Fui a un concierto de música clásica y vi que en el balcón se encontraba el expresidente Barack Obama. «Qué casualidad, es la cuarta vez que me lo encuentro en un año», pensé. Sentí envidia además: lo vi joven, relajado, sin preocupación alguna, disfrutando del momento, con pensión de expresidente gringo y todo el tiempo del mundo para viajar adonde quiera. Un guardaespaldas rompió mi ensoñación: «Acompáñeme, por favor». Me tomó totalmente por sorpresa el hombre, en especial porque el concierto estaba a punto de empezar.
Me llevó a una oficina acompañado por otro escolta. Me llegué a sentir como un sujeto peligroso. Me hicieron sentar y empezó el interrogatorio: «Es la cuarta vez que coinciden usted y el presidente Obama en este último año. ¿Coincidencia?», me preguntó con cara de sospecha el escolta. «Pues fíjese que sí –le dije–, de hecho estaba pensando en lo mismo». El hombre respiró profundo, hizo un par de gestos histriónicos, de esos de serie policiaca gringa, me miró fijo a los ojos y espetó: «¿Sabe a cuántas personas con su perfil les sucede esto?». Obviamente le respondí que ni idea. «Las puedo contar con los dedos de la mano. Una de ellas es usted. ¿Puede explicarme qué está haciendo hoy en Nueva York?».
Le expliqué los motivos de mi viaje, iba de nuevo de escala rumbo a Bogotá: «En todo caso, ningún plan terrorista y créame que desconozco por completo la agenda del expresidente, todo es una gran casualidad». Me preguntó que a qué me dedicaba, le dije que era un simple programador. Su colega sacó de su maleta un laptop y me dijo: «Tiene 15 minutos para escribir un algoritmo que elabore la serie de Fibonacci». «¿En qué lenguaje? ¿PHP, JavaScript, .Net, Python?», le pregunté. «En el que quiera, pero tiene que funcionar».
Abrí un navegador y me lancé a hacerlo en JavaScript. Mientras lo hacía pensaba que era una prueba muy absurda, como si un terrorista no supiera programación básica. Pero más me preocupaba quedarme encerrado con ellos y perderme el concierto. Y me pareció todo un abuso, en todo caso. Terminé el ejercicio en diez minutos, justo a tiempo para que lo viera en acción y pedirle que me dejaran ir al concierto. El hombre vio el programa en ejecución y ahora era yo el que se preguntaba si un escolta conocía la serie. Lo que vio fue suficiente para decirme que sin duda se trataba de una gran coincidencia y que sentían haberme sacado de la sala de conciertos, «pero usted comprenderá».
No, no comprendí nada, solo que espero no encontrarme a Obama más, al menos no durante este año.