El oráculo de Cusco

Mi ex vivía en Perú y fui a visitarla durante un mes. En este viaje me llevó a visitar tres chamanas, dos de ellas en Lima, una en Cusco. Todas me leyeron las hojas de coca y dijeron de entrada lo mismo, sin conocerse una de la otra: Larga vida y Él la ama mucho. Desde entonces le dije que era el único hombre en la Tierra que tenía certificado su amor por ella por tres chamanas. Cuando le conté la historia a C, de manera perversa me dijo: «Sí, larga vida, ¿pero en qué condiciones? Además, ¿qué llaman larga vida los peruanos?».

Han pasado 15 años desde entonces y ahora pienso que la tercera chamana merece ser llamada El oráculo de Cusco. Fue un encuentro muy especial, y entre tantas cosas que vio en las hojas, me dijo una máxima que pongo a la altura de la del oráculo de Delfos: «Termina lo que empiezas». Me lo reveló como la clave del crecimiento personal. Desafortunadamente la primera aplicación que hice de ella fue terminar con mi ex, que no era la idea; aún después de tantos años la sigo queriendo. Podría contar cómo me he relacionado y dejado guiar por esta máxima, pero creo que es mejor que quede como una invitación a usted, lector o lectora utópica, a saborearla.

Laboratorios utópicos (2)

Cuando veo al Papa Francisco la pregunta que siempre me surge es ¿cómo se levanta o acuesta uno creyéndose el cuento de que es el representante de dios en la Tierra? Esto para mí es todo un misterio. Pues bien, ayer se dio otra instantánea utópica, el Papa Francisco dando su misa ante el último residuo de creyentes que le quedan después de confesar que los diálogos con su dios todopoderoso no eran más que monólogos con su conciencia, que él definitivamente no puede hacer nada contra la pandemia salvo dar charlas motivacionales:

 

Laboratorios utópicos

Uno de los principales argumentos contra las utopías es su costo, que les da ese aire de inalcanzables. El coronavirus nos ha traído varios laboratorios utópicos que nos tomará muchos años a los cronistas utópicos para seguirlos y analizar sus resultados.

1. Macrolaboratorio ambiental

Un utópico diría: ¿qué tal si disminuimos el tráfico aéreo y el transporte público en general por 2 o 3 semanas en todo el mundo? Ya imaginamos las respuestas de los realistas, pero el covid-19 nos ha dado esta oportunidad y el experimento de momento es asombroso. Disminución drástica del aire contaminado en las ciudades en confinamiento, renovación de espacios naturales, todo un respiro para el planeta, estaremos a la espera de los datos sobre los efectos en la capa de ozono. Este macrolaboratorio utópico pone sobre la mesa la pregunta sobre el sentido del trabajo de los humanos: ¿necesitamos producir tanto? ¿no deberíamos de trabajar menos horas? ¿es imperante balancear el trabajo en oficina con el teletrabajo?

El planeta Tierra nos reafirma que los humanos apenas somos una especie invasora. Como sucede en Chernóbil, una vez cerrado el espacio para los humanos, vuelven la flora y fauna salvajes a ocupar el espacio. El planeta no nos necesita para sobrevivir, al contrario, lo estamos acabando con nuestra febril actividad.

2. Microlaboratorio social

Un utópico diría: ¿qué tal si las personas tuvieran que hacer un retiro de 2 o 3 semanas solas o con sus familias, lejos del ruido de las ciudades (incluso podría ser todos en sus casas) para dedicarse más tiempo a sí mismos y a sus familiares? De nuevo podemos escuchar el utópico estruendoso de los realistas, pero es justo lo que estamos viviendo ahora, con la excepción de los nativos digitales, todos aquellos que viven en las redes sociales y apenas notarán cambios en su vida cotidiana, salvo que sus timelines se llenarán de nuevos contenidos virales y los filósofos de Twitter tendrán más trabajo que de costumbre. (Sigue leyendo »»)

República bananera 2.0

Al ver las imágenes del Esmad en acción en Bogotá, su ataque a una marcha pacífica que clama más por medidas anticorrupción que por una reforma tributaria para que los trabajadores paguen la fiesta de los corruptos, me llegó también la imagen de esa tarde en que los trabajadores de las bananeras protestaban por motivos similares. Si son aterradores los gases lacrimógenos o las granadas aturdidoras, imaginemos el horror de masacrar toda una plaza a punta de ametralladora. Ni Tarantino se atreve con una imagen semejante.

Recuerdo cuando Marcelo Bucheli, un joven estudiante de economía que caminaba siempre con su morral sobrecargado de libros, me contó que estaba haciendo su tesis sobre la United Fruit Company y la masacre de las bananeras. Me pareció un interés anecdótico derivado de una lectura apasionada de Cien años de soledad. Nunca me puse a reflexionar en serio sobre cómo se llegó a esa masacre, qué pudo originarla. Nunca la estudiamos tampoco durante la carrera de Ciencia Política. Por ello quizás la senadora Cabal se atreve a negarla con argumentos procaces a más no poder. Por fortuna Marcelo siguió adelante con su investigación y hoy nos ayuda a descifrar la plutonomía colombiana. (Sigue leyendo »»)

¿Por qué escribir? (5)

A veces uno no escribe por simple pudor. Cuando le recomendé a R visitar a mi psicoanalista, un hombre comprensivo y muy buena gente, ella me respondió que no con una frase a la que vuelvo con alguna frecuencia: «Me aterra lo que pueda encontrar». ¿Por qué relaciono el pudor con el miedo?

Cuando conocí la ágora de Atenas sentí todo el peso de su historia, la cuna de la democracia, y justo en ese momento pasó cerca un hombre que me recordó la sombra de Diógenes de Sínope, famoso entre muchas historias por precisamente autogratificarse en ese mismo espacio.

En mi camino como lector me he encontrado con muchos libros en los cuales sus autores hacen lo mismo. Es ahí cuando creo que me entra el pudor; al leer estos libros me he preguntado si no tenían a algún amigo lector que les ayudara a mirarse en el espejo o, si por el contrario, ese mismo amigo celebraba la catarsis narcisista de su amigo, la creación propia de un espejo donde verse como es. Si no llevaban un diario donde encontrarse con ese interlocutor cruel, como llamó Canetti a la práctica de llevar el diario y el encuentro desnudo e implacable consigo mismo.

El psicoanálisis cumple una tarea similar, con el apoyo de un espectador amigo cuya tarea es ayudarnos a vernos mejor, a enfocar esos puntos de resistencia que no queremos ver, a ir a esos lugares a los que no queremos volver pero cuya negación no basta para desaparecer su efecto o influencia en el presente.

Vuelve Diógenes y su encuentro con Alejandro Magno: «¿No me temes?», le preguntó el macedonio, a lo que respondió: «Gran Alejandro, ¿te consideras un buen o un mal hombre? Exacto, si eres un buen hombre, ¿por qué habría de temerte?». Pero, como R, tenemos motivos para temernos. El espacio psicoanalítico, la página en blanco, son una ágora que invita a caminar como Diógenes y explorar los límites propios, romper con convenciones, conocerse mejor, aunque nos aterre lo que podamos encontrar. Otra cosa es quedarse en la autogratificación del ejercicio y banalizarlo como quien va a comprar el pan.