El arte del selfie (2). Bolaño lee a Caicedo

Caminábamos con F. por Estambul cuando encontramos una librería muy bella cerca de la plaza de Taksim. No pudimos vencer su fuerza magnética y entramos a visitarla. Igual que me sucedió en Atenas, me sorprendió ver la variedad de títulos, el cuidado de las ediciones, la riqueza de tipos de portada, un mercado editorial muy vivo. Fui a la sección de libros extranjeros a ver qué encontraba y después de mucho mirar me encontré Amuleto, una novela breve de Bolaño. Era el único libro en español. F. me preguntó que si ya la había leído. Le respondí que no y ella se ofreció a regalármela: Si es el único libro en español en esta librería me parece que es una señal del destino muy clara.

Sin darme tiempo de decirle que no era necesario se dirigió a la caja y pidió que la envolvieran como regalo. La otra sorpresa vino cuando la librera nos dijo que no podía cobrar el libro porque no aparecía en el inventario. Llamó al gerente, no tengo ni idea de qué se habrán dicho en turco, el hombre vio el libro como un objeto breve, ligero, casi que insignificante, y nos dijo que era un regalo cortesía de la librería. F. ya no tenía dudas sobre la señal del destino.

Salimos muy agradecidos y seguimos caminando hacia el mar de Mármara. Encontramos un pequeño parque donde me senté a tratar de descifrar la señal del destino mientras F. iba a tomar fotos. La novela de Bolaño me pareció una especie de remake de ¡Que viva la música! de Andrés Caicedo. Diría que como nos sucedió a muchos, Bolaño quedó marcado por el delirio de Maricarmen, la soltura narrativa de Caicedo en ese largo selfie que es su novela.

A él no le importaba la historia, mucho menos ceñirse a alguna estructura literaria conocida de esas que enseñan en talleres sobre cómo escribir una novela. Lo suyo era narrar, contar su visión y vivencias de la calle en la voz de esa niña bien del liceo Benalcázar que termina convertida en prostituta. No siempre es fácil de seguir el viaje alucinógeno de Caicedo, donde los ecos de la salsa y el rock se funden con el momento de delirio o éxtasis que estaba experimentado mientras escribía. No me consta, pero si Bolaño no leyó a Caicedo, bien podría decirse que el autor caleño es uno de sus predecesores. Amuleto (y en parte Los detectives salvajes) me parece que es un esfuerzo de Bolaño por canalizar la energía de Maricarmen en su crítica de la masacre de Tlatelolco guardando a su vez la libertad narrativa. La voz de Auxilio Lacouture le debe mucho a Maricarmen. Muchísimo. A pesar del esfuerzo que Bolaño hizo con Maricarmen, como en Los detectives salvajes, en muchos pasajes creo que tampoco pudo escapar a la verborrea. Como nos tiende a pasar a muchos escritores. A diferencia de Caicedo, Bolaño no firma al final su selfie, innecesario decir que Auxilio soy yo.

F. regresó muy contenta de su paseo. Me preguntó que qué tal la novela y le dije que me había recordado a otra, que era como una especie de variación a la que le faltaba la frescura de la obra original. Caicedo no había perdido su juventud tomándose selfies y esperando los likes de la red social; él había vivido y recorrido el tejido social de Cali, tomó incontables fotos que retratan la vitalidad de la calle que luego encadenó en la voz de María del Carmen. El libro del autor chileno es más un experimento literario, una especie de selfie metaliterario. “¿Pero te gustó o no?”, me preguntó. “La verdad sigo sin entender cuál fue la señal del destino”, fue mi respuesta y pasé a pedirle que me mostrara las fotos que había tomado. Lo único que me quedó claro es que era un libro viajero y me prometí mezclarlo con los libros extranjeros en la primera librería que visitara a mi regreso en Atenas. Allí lo dejé.