El origen de los apuntes y el efecto Ramsey

De niño me causaba mucha curiosidad descubrir el origen de los chistes. En mi familia paterna se celebraba siempre el apunte, que en bogotano se define como una salida cómica e ingeniosa. Era común que en las charlas familiares se mencionara un apunte, o que en las telefónicas mi papá se despidiera —mucho antes que Steve Jobs— con un “ah, antes de despedirnos, un apunte”. ¿De dónde vendrían los apuntes?

Alguna vez pensé que de la improvisación: si empezaba a contar un cuento inventado, de pronto en algún momento aparecería un apunte. Así que en una visita dominical a mi abuelo paterno me animé a compartir un apunte. Empecé a contar una historia de un incendio y los bomberos que pasaban por cualquier cantidad de percances, tantos que cuando llegaban a apagar el incendio este ya había terminado. Mi familia se cansó a la mitad de la lista de los percances, el niño no iba a ninguna parte, y decidieron todos sincronizarse con mi abuelo para terminar la historia con una sonora carcajada y sacarme del apuro. En mi honestidad infantil no comprendía por qué se reían si ni siquiera había terminado el chiste y el apunte no había aparecido por ningún lado, me había mamado gallo.

Si en mi familia bogotana con su sobria compostura se celebraba el apunte, en mi familia materna paisa lo que contaba era el chiste que producía carcajadas estruendosas. Antes de que llegara el anglicismo del Stand-up comedy ya se celebraban por todo el país los chistes de Montecristo y la Nena Jiménez, entre otros. Recuerdo ferias de pueblo donde vi los primeros culebreros y a artistas callejeros que montaban números completos escenificando Yo soy el aventurero, de Antonio Aguilar:

httpa://www.youtube.com/watch?v=Ua4GzgdwAC8

La búsqueda se expandía entonces al chiste y al apunte. Por esa tarea alguna vez llegué incluso a escuchar a escondidas un cassette con chistes de la Nena Jiménez. De hecho me aprendí unos cuantos que compartí sin pudor entre mis compañeros de colegio. Fue todo un logro decirlos sin sonrojarme porque el efecto cómico de la Nena era calificar a algún protagonista del chiste con una grosería: “El viejito huevón”, “el perro marica”, «el cabrón del marido» y así sucesivamente (dejo al lector utópico completar la secuencia).

Obviamente cuando escuché a los trovadores paisas mi búsqueda se desbordó por completo: ¿de dónde inventaban tanta vaina por segundo?

Esa sensación de desbordamiento fue la misma que sentí cuando me enteré del Efecto Ramsey, “descubierto” en 2012 por Nich Enoch: “Siempre que Aaron Ramsey (jugador del Arsenal) anota un gol, alguien famoso muere”. Cuando ya la prensa se estaba olvidando del infame Efecto, volvió a renacer con las muertes de David Bowie y Alan Rickman: el 9 de enero anotó Ramsey y Bowie falleció al día siguiente; el 13 de enero volvió a anotar y Alan Rickman murió el 14.

Comprensiblemente, en varias ocasiones Ramsey ha dicho que no le parece nada chistoso este Efecto. Lo más perverso de este chiste es que se perpetuará en el tiempo hasta el fin de la carrera de Ramsey, cuando probablemente le encontrarán algún otro heredero. Ramsey se lesionó en la eliminatoria contra el Barça y surgió el inevitable apunte: “Los famosos pueden dormir tranquilos esta noche”. A mí me ha regresado a mi infancia este Efecto Ramsey: ¿cómo se inventa alguien estos chistes?