Me volvió a atacar un momento filosófico. Después de que me operaron de la miopía (gracias de nuevo, doctor Naranjo), quedé con un maravilloso 20/20 pero también con hipersensibilidad a la luz.
Me compré unas gafas de sol muy sofisticadas para dar la mayor protección posible a los ojos, pero se desbarataron muy rápido.
Pensé que al llegar a Grecia me compraría un nuevo par en cualquier esquina. Subestimé el sol griego: es fuertísimo. Al salir del metro me dejó completamente ciego. Ni aun cerrando los párpados podía evitar la sensación de que me los quemaba.
Fue entonces cuando me atacó el momento filosófico: “Este fue el sol que inspiró la alegoría de la caverna a Platón”. Recordé el entusiasmo de mi profesora Diana Uribe cuando nos la contaba en el colegio, como también lo exagerado que me pareció, incluso hasta brutal, eso de obligar al esclavo a mirar el sol de frente. Si aquí anunciaba Platón la defensa y el destino de Sócrates, creía que había motivos para sancionarlo por ese acto barbárico, así fuese en nombre de la verdad.
Pero hoy comprendí que no era necesario mirar directamente al sol para ser enceguecido por él; bastaba con salir de la caverna del metro a pleno mediodía.
Como contaba, pensé que esa sensación fue la que ocasionó la epifanía de Platón, la que le dijo que esa luz era la metáfora perfecta para explicar su teoría de la verdad, una sensación compartida por todos que les haría entender fácilmente sus ideas.
De existir entonces, ¿habría utilizado las gafas de sol como metáfora de la filosofía, de esos lentes oscuros con los cuales explorar la verdad?
El momento filosófico pasó y yo me compré unas gafas de sol de cinco euros. Empecé a bailar con los Van Van “Ya empezó la fiesta” y puse rumbo a Pláka.
Me compré unas gafas de sol muy sofisticadas para dar la mayor protección posible a los ojos, pero se desbarataron muy rápido.
Pensé que al llegar a Grecia me compraría un nuevo par en cualquier esquina. Subestimé el sol griego: es fuertísimo. Al salir del metro me dejó completamente ciego. Ni aun cerrando los párpados podía evitar la sensación de que me los quemaba.
Fue entonces cuando me atacó el momento filosófico: “Este fue el sol que inspiró la alegoría de la caverna a Platón”. Recordé el entusiasmo de mi profesora Diana Uribe cuando nos la contaba en el colegio, como también lo exagerado que me pareció, incluso hasta brutal, eso de obligar al esclavo a mirar el sol de frente. Si aquí anunciaba Platón la defensa y el destino de Sócrates, creía que había motivos para sancionarlo por ese acto barbárico, así fuese en nombre de la verdad.
Pero hoy comprendí que no era necesario mirar directamente al sol para ser enceguecido por él; bastaba con salir de la caverna del metro a pleno mediodía.
Como contaba, pensé que esa sensación fue la que ocasionó la epifanía de Platón, la que le dijo que esa luz era la metáfora perfecta para explicar su teoría de la verdad, una sensación compartida por todos que les haría entender fácilmente sus ideas.
De existir entonces, ¿habría utilizado las gafas de sol como metáfora de la filosofía, de esos lentes oscuros con los cuales explorar la verdad?
El momento filosófico pasó y yo me compré unas gafas de sol de cinco euros. Empecé a bailar con los Van Van “Ya empezó la fiesta” y puse rumbo a Pláka.