Hoy, en la serie Misterios insondables, de esos del tipo ¿qué había antes del Big-bang? ¿existe Dios? ¿y la reencarnación? traemos el caso del primer lugar en su grupo de Colombia, al que llega luego de otra serie de eventos inexplicables.
Hasta el gol de Yerry Mina, actual goleador del equipo colombiano, tal parecía que el partido que había que ver para saber si Colombia iba a clasificar era el de Japón contra Polonia, máxime cuando anotaron los polacos para no irse con el tablero en cero puntos.
El primer tiempo senegalés fue casi perfecto: nos recordaron que el ritmo viene de África, sus delanteros bailaron varias veces a los defensas colombianos y mostraron una gran disciplina táctica. Solo les faltó el gol, en gran parte por David Ospina, que fue el jugador más exigido del equipo colombiano. Ya en el segundo tiempo llegué a pensar que estaban durmiendo a la mamba para terminar con un 0-0 favorable el partido.
Otro misterio insondable fue la sustitución de James a la media hora de juego. Sobre todo cuando Cuadrado dejó las bicicletas, los morteros y sacó a relucir el monociclo que tenía guardado, que no le funcionó ni una sola vez. Eso sí, hay que admirar su constancia, aunque bien podría ser llamada obstinación también. Cuando más necesitaba el equipo de James, que a estas alturas del campeonato es siempre, Pekerman tomó la decisión de remplazarlo por Muriel. Aquí es donde me encuentro con mis límites como analista aficionado de fútbol, porque escapa por completo a mi comprensión esta jugada del DT colombiano.
La mamba se despertó y en el único ataque efectivo colombiano sobre el arco senegalés llegó el gol de Yerry Mina: clasificados como primeros, a la espera probablemente del equipo belga. Las sensaciones no son tan buenas esta vez, pero ya está visto que en este mundial puede suceder cualquier cosa.
Conocí a dos hermanos senegaleses, Habib y Mamadou, en una noche blanca en Amsterdam. Con Habib encontramos la forma de quedarnos en el Concertgebouw para escuchar todo el set de jazz programado para la noche. Mamadou llegó más tarde y con él salimos a explorar la noche. Una vez me invitó a cenar a su casa en Amersfoort y preparó una noche de comida senegalesa. Más que los platos en sí, recuerdo que no utilizaban cubiertos, comimos todos de la mano de un plato hondo enorme común. Buena técnica para Mamadou, de casi 2 metros de alto por 1 de ancho, enorme. Era el más favorecido con el plato común, pues todo el mundo comía a su ritmo y él se llevaba tremendas porciones con su mano. No me sorprendió entonces que los jugadores colombianos se sintieran algo intimidados por el físico de los senegaleses, o que en el uno a uno perdieran casi siempre.
A Mamadou le comenté que uno de nuestros cantantes emblemáticos había compuesto una canción en senegalés. La escuchó y me dijo que no entendía nada, que eso era otro idioma. Una muestra más del genio del Joe, que no solo inventó su propio estilo musical, el tumbao para bailarlo sino hasta su propio idioma para cantarlo. Recordemos entonces esa inspiración senegalesa del Joe para decirles adiós del mundial a nuestros ancestros africanos: