Hoy traigo para la serie Échale salsita una anécdota que viví hace poco con un melómano alemán en un matrimonio. Después de que reconocimos pasiones por Bach, Pärt y Glass entre otros, me preguntó qué era lo especial que en mi opinión tenía la salsa, porque él había intentado conectarse con la música pero no lo había logrado. Como salsófilo consumado, como paseante desde hace décadas de todo un continente incógnito para mi interlocutor, ¿por dónde empezar a responderle?
Lo primero que recordé fue la escena final de la bellísima película de Ridley Scott 1492 Conquista del Paraíso, cuando Diego, uno de los hijos del Almirante, le pregunta lo mismo a su padre: ¿cuál es tu primer recuerdo? Scott, ese maestro del detalle en el cine, termina su película con la gota de tinta que cae sobre el papel de la pluma del hijo esperando la respuesta del padre.
Ese fue el tiempo que me tomó tratar de elaborar la respuesta a la pregunta. Me hizo también pensar en el privilegio que fue nacer en la tierra de García Márquez, de haber vivido muchos veranos de mi infancia en la finca de mis abuelos, donde imperaba el olor de la guayaba. Cuánto pesar siento por todos los europeos que han muerto o vivirán sin conocerlo; con todo, es más complejo explicar la emoción por la salsa que el olor de la guayaba. Pero me lancé a intentarlo.
Empecé por contarle entonces que en uno de mis sueños favoritos me encontraba en un concierto lleno de salseros y tocaba un solo de piano que llevaba a la histeria colectiva a todo el auditorio: «Imagínate el delirio colectivo de la escena final de El perfume de Súskind pero con salsa, solo que aún más fuerte, porque lo que te regala la salsa puede llevarte a otro mundo». La expresión en su rostro me decía que estaba exagerando. Entonces compartí con él este video: «la calidad de la grabación no es la mejor, pero trata de sentir la energía del público»:
Por la emoción que me da el flamenco reconozco a Andalucía como mi patria espiritual, al igual que vibro cuando escucho Lejos de ti, de Ángel Luis Canales, aún sin conocer físicamente a Puerto Rico. Recién llegado a Medellín, luego de un viaje en el que la salsa me fue inoculada literalmente por un tío, una prima mayor mía me dio una definición de mujer paisa que aún no he olvidado: «Mujer que no tire, no fume tabaco y no le guste el tango no es paisa». Años después, en otra anécdota memorable, una paisa me dio uno de esos cumplidos que me señaló al minotauro en mí: «Vos si sos todo un animal» (dejo a la imaginación erótica de los lectores utópicos el contexto). Siempre me pregunté en dónde encontraban mis tíos a sus novias, que me gustaban mucho por su desparpajo y sensación de libertad. Las vuelvo a ver en ese concierto con la Dicupé y siento el delirio del minotauro en mí, esa fuerza vital que me invade todo.
El melómano alemán sintió esa energía también y me pidió que le diera una guía de viaje para llegar a ese clímax.
Empecemos a viajar entonces con la versión original: