Hoy los utópicos estamos de fiesta. Ha llegado el día que pensamos que no viviríamos para contarlo: el fin del impuesto monofásico a la cerveza en Colombia. Monofásico es un tecnicismo que se inventó muy hábilmente para ocultar una verdad muy simple: la cerveza en Colombia pagaba el IVA según el costo de producción y no por el precio final al consumidor, como la gran mayoría de los productos y servicios en el mercado. ¿Cómo pudo vivir el país como una patria boba con ese impuesto monofásico? Por el poder del Grupo Santo Domingo.
En 1992, el entonces ministro de Hacienda, Rudolf Hommes, tuvo la osadía de pedirle a Bavaria que detallara la fórmula de la cerveza, en especial el valor de los insumos, pues el costo de producción era ridículamente bajo, tanto como para afirmar públicamente que la industria cervecera estaba evadiendo impuestos de alrededor de 650.000 millones de pesos anuales de esa época. Los colombianos vimos en directo la ira de Dios en acción: el linchamiento por el que pasó el exministro Hommes no tiene parangón en la historia del país: todos los medios del Grupo contra él, la presión en el Congreso del lobby de Bavaria, la Cervecería Águila y Bavaria lo demandaron por 3 mil millones de pesos “por los perjuicios económicos causados por el delito de abuso de autoridad”. Asistimos atónitos al juicio del ministro en el Congreso donde desde el palco dirigía con los brazos cruzados todas las fuerzas contra él Augusto López Valencia, director del Grupo en Colombia. El capitalismo salvaje en su máxima expresión.
El Grupo se impuso y la fortuna de los Santo Domingo solo ha crecido desde entonces. En 2012, el entonces presidente del Grupo, Andrés Obregón, pronunció una de las mayores falacias en el discurso político en Colombia, cuando se declaró contrario a la redistribución del ingreso porque era injusta. «Y, de hecho, si se repartiera la fortuna del Grupo, no alcanzaría ni para darle 40 dólares a cada colombiano». En Twitter siguen apareciendo trinos que promueven esta definición de la redistribución de la riqueza, que no tiene nada que ver con lo que sucede en los países del Primer Mundo: redistribuir la riqueza consiste en pagar impuestos proporcionales a los ingresos para ser reinvertidos a favor de toda la sociedad. Por ejemplo, que el entonces grupo económico más poderoso del país contribuyera a las finanzas nacionales pagando el impuesto al IVA plurifásico (impuesto sobre la venta final, no sobre la producción) para invertirlo en las obligaciones del Estado con sus ciudadanos. Pero no, para el Grupo es más conveniente difundir la versión de que la redistribución del ingreso es comunismo puro y duro, como en Venezuela.
Se necesitaron 25 años, el relevo en la cabeza del Grupo (Julio Mario por su hijo Alejandro), la fusión con SABMiller que se ha traducido en un perfil más bajo en el lobby de Bavaria, para llegar a este día glorioso en el que la industria cervecera pagará impuestos como cualquier otro producto. La mala noticia es que parte de esa recaudación caerá en las garras insaciables de los corruptos, porque un Estado eficiente, honesto y transparente sigue siendo la mayor crónica utópica por escribir en la historia de Colombia y la mejor forma de mantener el statu quo. Pero bueno, no nos agüemos la fiesta: 25 años para dar un paso importante –ese es el ritmo del cambio.