Me levanté aporofóbico, pero no como se lo escuché decir a la profesora Adela Cortina en una de las charlas de la Fundación Social allá por los noventa: «La aporofobia se refiere al miedo y rechazo hacia la pobreza y las personas pobres, aquellas que se encuentran desamparadas y con muy pocos recursos». La culpa de mi aporofobia matutina la tiene la candidata a la Alcaldía de Bogotá, Claudia López, que ofrece en su programa 20.000 cupos de educación superior gratuita pero en el portafolio de carreras técnicas, tecnológicas y profesionales que sí están demandando los empresarios.
No es necesario controvertir que si el sueño de un niño colombiano es ser astronauta, deberá buscar los medios de manera individual o con su familia para formarse en su carrera hacia el espacio exterior. Con tantas otras necesidades por cubrir en el mercado colombiano y con el nulo desarrollo de la ciencia aeroespacial criolla sería una excentricidad apoyar su sueño. También es loable que el Estado promueva con becas el estudio de carreras que demanda el mercado laboral: el crecimiento de la economía depende de ese encuentro de la Academia con las empresas.
¿Por qué mi aporofobia entonces? Debo precisarla: mi aporofobia no es hacia las personas pobres, sino hacia la pobreza de ideas y el empobrecimiento intelectual y cultural.
Según la revista Semana, las 500 empresas más grandes del país generan la mitad del PIB en Colombia. No detalla cuántas de estas están concentradas en los principales grupos económicos pero debe ser un porcentaje elevado. No llega a ser una república bananera, pero se le parece demasiado: mandan 5 cacaos. Estados Unidos descubrió pronto la perversión para el crecimiento de un país que significan los monopolios y sus leyes contra estos son bien conocidas. Mientras estos monopolios se mantengan en el país es imposible que la economía siga creciendo ni que las políticas públicas sean autónomas y en beneficio de la mayoría de los colombianos. El crecimiento de la clase media será muy difícil con ellos.
Parte de la tarea de acabar con los monopolios, profesionalizar las instituciones del Estado, visualizar una Colombia próspera para todos necesita de graduados en ciencias sociales, de personas que encuentren espacios en el mercado para cumplir con estos propósitos sin ser absorbidos por los grupos económicos. Me viene a la cabeza el caso de la BBC, financiada directamente por los impuestos de los ingleses con el compromiso exclusivo de garantizar la mejor información posible, no para generar ingresos. Colombia necesita una BBC que empiece a informar sobre temas relevantes para el desarrollo del país, no sobre los trapos sucios que un medio le lanza al candidato del partido contrario; recordemos que los principales medios les pertenecen también a los principales grupos económicos.
Sí, amanecí con fobia a la pobreza a la que este modelo de desarrollo de capitalismo salvaje quiere llevar a los colombianos. Es cierto que los graduados en ciencias sociales tienen un mercado muy cerrado en ese contexto, pero precisamente por ello es necesario ampliarlo y tener un Estado eficiente que comprenda por qué son necesarios y trabaje con ellos en todas esas tareas que no producen dinero pero que sí mejoran la calidad de vida general.
Recordemos que los años más esplendorosos de Bogotá, los que hicieron que la gente se sintiera orgullosa de su ciudad y hasta felices viviendo en ella llegaron de la mano del programa de cultura ciudadana del matemático y filósofo Antanas Mockus. Su gobierno se convirtió en el patrón con el que se evalúan las siguientes administraciones, y ninguna le ha dado la talla. ¿Becaría entonces el programa de la doctora Claudia López a otro Antanas Mockus? Sí, me despertó aporofóbico y aún peor, academicofóbico, porque no entiendo que una doctora en Ciencia Política no respalde la necesidad de apoyar a sus colegas para el beneficio colectivo. ¿Será otro caso de esos de educarnos por educarnos que ella critica? Pero me gusta esta aporofobia a la pobreza intelectual, cultural y hasta espiritual, me parece sana mantenerla para no dejarse consumir por las necesidades del mercado. Gracias, doctora López.