D10S, la fiesta del gol y la afición líquida

Hace algunos años, en la fiesta de cumpleaños de una amiga, empezamos a bailar. Yo estaba feliz con la música y bailaba con una sonrisa. A la hermana le pareció que mi sonrisa era impostada y, como buena holandesa, se lanzó a desenmascararme. Empezó a bailar a mi alrededor con una sonrisa simulada, como queriéndome dar un espejo de cómo me veía yo con ella. Mi amiga la llamó a un lado y vi cómo le explicaba que para los latinos esa conexión de felicidad con la música era real. Creo que incluso le comentó cómo para ella, la primera vez que me vio concentrado en un solo de piano de Markolino, se burló de mí diciendo que parecía que tenía un ataque de estreñimiento.

Le pregunté por la reacción de su hermana y me dijo que ella nunca había visto algo igual. Me pidió disculpas si me había incomodado pero le dije que para nada, que yo estaba en lo mío y que por el contrario lamentaba que ella no conociera ese intenso placer de gozo musical. (Sigue leyendo »»)

Acelerador de partículas

Estoy disfrutando bastante la obra de José Luis Alvite, publicada en ediciones muy cuidadas y bellas de Ézaro Ediciones. Mi lectura va muy lenta porque en cada página hay muchas cosas para paladear. Estas últimas semanas he leído noticias que se entienden mejor después de este párrafo de Alvite, de su Áspero y sentimental:

[…] A diez kilómetros de Cambados, faltaba todavía hora y media para el final del viaje. Pero, ¿quién tenía prisa? Éramos jóvenes y el paisaje estaba a estrenar. Las horas tardaban días en pasar y el tiempo era en realidad un almanaque con el péndulo de goma arábiga. En la relojería de los hermanos Villar sólo los relojes averiados daban la misma hora. A la señora de la Telefónica se le mezclaban en la calceta las llamadas de Montevideo y la lana del jersey. En la peluquería del Campillo la belleza ocurría con una calma señorial a inmutable, como si el elegante Pepito Rey estuviese retocándole la cabeza a los chiquillos con las tijeras de podar las tullerías del “Palais de Versaille”. En casa de las Cunqueiras llevaba años encamada una señora muy anciana y muy consumida que aparentaba por lo menos la edad de la muerte, pero todos los veranos iba visitarla y siempre estaba igual. María y Victoria la aseaban cada mañana y entonces quedaba matutina, radiante y a la vez mortal, como si le hubiesen lavado la cara con la calavera del agua. Era una joven de casi cien años, ¿qué prisa podría correrle dejar atrás el prometedor futuro de su encasquillada agonía? Todos éramos jóvenes entonces, muchacho[…].

En La lentitud Kundera también se refirió a ese aceleramiento del tiempo que la sociedad ha ido experimentando con los años. Llegó a plantear dos ecuaciones: el grado de lentitud es directamente proporcional a la intensidad de la memoria y el grado de velocidad es directamente proporcional a la intensidad del olvido. Seguro Kundera disfrutaría la descripción del tiempo de Alvite, a la que cualquier persona que haya vivido una temporada en el campo, lejos del ritmo de la ciudad, podrá reconocer sin esfuerzo.

Paradójicamente, con el encierro provocado por la pandemia, la inmovilidad forzada, creo que el proceso descrito por Kundera se ha acelerado con la dependencia en las redes sociales para llevar algo parecido a la vida. Y las redes van a un ritmo vertiginoso. El cerebro exige ahora consumir información a la velocidad de un trino, al swipe de los timelines en Instagram, Facebook, Tinder, TikTok, etc. Cuando se aproxima un instante de tedio, de regreso a ese mundo de entretenimiento online donde hay servicio las 24 horas.

Dos grandes víctimas de esta tendencia son el fútbol y la iglesia católica. Los estudios sociológicos sobre los jóvenes reflejan que no tienen la paciencia (y, quizás, ni la falta de concentración) para ver un partido de fútbol que dura dos horas o más. En cualquier momento aparecerá el celular para seguir alimentándose de las redes. Y la iglesia católica está experimentando el mismo fenómeno: se está quedando sin feligreses que no ven la relación entre su discurso y su vida cotidiana, mucho menos para estar escuchando a curas durante la hora larga que dura una misa.

En Europa, la respuesta fue la fallida Superliga. Apostaba a que el Clásico una vez al mes tendrá la fuerza suficiente para mantener a los aficionados pegados a la pantalla o en el estadio. Es probable que en los próximos años veamos cómo estalla la burbuja del fútbol y los futbolistas empiecen a ganar menos dinero. ¿Cómo va a responder la iglesia católica? Está regida por ritos milenarios que difícilmente aceptará cambiar. El discurso del cielo y el infierno es cada vez más difuso ante una realidad social que lo ha desbordado. Hoy leí que en Barcelona piensan cerrar 150 parroquias.

Regreso a la lectura lenta de Alvite, a disfrutar sus impresiones de viaje sin afán alguno, a sentir la tarde pasar sin prisa. A esos paisajes que narra y que para muchos hoy son la auténtica ciencia ficción o una utopía más.

Amaneceres

1.

Una de las consecuencias de la primera lectura de La metamorfosis, de Kafka, es el hábito de preguntarme cada mañana cómo amanecí hoy, en qué me he convertido. Explorar mis extremidades por si detecto alguna pelusilla o alguna otra textura extraña.

2.

Otra consecuencia es el sueño recurrente en el que amanezco en una habitación de hotel blanca, con mis maletas a los pies, el brillo del sol en la ventana y la actividad vital de la ciudad llamándome a salir. No sé en qué ciudad estoy, intuyo que es Marrakesh pero no estoy seguro. Este sueño ya lo he anotado varias veces en esta bitácora utópica, lo repito para dejar constancia de que es recurrente.

3.

Otro lector en el que ese cuento tuvo gran impacto fue García Márquez. Mucho ha hablado él de cómo desde esa lectura aprendió cuán esencial es el primer párrafo en una novela: «Ahí está dicho todo». Pero hay más: Kafka se constituyó así en uno de los precursores del realismo mágico: García Márquez aprendió de él que cualquier cosa es creíble siempre y cuando esté bien contada. Ese es el trato con el lector. Pero ¡ojo! que el realismo mágico existe y está muy presente en nuestras vidas, no es un ejercicio de la imaginación puesto al servicio del escritor para venderle humo al lector.

4.

La metamorfosis kafkiana es pan de cada día. Un hombre de cierta edad en el Vaticano amanece convertido en el representante de un dios en la Tierra. Un multimillonario arrogante amanece convertido en el 45º presidente de los Estados Unidos. Otro joven lampiño y canoso, aficionado a tocar la guitarra y hacer suertes con balones de fútbol, amanece metamorfoseado en presidente de Colombia. ¿Se habrán preguntado aquel día lo mismo que Gregorio Samsa, qué me ha ocurrido? ¿Habrán tenido dificultades para levantarse de la cama?

5.

Cierta mañana amanecí convertido en monje budista. No por alguna metamorfosis realista mágica sino porque me quedé dormido con el traje de monje que mi hermana me había traído de regalo desde Nepal. Era el tradicional el hábito no hace al monje, igual que la banda presidencial no hace un presidente ni la casulla de Jorge demuestra la existencia de dios. Pero sí, veo a Iván vistiéndose con su banda presidencial y tengo que recordar ese día. He de reconocer que durante el acto sí me sentí un poco monje budista y recordé la tarde en que me encontré con uno en la plaza Keim que me preguntó ¿cuándo vas a volver? Y yo apenas atiné a responderle: «No todavía».

6.

A Iván la banda le queda dos tallas muy grande. Como la palabra amistad a cierta examiga mía. Recuerdo esas mañanas de vacaciones en las que después de preguntarme cómo he amanecido, en qué me habré metamorfoseado, la única duda que me asalta es si dormiré 15 minutos más girado hacia la derecha o a la izquierda. Iván despierta hoy en medio de una pesadilla, casi ni tiempo tiene para dormir, mucho menos para comprender en qué momento lo transformaron en presidente. Samsa era viajante de comercio: si no se presenta a su trabajo, encontrarán a otro. Igual le sucederá a Iván, esa empresa para la que trabaja y parece que desconoce es un negocio muy bien montado. Alguien más vendrá.

Uribe detenido: no disparen al mensajero

1.

Aunque parezca increíble, hubo un tiempo en el que Uribe no era popular en las encuestas. Hay que remontarse al 2002, cuando su favorabilidad de voto para presidente estaba en un magro 2%. Este dato me lo comentó el exmagistrado Vladimiro Naranjo (qepd) en La Haya: «En 2002 el presidente Pastrana me nombró como su hombre de enlace con los candidatos presidenciales. Mi labor era comentar con ellos la opinión presidencial sobre varios temas y hacer el seguimiento de la campaña. Uribe en ese momento apenas tenía 2% de intención de voto. Me pregunté si valía la pena charlar con él porque era un candidato que probablemente tiraría la toalla muy pronto. Igual entendí que mi mandato obedecía al presidente y no a las encuestas: hablé con todos ellos sin distinción de popularidad. El fracaso de los diálogos del Caguán disparó el discurso de Uribe hasta que se volvió el candidato a batir. Ya posesionado me agradeció que siempre lo hubiera mantenido informado y que, de hecho, mi visita lo motivaba a seguir adelante, pues lo confirmaba como un candidato serio. Fue uno de los factores que llevaron a Uribe a nombrarme embajador en los Países Bajos». Hoy con distancia puede afirmarse, con algo de controversia, que Uribe es producto de las Farc: sin su engaño en el Caguán Colombia no conocería el uribismo, no habría crecido más allá de ese 2% del 2002. Otro más de los legados nefastos de las Farc y la extensión de esa cortina de humo que fue el conflicto armado con ella.

2.

Una hacienda bien llevada funciona como un relojito. Todo marcha a la perfección. Es como ver una película bucólica en la que todo está en orden. Esta es la utopía fundacional del uribismo: llevar el modelo de gestión exitosa de la hacienda a Colombia. Es un chiste serio cuando se dice que Uribe ve al país como su finca. A este relojito le nació un enemigo: el impuesto extorsivo y el robo de ganado y tierras de las Farc. La solución de los terratenientes provino, cómo no, de su experiencia con las fincas y haciendas: hay que purgar a esta gente. De las Autodefensas se pasó a los Paramilitares: en el trasfondo de la detención de Uribe esa es la verdad temible que se asoma, que participó en la fundación de grupos paramilitares en su Hacienda.

El concepto de la purga me lo compartió una amiga que pertenece a esa clase dirigente antioqueña que la apoyó: «Es muy duro pero toca hacerlo», expresión acompañada de labios apretados y hombros encogidos. «Nada qué hacer, las purgas son bravas». El mismo gesto que comparte el presidente Duque ante el goteo diario de asesinatos de líderes sociales y guerrilleros desmovilizados. No que en las ciudades ese fuera un concepto novedoso: la desaparición forzada, la purga urbana, ya llevaba su buen camino desde finales de los setenta. (Sigue leyendo »»)

Borges, arquitecto

Cuando salimos a comer, F. me dice que soy poco aventurero a la hora de escoger un plato. Le sorprende que tenga platos fijos en los restaurantes que nos gustan. Si vamos al indonesio, pido tal plato, al italiano, tal otro, y así con los demás. «He armado con los restaurantes de la ciudad un gran menú, cuando quiero un plato sé a qué restaurante ir –le comento en mi defensa–. Así es como leo la prensa hoy en día también». He hecho mi propio Proyecto Bics con cada periódico que me gusta. Apenas son dos los periódicos que leo completos, a los demás llego directamente a mi sección favorita. Igual puedo decir de los programas de radio: son las posibilidades que nos ofrece hoy la tecnología. Más complejo e interesante aún: con la pandemia es posible hacer un pedido con platos de diferentes restaurantes a través de una app.

Pero no es una idea nueva. Debo recordar Dirección única, de Benjamin, esa forma de recorrer la ciudad dejándose sorprender por el chef del día o yendo a buscar ese rincón preferido. Ahora mismo siento nostalgia de la caminata para visitar la librería Buchholz de la 59, sería una buena ocasión también para visitar a I. Carlos Fuentes prometió una experiencia similar en su Geografía de la novela, un libro que pensé que haría el mapa de los grandes temas que recorre la literatura, con los escritores que los habitan. Él prefirió hacer un rolodex de la actual geografía con los escritores que habitan cada país. Carita triste.

En un café me encontré a un filósofo griego que estudia el lenguaje en las nuevas tecnologías. Le comenté cómo Borges había anticipado varios de los fenómenos que vivimos ahora. Escuchó con algo de atención y recurrió al lugar común de que era un excelente escritor “pero nunca escribió una novela”. He escuchado esto tantas veces y me parece un parámetro tan limitado para sopesar la obra de Borges. Fue entonces cuando pensé de nuevo en mi oficio particular de editor con las noticias del mundo, los programas de radio y la gastronomía de la ciudad. Me di cuenta de que Borges había anticipado la red de redes, que si hay un mapa de su obra ese debe ser Internet. Su símbolo podría ser el Atomium de Bruselas. No solo todo está interconectado en su obra sino que los caminos para llegar a los diferentes lugares que cubre son múltiples.

En El Congreso Borges trató de describirnos ese mapa de su obra, anticipando desde el principio que por pereza su testimonio quedaría incompleto. No podía ser de otra manera; es tan extenso. Aún para mí, humilde cronista utópico, me resulta una tarea más que utópica.

Pensemos tan solo en los nodos de la estructura, en los pasajes que pueden ser senderos que se bifurcan, laberintos recorridos por Cervantes, el minotauro e incontables personajes entre los que se incluye, como no, el lector mismo. Pueden ser una biblioteca, esa colección de objetos inanimados que solo cobran sentido cuando se les lee y se produce el hecho estético, como bellamente dijo Borges. Pueden ser viajes vertiginosos en el tiempo para decirnos al final del recorrido que todo está en el aleph.

Quizás sin saberlo, series como Dark o El ministerio del tiempo son deudoras de Borges, como The Matrix y su juego de los mundos paralelos. Todos están en ese mundo creado por el argentino. Una obra en expansión además, que sigue creando patrones invisibles para nosotros hasta que algo en el mundo exterior nos dice «yo ya había visto esto antes».

¿Qué es una novela al lado de esta obra borgeana? Como Zatoichi, Borges parece decirnos que, en verdad, los ciegos somos los otros.