1.
Memoria de mis putas tristes y la inédita En agosto nos vemos son las dos únicas novelas desafortunadas en el canon de García Márquez. Tengo la hipótesis personal de que la crítica que le hizo Enrique Krauze desde la revista Vuelta reseñando Del amor y otros demonios fue un punto de quiebra en la literatura de GGM. Krauze lo acusó de seguir repitiéndose, de explotar su fórmula del realismo mágico una vez más con los elefantes que enhebran agujas, los mismos viejos trucos con distinto traje de su obra anterior. Pasaron diez años entre esa novela y Memoria, en la que GGM parecía querer rebatir la crítica de Krauze con una novela despejada de los “juegos pirotécnicos” del realismo mágico, solo dejando aquellos indispensables que continuaban siendo un guiño al lector en tono de humor.
Cuando a García Márquez se le preguntó por el plural del título porque en realidad la novela trata sobre la relación entre Emilio Echavarría y la virgen adolescente Delgadina, señaló que tenía otras historias paralelas en mente pero ya por entonces estaba luchando contra la enfermedad; no había tiempo de elaborar más memorias. Sucedió igual con su autobiografía, que estaba planeada para constar de tres tomos y solo pudo terminar el primero, una obra esencial, pero se quedaron sin hacer el segundo, sobre su tiempo indocumentado en Europa, y el tercero, con perfiles de gente sobresaliente que había conocido en su vida; dejó algunos invaluables en la revista Cambio, como los de Clinton y Chávez.
En agosto nos vemos GGM retomaba el lazo de la historia que lo impresionó para escribir El amor en los tiempos del cólera: una cita anual, esta vez de la protagonista, Ana Magdalena Bach, con la tumba de su madre para actualizarla sobre las noticias de la casa. A pesar de la prosa impecable, natural en GGM, las historias no enganchaban, había de todas maneras muchos artificios para contar dos historias que habrían podido quedarse en cuadros de algún pintor puntillista.
2.
Revisito la entrada Matches, sobre ese hilo narrativo que une la búsqueda activa de la poesía a través de las películas Stealing Beauty, Poetry y Paterson porque anoche recibí en mi inbox un poema de mi amiga Ama que me hizo ver una continuación de este tema en sus memorias en verso de cuatro años en Guayaquil, un «homenaje al lugar y tiempo que ahora habito», según me escribe. El poema (y película en la imaginación) se titula Inventario de invierno.
Me llenó de tanta belleza que pensé sin saber por qué en Emilio Echavarría, Delgadina y Ana Magdalena Bach. Me respondo ahora mismo que quizás por el elán femenino que regala Ama, por esos trazos que dibujan su rico mundo interior y que hacen palidecer el deseo de Emilio Echavarría de regalarse una noche de locura con una virgen adolescente, después de haber tenido más de 500 encuentros de una sola noche y haber pagado por sexo en todos ellos. El poema de Ama hace parecer tan pueril esa ensoñación de Emilio, de idealizar el cuerpo de la mujer, de convertirlo en el objeto de su deseo hasta el punto de creer que ha descubierto el amor al sentirse capaz de contemplarlo desnudo sin tocarlo (tal como se lo prohibiera el epígrafe de Kawabata).
Si creo que la crítica de Krauze ocasionó un cisma en la obra de García Márquez, hoy pienso que lo que va de Ana a Ama tiene un efecto similar: me pregunto cómo habrían cambiado estas dos últimas obras de García Márquez de haberlo leído también. Como cronista utópico diría que habría transformado su experiencia de la mujer, de lo femenino, para regalarnos protagonistas que cuando las vemos yaciendo desnudas, nos hacen sentir su otra belleza cuando despiertan y nos comparten, con su poética propia, sus impresiones de viaje en este mundo. Gracias por tanto, Ama.