Para quienes hemos sido escritores fantasma uno de los mayores momentos de placer culpable es cuando la imaginación se desborda y nos regala pasajes alucinantes que dudamos sobre si incluir o no en el trabajo. Así a bote pronto recuerdo los siguientes pasajes que no fui capaz de resistir a publicarlos: en un trabajo de psicología, la entrevista exclusiva con un monje budista al pie del monte Fuuji que enlazaba tres reencarnaciones para explicar qué había aprendido en cada una de ellas; en otro de literatura, un giro hacia la novela criminal, acusando a la pareja de Gabriela Mistral como la asesina de su hijo; otro de ciencia política en el cual la curva de indiferencia de Pareto explicaba con precisión inaudita el abstencionismo en Colombia. La culpa se disipaba cuando los clientes reportaban una buena nota, pues la constante en estos trabajos es que los profesores no se los leen, al menos no con la atención debida. Esos vuelos de la imaginación quedaban como anécdotas puntuales sin mayor trascendencia.
No es el caso de Claas Relotius, ya experiodista de Der Spiegel, que llevaba publicados quién sabe cuántos trabajos de faction vestidos como investigaciones periodísticas en el prestigioso semanario alemán. Relotius tomaba unos cuantos elementos básicos como punto de partida y a partir de ellos elaboraba historias que le valieron cuatro premios Reporter y uno de la CNN como periodista del año 2018. Como obras de faction sus artículos son maravillosos, como obras de periodismo ha creado un daño profundo en el semanario donde trabajaba y ha engañado a todos sus lectores, que esperaban reportajes y no novelas.
Ahora, antes de entrar a leer cualquier artículo de Relotius en el archivo de Der Spiegel aparece una página donde se alerta que no se puede garantizar la veracidad del artículo y si el lector quiere entrar a leerlo debe hacerlo bajo su propio riesgo.
Vuelvo al placer culpable: el placer está en ese viaje de la imaginación, la culpa en que se sabe que no es más que un viaje y no tiene soporte empírico. Pero es tan fuerte la impresión que deja que a veces es irresistible dejar su huella sobrevolando y dejar que el cliente corra el riesgo. Quién sabe en qué momento Relotius se excedió en autoconfianza y se descaró del todo con su trabajo.
Una pareja de residentes de Fergus Falls, Michele Anderson y Jake Krohn, se dieron a la tarea de desmontar uno de los artículos de Relotius sobre su pueblo. El bochorno de los editores de Der Spiegel tiene que haber sido mayúsculo al leerlo. Pero sentí simpatía con Relotius, al menos en el plano de autor de faction, cuando cuenta que Andrew Bremseth, edil, dicta un curso de Ipad para principiantes. Me hace reír tanto este detalle; ficción pura, porque nunca se ha dictado tal curso en la biblioteca, menos por Bremseth. Relotius había perdido ya todo contacto con la realidad.
Recuerdo la acogida que le dio García Márquez en un taller de literatura (¿o periodismo?) a una joven mujer que simuló que estaba embarazada de septillizos para atar a su novio. La noticia fue tan impactante que se robó la atención del país durante casi una semana, hasta que los médicos finalmente descubrieron que tenía una barriga gigante de trapo con el pin de un bolo como ombligo. A García Márquez le pareció una genialidad, pues la gracia de todo cuento está en hacerlo creíble, y la mujer nos hizo creer el cuento durante una semana. Quizás en ese mismo taller le daría una segunda oportunidad a Relotius, aunque la violación de todas las normas de la deontología del periodismo probablemente pesaría más en su contra.
Un anónimo escritor fantasma puede jugar con ese fuego creativo, si bien el margen, salvo que sea un trabajo de ficción o faction, es bastante limitado. Qué llevó a pensar a Relotius que podría salirse con la suya en un medio como Der Spiegel será un tema central en sus memorias. Así ya solo las leamos como otro trabajo de faction.