Hoy he recordado algunos juguetes de infancia:
1. Helicóptero
Vi un comercial de un niño jugando con un helicóptero que volaba en su habitación. Se lo pedí al Niño Dios. Cada día le preguntaba a mi mamá que si llegaría, ella me respondía con una sonrisa que sí. Finalmente llegó la gran noche, casi no pude dormir. Empecé a abrir regalos a la búsqueda del helicóptero, hasta que lo encontré. No era el que aparecía en la tele. Empecé a berrear de manera descontrolada. Mi papá intentó ponerlo a funcionar con la esperanza de que el cambio de luces y los sonidos que producía compensaran que no volaba. No cesaba de berrear, «¡ese no es, no es!». Un pobre tío que veía la escena salió de mi cuarto con cara de lamento y dándole una palmada a mi papá.
Tardé muchos años en entender por qué lo consolaba a él y no a mí. Cuando finalmente lo comprendí sentí vergüenza aunque no me torturé por mucho tiempo: era un niño desilusionado que no sabía manejar su frustración, incapaz de ver el esfuerzo que representaba para sus padres dar ese helicóptero de regalo. Fue una oportunidad perdida para aprender la gratitud en ese momento. Con el tiempo le cogí cariño al helicóptero y me encargué de hacerlo volar.
Muchos años después en la oficina en Amsterdam un colega apareció con un helicóptero a control remoto con el que se entretenía bastante. Recordé mi regalo frustrado y le pregunté dónde conseguirlo y cuánto costaba. Era muy barato, como €10. Me compré uno, muy a mis 35 años, para complacer a ese niño interior que tenía muchos planes para su helicóptero volador. Evidentemente la experiencia no fue la misma, pero sí sentí una mezcla de complicidad y compasión por ese niño.
Hace un par de años el recuerdo volvió a aparecer y me compré un dron muy barato también. Casi me vuelvo viral sin quererlo: mientras trataba de sincronizarlo y ajustar la configuración inicial lo elevé y de súbito empezó a perseguirme sin control. Corrí por el jardín varios metros, sentía que su zumbido llegaba a mi cuello hasta que encontré cómo hacer que aterrizara de manera forzosa.
F me preguntó que cuál era la gracia de estos aparatos. Le respondí: «Que vuelan».
2. Nave espacial
Mi tía Alicia (que vivía en NY) me envió de regalo un muñeco de Buck Rogers, un héroe espacial que surgió a partir del éxito de La guerra de las galaxias. Lo seguía en televisión y cuando me llegó fue todo un evento. ¿Pero qué sería del Capitán Rogers sin su nave espacial? Convertí una caja de zapatos en su nave. Le puse algunos artefactos en el interior, abrí ventanas que cubrí con el plástico de los cuadernos; de carritos eléctricos que ya casi no funcionaban tomé dos motores a pila, los fijé con cinta negra en la tapa de la caja, les puse a presión los palitos de las paletas en el pin que salía del motor, un interruptor y a volar por la galaxia de mi cuarto.
Una vez unas amigas de mi mamá pasaron de visita y les presenté la nave espacial de Buck Rogers. Al despedirse vi que le dijeron a mi mamá que por qué no me compraba juguetes decentes, que qué era eso de estar jugando con una caja de zapatos… Mi mamá alcanzó a preocuparse y me preguntó que si no prefería otro juguete. Le respondí que era muy feliz con mi nave espacial, no era ninguna caja de zapatos y no quería cambiarla por nada. No recuerdo qué fue de Buck…
3. Caja de cartón
El paso siguiente era encontrarle una base espacial a la nave de Buck Rogers. Convertí el interior de una caja de cartón en un hangar espacial donde estaban las miniaturas de la Guerra de las galaxias que me había regalado también mi tía Alicia. Le puse una cortina para prevenir que entraran meteoritos en forma de polvo espacial y la abría como si se estuviera elevando una puerta electromagnética. Ahí aterrizaba el Capitán Rogers y cumplía misiones especiales con Chewbacca, Han Solo, Obi Wan Kenobi y demás personajes. Era un pequeño teatro y menos mal que la infancia no sabe de restricciones de derechos de autor.
No hace muchos años me enteré de que una señora de edad tenía un pequeño altar donde le rezaba a san Francisco: era una figurita de Obi Wan Kenobi, pero entendí perfectamente a la señora. Por mucho tiempo creí que eran reales también.