior neerlandés se vio obligado a revelar el código fuente de la aplicación DigiD, que se utiliza para identificarse ante el Estado para tareas administrativas. Un usuario publicó una captura del código revelado.  Y otro usuario le pidió a ChatGPT que analizara ese código. La respuesta me dejó boquiabierto. No solo hizo un análisis correcto de la función sino que además propuso una alternativa más elegante y breve, si bien tiene margen de mejora, como lo demostraron las más de cien alternativas que presentaron otros programadores. A partir de este punto me pareció que tenía que dejar de lado los comentarios que había leído y lanzarme a vivir mi propia experiencia con la IA. (Sigue leyendo »»)

Democracia, genocidio y negación: una neurosis de larga duración

Estudié Ciencia Política por varios motivos, entre ellos, la existencia de niños abandonados en las calles de Bogotá, la retoma brutal del Palacio de Justicia, la lectura de los Escritos Políticos de Hermann Hesse, que me llevaron entre otras a desarrollar mi primer síndrome de Don Quijote, a la lectura de Paideia y a sembrar los pilares de mi pensamiento utópico. Me gradué de la universidad sin haber tocado de lejos ninguno de estos temas, con una terrible angustia porque sentía que había un abismo entre la realidad estudiada en la universidad y la que vivíamos afuera. La palié un poco con mi monografía de grado, en la que hice un estudio del Estado colombiano desde otro ángulo, creo que más acertado pero que incluso hoy en día se queda corto, el propuesto por el profesor Fernán Gonzáles de País en construcción, que en realidad es una figura benévola para un Estado apropiado por la plutocracia nacional y sin interés alguno en crecer para cubrir a todos los colombianos. También investigué un poco la toma y retoma del Palacio, un estudio que también he ido actualizando con el tiempo y el descubrimiento de nuevos hechos.

Esta semana ha habido dos acontecimientos que me han confirmado que, en efecto, la Ciencia Política que estudié está muy desfasada con la realidad de Colombia: la condena de la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) al Estado colombiano por el genocidio sistemático de la Unión Patriótica durante 20 años y la de Camilo Tarquino, expresidente de la Corte Suprema de Justicia por ser miembro del Cartel de la Toga. (Sigue leyendo »»)

La ley de la corrupción: se mete o lo sacamos

Gracias a Narcos la ley de los dos metales del narcotráfico, plata o plomo, ha alcanzado resonancia mundial. Ahora que leo el libro La impunidad del poder, de Ramón Jimeno, quiero encontrar un nombre para la ley de la corrupción en Colombia. Un poco de contexto: el libro de Jimeno trata sobre dos hombres, el coronel Carlos Alfonso Velásquez y el abogado y defensor de los Derechos Humanos, flamante nuevo ministro de Defensa del gobierno de Petro, Iván Velásquez. Ambos tuvieron que enfrentarse a lo que cualquier ciudadano de bien debe confrontarse cuando va a trabajar con una entidad pública en Colombia, desde una universidad hasta cualquier ministerio: con la corrupción.

Ese encuentro es un rito de pasaje que separa a los niños de los hombres, que dirían sarcásticamente los corruptos. Le doy el nombre tentativo de ley de la corrupción: se mete o lo sacamos. La historia de los dos Velásquez tiene ese punto común: ambos respondieron por ahí no paso, sáquenme (si pueden). Jimeno narra la lucha de ambos contra esos poderes que dan la impresión de que ya son mayoría en las instituciones públicas. Resuena esa frase resignada de una examiga mía que utilizan todos los que están en el ajo: todos lo hacemos. Y no todos sobreviven para contarlo: las excepciones merecen libros como el de Jimeno. Seguiré pensando en el nombre para esa ley, se aceptan sugerencias.