En un pequeño pueblo pintoresco de Italia, de cuyo nombre en esta entrada no voy a acordarme, nos sentamos al lado de un par de hombres que hablaban en colombiano, uno de ellos con acento paisa, el otro probablemente caldense. F fue al baño y me puse a escuchar su conversación. El hombre caldense era un sacerdote que estaba haciendo alguna pasantía en el Vaticano (estábamos a hora y media de Roma). El hombre de suave acento paisa, llamémosle Simón, lo había llevado a ese pequeño pueblo, una joya desconocida para el turista común. Todo parecía un acto de deferencia, hasta que Simón empezó una de las conversaciones más memorables que he chismoseado. Bueno, al menos parcialmente, porque ahora que la quiero contar me doy cuenta de que olvidé una parte importante.
En esencia, Simón le decía al padre que él siempre había sido un buen cristiano, que siempre había ayudado en todo lo posible, que lo invitaba al paseo y la cena por agradecimiento a todo lo que Dios le había dado… Y aquí es cuando debo disculparme con los lectores utópicos porque es la parte que he olvidado, un extenso ejemplo de buen cristianismo que Simón mencionaba para reforzar su argumento, algo muy cómico, trataré de recordarlo en estos días. Continuemos. Total, a medida que seguía el monólogo de Simón, descubrí que en ese momento para él el padre era un notario de Dios al cual le estaba dejando constancia verbal de todas sus buenas acciones para que, llegado el momento, Dios lo pusiera en la lista VIP cuando estuviera haciendo fila ante las puertas del paraíso.
Me giré para ver la reacción del padre ante todo esto. Hice un esfuerzo titánico para no morirme de la risa. Tenía la oreja ligeramente inclinada hacia Simón mientras saboreaba una exquisita pasta, con su cabeza hacía gestos de aprobación y el momento de la redención total fue cuando bebió vino, que estimuló a tal punto sus papilas gustativas que se desconectó del todo y elevó su cabeza al cielo. Me imaginé que pensaba que sabía a Gloria, pero por la diferencia de edad y dada su profesión, no creí que estuviéramos hablando de la misma Gloria. «Dios te tendrá en cuenta a ti y a los tuyos, hijo mío», le dijo apenas regresó a la Tierra.
Sin duda se lo dijo más por el orgasmo gastronómico que acababa de experimentar que por la larga lista de buenas acciones de Simón. Éste pidió la cuenta, alrededor de 80 euros, que pagó como si fuera la mejor inversión de su vida. «No es mal negocio, si el pasaje de regreso a Amsterdam me costará €200, también invertiría esos €80 por la fila rápida en el paraíso», pensé.
F regresó a la mesa, escuchó los agradecimientos del padre a Simón por la cena y me preguntó que si también eran colombianos. Yo vi otra oportunidad para persistir en mi campaña por el gentilicio: «Locombianos, sí, son puros locombianos, pero están hablando de negocios, mejor no interrumpirlos. Eso sí, te cuento que el hombre mayor acaba de tener un orgasmo gastronómico, a ver si a nosotros también nos va tan bien». Y procedimos a ordenar.