Jugué basket casi todos los días (salvo los sábados y vacaciones) durante 15 años seguidos. Nunca alcancé un nivel como para presentarme siquiera a la Liga de Bogotá, sin embargo, me quedaron muchos momentos memorables. Esta mañana recuerdo una jugada que había visualizado; un domingo se dio la oportunidad de hacerla, justo para terminar un partido, y dije «esta jugada no vuelvo a repetirla en dos años». Me equivoqué: no la volví a repetir en toda mi vida.
El domingo pasado Messi dio un nuevo recital de fútbol. Se sabía que sería un partido complicado, el Betis es el otro equipo que comparte la filosofía del tikitiki en la Liga, había derrotado al Barça 3-4 en Barcelona, pero el Barça está en una racha increíble. El Betis jugó muy bien, pero como dijo un aficionado bético, Messi estaba en el campo. Hoy el Planeta Fútbol está en la tarea por saber qué nombre darle al tercer gol de Messi: no es propiamente una vaselina (esta es para juego corto), se asemeja más a un Panenka desde fuera del área.
Al final del partido, el periodista le preguntó a Messi que cuál de los dos goles le había parecido más bonito, si el primer o el tercero de su triplete. Messi respondió que por fortuna todos habían contribuido a ganar los tres puntos, sin detenerse a entrar en conversar sobre el valor estético de sus obras. Yo me pregunto, si después de mis experiencias con el basket me quedan recuerdos imborrables, ¿qué sucede en la memoria de Messi?
Más desconcertante fue que después del tercer gol, los aficionados del Betis se levantaron a aplaudirlo y corear su nombre. Messi dijo que nunca otra afición lo había aplaudido así. Le falló la memoria: en el 2008 lo hizo la afición del Atlético de Madrid. Cómo será el volumen de recuerdos que un gesto tan extraordinario como el de poner a la afición contraria de pie se diluye en todo lo que ha vivido desde entonces.
Otro juego después del tercer gol fue ver cuántas personas se habían llevado las manos a la cabeza. Se contaron al menos tres jugadores, dos del Barça y uno del Betis, pero se veían muchos más en las gradas; es el gesto de incredulidad total ante el mago: ¿acaba de hacer eso?
Un jugador de fútbol se cotiza por su relación con el balón y el equipo: cuando le llega el balón, ¿qué sabe hacer con él? En el mundial pasado daban grima los jugadores de varios equipos a quienes les llegaba el balón y era un encarte, no sabían muy bien cómo deshacerse de este. El caso de Messi es todo lo contrario: su espectro de posibilidades parece inagotable. Hoy también pienso que en su interior parece seguir latiendo la satisfacción por ser ese niño que se baila a todos los demás en el recreo. Y una lección más importante todavía: agotados todos los adjetivos con Messi, su mismo silencio sobre su arte me lleva a pensar que si no habla es precisamente por lo que dice todo artista: su obra habla por sí misma, nos lleva al terreno de lo inefable, donde solo nos queda vivir la emoción que nos hace sentir. Palabra de D10S.