Cupido (Utópica style)

Hace poco estuve en un concierto de una nueva banda que interpreta arreglos en su estilo de temas de la música latinoamericana, desde la salsa hasta la tropical. Fue una tremenda sorpresa cuando empezaron con la moña o riff de la salsa, nuestro Smoke on the Water, los acordes de La murga de Panamá del maestro Willie Colón. Obviamente se me erizó la piel, cerré los ojos y dejé escapar ese sonido gutural de placer que nace naturalmente en estos momentos.

Después del concierto tuve la oportunidad de charlar con el trombonista, un joven griego de 28 años. Le conté que admiraba su valentía porque Willie Colón utiliza la misma entrada en sus conciertos recientes pero acompañado por dos trombones más como mínimo. Así de exigente es esa entrada. Empezamos a hablar de otras referencias musicales y le pregunté que si había tocado Eres, de Santiago Cerón, con esos solos de trombón tan exquisitos.

«No –me respondió–. ¿Podemos escucharla en Youtube ahora?». La sintonizamos y quedó fascinado. «Si la bailas enamorado con tu pareja habrá fuegos artificiales esa noche», le dije. Me miró desconcertado. Recordé una entrevista con el cantante de Jarabe de Palo en la que decía que lo increíble y lo que diferenciaba al público latinoamericano del español era que la música en América Latina se siente en las entrañas, «es una cosa visceral», mientras que los españoles viven del éxito del verano que al año siguiente será remplazado por el nuevo.

«Tú como trombonista, si tocas esa canción con el corazón, tendrás un ejército de mujeres lanzándose sobre ti». Me miraba como si le estuviera ofreciendo 70 vírgenes a un yihadista. «¿En dónde es esto?». Le conté que teníamos varias ciudades salseras, Cali la principal, pero también en Barranquilla, Medellín y hasta sectores de Bogotá. «Es de los grandes placeres de la vida, bailar pegado con tu pareja», le remaché. Le puse otros videos de mujeres bailando en Cali y fue como ver el paraíso para él.

Empacó su trombón y anoche nos despedimos con un fuerte abrazo. En estos momentos debe estar cruzando el Atlántico rumbo a Cali. «Muy de malas si no regresas enamorado», le dije, y él partió con ilusión y una sonrisa.

Deseémosle suerte:

Matrix, origins: An instagrammable life

Siguiendo una reflexión budista, aquella que dice que lo que nos sorprende del mundo exterior nos sirve para hacer un puente con nuestro interior, empecé la serie El arte del selfie como el arte de reflejarse en la imagen, en franco contraste con el culto narcisista de la autoimagen. La serie tuvo un origen anterior: el deseo de retratar a las personas antes, durante y después de un selfie, captar ese momento en el que le decimos a la cámara cómo somos de cool y felices, como estas protagonistas anónimas cerca del Castillo de Praga:

Selfie grupal en Praga

Pero leí una noticia este fin de semana que le dio un giro radical a mi percepción. Decía que los millennials buscan sus destinos turísticos según qué tan instagrameables sean, si se verán bien de fondo en una foto para su cuenta en Instagram. Aquel placer del paseante, del flâneur que se perdía por una ciudad para conocerla, es taaaan decimonónico para estos jóvenes: ese placer ya no existe, o sí, en la medida en que se encuentre un cuadro que aguante Instagram, que amerite ser instagrameado. Lentamente se empieza a vivir para la Red, para la realidad virtual. El sueño sería caminar con los lentes de realidad aumentada y ver los bellos momentos que otros han vivido por los lugares que está recorriendo, por ejemplo, y contribuir en tiempo real con las imágenes propias. ¿Quién querría quitarse esos lentes?

Imaginé también que los autos sin conductor proyectarán en sus ventanas viajes virtuales para ir a la oficina: ¿por qué limitarse a ver la tediosa avenida que se recorre para ir al trabajo cuando se puede simular un viaje de aventura por el Gran Cañón para cambiarlo al día siguiente por un recorrido por la Plaza de la Concordia en París y así sucesivamente? Creo que ya hay un ascensor en Nueva York que hace algo parecido: anima con diversos timelines su recorrido, mucho mejor que ver un muro gris.

Lentamente se empieza a vivir más en la realidad virtual, legiones de vidas ansiosas por conectarse desde sus habitaciones a sus redes sociales para ver qué está pasando, la vida en función de qué se va a decir o mostrar en la Red. Los sobrevivientes serán aquellos que no tienen cómo conectarse a las redes (cada vez menos) y aquellos que son capaces de desconectarse de estas y aventurarse por el mundo offline y su capacidad para forjarse una vida que aguante la realidad.

Y el Barça hizo la tierra temblar

1.

48 horas después sigo sin voz. Jamás había gritado un gol con tanta emoción e intensidad, por un instante creí que me iba a desmayar por falta de oxígeno, no podía parar de gritar el gol. Después del 4-0 tan doloroso en París, consecuencia de la falta de coordenadas de Luis Enrique y su radar averiado, no me sentía muy optimista con la remontada. La cifra de Luis Enrique era correcta: se necesitaban 6 goles para compensar el gol como visitante que probablemente anotaría el PSG: ¿6-1? Algunos hablaban de utopía por aquello de hacer posible lo imposible, pero más parecía una quimera.

2.

Utopía es encontrar el técnico que sea capaz de conducir un Ferrari y llevarlo por destinos maravillosos e insospechados, tal como hizo Guardiola con su Barça. Emery clasifica de sobra en esa categoría. Es de esos técnicos, como Sampaoli o Paco Jemez, que nos hacen preguntarnos qué tal serían al frente de un equipo grande. Probablemente Emery no desmeritará su puesto y ganará la liga francesa. Ayer estuvo a punto de alcanzar una nueva cota personal y para su equipo: llevar al PSG por primera vez a octavos de la Champions nada más ni nada menos que derrotando 4-0 al Barça en París.

No tenía para nada fácil el planteamiento del partido: el Barça anunciaba los vientos de guerra con sendas goleadas. A pesar de que sabe cómo jugarle al Barça, las bajas que tenía lo motivaron quizás a optar por la vía conservadora: defender con todo el equipo y confiar en algún contragolpe por algún descuido. Ahí estaba el matador Cavani listo para castigar. (Sigue leyendo »»)

Momento Botticelli: el nacimiento de Mónica

Mónica Puig, medallista de oro

Mónica Puig, medallista de oro

Alucinante. Los Juegos Olímpicos vivieron ayer su momento Botticelli: el nacimiento de Mónica. La tenista boricua, que a principios de año no estaba ni entre las cien primeras de la WTA hizo un torneo de ensueño en el cual dejó en el camino a dos campeonas de grand slam: Garbiñe Muguruza y Petra Kvitová. La pregunta antes del partido era si podría continuar su gesta ante la actual número 2 del mundo, Angelique Kerber, vigente campeona del Abierto de Australia y subcampeona de Wimbledon, ambas finales jugadas nada más ni nada menos que contra Serena Williams.

Lo logró y de qué manera. Monica Puig hizo gala de un abanico de golpes contundente y exquisito a la vez: alternaba voleas una tras otra a las esquinas de la cancha para luego cambiar el ritmo y dejar drop shots con algodón. Fueron al menos cuatro las ocasiones en las que la misma Kerber aplaudió sus jugadas, en una muestra de deportividad muy bella de su parte.

Puig tuvo la medalla olímpica a tiro en el segundo set, pero Kerber demostró que no era una convidada de piedra, si bien para ese punto ya le había sucedido lo peor: no su dolor de espalda, sino que Puig con su día de eficaz gracia le había roto la moral. Kerber jugó todo el tercer set con lágrimas en sus ojos, llegó a exclamar Todo juega en mi contra. Esto en una mujer que ha jugado finales de Grand Slam. Su rostro hacía recordar el de Roger Federer ante una nueva derrota con Rafael Nadal, en la que se llegó a hablar de que sufría ya del Síndrome Nadal. Era conmovedor ver al tenista mallorquí consolando al suizo incontenible con sus lágrimas. La batalla épica de ayer también estuvo bañada en lágrimas: las de felicidad de Puig y las de frustración e impotencia de Kerber.

El 5-0 en el tercer set, la frescura en el cuerpo de Puig que decía que si el partido fuese a 5 sets ella no tendría ningún problema contrastaba con la lucha interior de Kerber por no derrumbarse y terminar el partido, algo totalmente insólito en una deportista alemana. Puig apenas cedió un juego, que no fue ninguna cortesía con Kerber, para ir por el Oro en el último con 5-1 a favor: Kerber tuvo hasta 6 bolas de quiebre por cuatro de medalla olímpica de Puig. Un partido épico que ya es parte de los anales del tennis.

La nueva campeona olímpica de 22 años dejó con su juego una declaración transparente: ha nacido una nueva estrella. Los aficionados al tennis tuvimos anoche la oportunidad de imaginar cómo fue ese momento mágico en el que Botticelli dio por terminada su obra: el nacimiento de Mónica Puig.

Sonó La Borinqueña por primera vez en unos Juegos Olímpicos. Cerremos esta entrada con otro de los himnos de Puerto Rico, ¡felicidades campeona!