#MeToo y la educación sexual

1.

Mi colegio tenía servicio de bus privado, un alivio en muchos sentidos para los padres: no tenían que gastar tiempo llevando los hijos, tenían la certeza de que estaban siendo protegidos por dos o tres adultos al menos, y llegarían seguros a su destino. Así se perpetúa la vida en una burbuja. El mundo exterior se limitaba en esos momentos a lo que podíamos ver por la ventana del bus.

Vi varias cosas que me impactaron mucho. La Avenida Suba era de un solo carril por entonces, muchos campesinos y obreros se desplazaban en bicicleta y varias veces hubo trancones porque atropellaban a alguno de ellos. No puedo olvidar un accidente brutal en el que vi a un hombre descerebrado por el golpe. La profe responsable del bus hacía su mejor esfuerzo porque no miráramos, pero yo estaba sentado en la ventana y no pude evitarlo.

Otra escena desafortunadamente inolvidable fue una violación en manada: al menos cinco perros tenían con las patas arriba a una perra y vi cómo el líder gesticulaba con la cabeza quién seguía mientras que con sus patas mantenía a la pobre perra contra el piso mientras chillaba. Era su grito de dolor el que nos hacía asomarnos por la ventana a ver qué sucedía. Me quedó la impronta de la impotencia ante la injusticia y no sé hasta qué punto me hizo inmune a la práctica de todos lo hacen, a la unión con la masa para no sentirme excluido. Pero cada vez que leo o escucho sobre una violación en manada siempre he de volver a esta imagen que vi de niño y sentir de nuevo el repudio ante el abuso y la injusticia.

La misma que siento cuando escucho sobre los casos de abuso sexual que denuncia #MeToo. Veo a ese jefe de la manada sometiendo a la mujer sin ningún tipo de consideración más allá de la satisfacción de su placer sexual. Obviamente el ala radical del feminismo mal entendido se lanza en manada contra los hombres y su dominación histórica.

Una vez, en un trabajo donde mi jefe era una mujer, me pidió que la llevara a su casa porque tenía su auto en el taller. Con gusto accedí. Vivía en una urbanización muy elegante y dimos un par de vueltas adicionales para mostrarme las nuevas casas del sector, sabía que yo disfrutaba de la arquitectura y vi en efecto casas muy bellas.

Cuando llegamos a su casa y nos fuimos a despedir, saltó sobre mí para besarme de manera apasionada. Me sorprendió por completo. Nunca había habido hasta entonces alguna expresión de interés sexual del uno por el otro, yo al  menos no me sentía atraído por ella. Mi reacción natural fue apartar mi cara y distanciarla con los brazos. Ella reculó y me dijo «lo siento». Yo le dije que tranquila, que no había pasado nada. Nunca más lo volvió a intentar ni me castigó en el trabajo por ello. Pero sé que me salvó mi superioridad física en este caso, como también me sucedió cuando hombres homosexuales me acosaron, menos en un caso.

2.

Tenía alrededor de 13 años, pertenecía a un grupo scout, y el director del grupo, O.M.S., era adorado por todas las madres. Era un hombre joven, por sus treinta o cuarenta, bien plantado, muy educado y caballeroso. Se sentía la excitación de las madres al saludarlo. En un campamento él tenía el mal hábito de ir de carpa en carpa acostándose con los jóvenes que le gustaban (y aquí hay que ser enfático en el los y no las). Una noche se acostó a mi lado y en cuestión de minutos llevó su mano a mi pene. Yo entré en shock y lo único que pude hacer fue quitarle la mano. Él la retiró, tomó la mía y la llevó al suyo. Apenas sentí el contacto con su vello púbico la retiré de inmediato. Él no insisitó, se despidió y se fue. Tuve la fortuna de que aceptó mi rechazo. Otros no fueron tan afortunados.

Yo regresé a mi casa y les dije a mis padres que no iba a volver a los scouts. Ellos se sorprendieron mucho porque hasta entonces disfrutaba yendo a todas las actividades y tenía mi uniforme lleno de insignias, estrellas y hasta el anhelado Tunjo de oro. Cuando leí cómo le ponían pines especiales a los cadetes que ofrecían en la Comunidad del Anillo me pregunté si ese Tunjo de oro era el pin que excitaba a O.M.S.

Años después, cuando ya me había graduado de la universidad y estaba visitando a mis padres, Isa, mi madre, me comentó consternada que se había encontrado al papá de uno de mis amigos del grupo scout y le había dicho que estaba buscando a O.M.S. para matarlo porque había abusado sexualmente durante años de uno de sus hijos y de muchos otros del grupo. Tanto que cuando se descubrió se disolvió el grupo.

Isa llegó a casa consternada diciendo que no podía creerlo. Me preguntó que si yo había notado algo, le dije que él efectivamente había tratado de abusar de mí, que había respetado que yo lo rechazara pero que el shock que me dio fue suficiente para no querer volver al grupo: «ese fue el motivo por el que me retiré». Isa quedó boquiabierta. Mi padre me preguntó que por qué no había dicho nada; le respondí que guardé silencio porque ante su impredictibilidad no sabía cómo iría a reaccionar.

3.

Para paliar su soledad, D adoptó un perro labrador de la perrera municipal. Un perro que había sido claramente maltratado por sus dueños: cada vez que empezaba a jugar con él y el juego se ponía fuerte, él huía a esconderse debajo de la cama o adoptaba una posición de sumisión enconchándose en el piso. Fue toda una odisea enseñarle a jugar. A medida que iba tomando más confianza con D y los amigos de su entorno, el perrito empezó a sentir pulsiones sexuales y empezaba a frotarse con lo primero que encontraba a mano. A D esto no le gustaba para nada, lo regañaba y lo enviaba a su cama. Yo le comenté que era un cachorro y que era natural que sintiera estos impulsos. De hecho empecé a notar al perrito deprimido cuando pasaba de visita, era como si estuviera siendo castrado por una de sus mayores expresiones de felicidad. A día de hoy no sé cómo lidian los dueños de perros domésticos cuando estos se excitan. Recuerdo a los perros de la finca de mis abuelos, que corrían libremente y se apareaban entre ellos cuando querían. Pero sospecho que este es uno de los lados oscuros de los animales domésticos.

4.

Coincidencialmente leí por estos días Sexo con uno, de Betty Dodson, un libro maravilloso en el que la autora cuenta cómo fue su proceso de liberación sexual en el cual la masturbación ocupa un papel central. A los 35 años, luego de su divorcio, fue en especial a través de la masturbación que ella logró empoderarse y sentirse más a gusto consigo misma. Rompió con todos los tabúes y la acogió como una parte muy importante de su vida. Hoy en día, a sus 82 años, sigue compartiendo esta experiencia en talleres de Bodysex. Betty rompió la censura que le imponía D a su perrito y se conectó con la energía sexual maravillosa que tenemos todos los seres humanos.

Coincido totalmente con ella en que una parte fundamental del conocimiento de nosotros mismos es desarrollar la mejor relación posible con nuestro deseo (sexual). Es, en mi opinión, lo que debería ser la esencia de la educación sexual, más allá de limitar esta al estudio detallado de la fisiología de los órganos sexuales o los métodos anticonceptivos. Es celebrar esa energía y comprender que está para unirnos de manera libre y espontánea con otras personas, no para someter a nadie para dejarla salir.

Aun cuando son victimarios, hoy tiendo a ver como víctimas de su represión sexual a todos estos violadores. Ya lo dice el budismo: una de las principales causas del sufrimiento son el ego y la ignorancia. Me pregunto si con una mejor relación sexual consigo mismos, con la conexión con su ser vital, cometerían estos actos.

5.

Limitar el #MeToo al abuso de los hombres hace invisible por tanto la parte más importante del problema. Por ejemplo, por la edad y el mismo prejuicio de género me imagino que habrá muchos jóvenes abusados por sus profesoras que no habrán denunciado de una manera similar a medida que aparecen más y más casos. Llegar al extremismo de Suecia, donde ahora será necesario firmar un documento en el cual se consienten las relaciones sexuales entre una pareja lleva un problema social por un camino absurdo e indeseado.

Si seguimos polarizando la sociedad según un conflicto inexistente de género estamos poniendo en peligro no solo la magia de las relaciones interpersonales sino la misma supervivencia de la especie. La larga tradición tántrica, al igual que los talleres de Dodson, pueden generar esa revolución sexual que dejaría atrás el abuso cometido por el deseo sexual reprimido. Es ensayar otro camino a Utópica, donde la educación y el autoconocimiento siguen siendo las claves principales.