Alucinante. Los Juegos Olímpicos vivieron ayer su momento Botticelli: el nacimiento de Mónica. La tenista boricua, que a principios de año no estaba ni entre las cien primeras de la WTA hizo un torneo de ensueño en el cual dejó en el camino a dos campeonas de grand slam: Garbiñe Muguruza y Petra Kvitová. La pregunta antes del partido era si podría continuar su gesta ante la actual número 2 del mundo, Angelique Kerber, vigente campeona del Abierto de Australia y subcampeona de Wimbledon, ambas finales jugadas nada más ni nada menos que contra Serena Williams.
Lo logró y de qué manera. Monica Puig hizo gala de un abanico de golpes contundente y exquisito a la vez: alternaba voleas una tras otra a las esquinas de la cancha para luego cambiar el ritmo y dejar drop shots con algodón. Fueron al menos cuatro las ocasiones en las que la misma Kerber aplaudió sus jugadas, en una muestra de deportividad muy bella de su parte.
Puig tuvo la medalla olímpica a tiro en el segundo set, pero Kerber demostró que no era una convidada de piedra, si bien para ese punto ya le había sucedido lo peor: no su dolor de espalda, sino que Puig con su día de eficaz gracia le había roto la moral. Kerber jugó todo el tercer set con lágrimas en sus ojos, llegó a exclamar Todo juega en mi contra. Esto en una mujer que ha jugado finales de Grand Slam. Su rostro hacía recordar el de Roger Federer ante una nueva derrota con Rafael Nadal, en la que se llegó a hablar de que sufría ya del Síndrome Nadal. Era conmovedor ver al tenista mallorquí consolando al suizo incontenible con sus lágrimas. La batalla épica de ayer también estuvo bañada en lágrimas: las de felicidad de Puig y las de frustración e impotencia de Kerber.
El 5-0 en el tercer set, la frescura en el cuerpo de Puig que decía que si el partido fuese a 5 sets ella no tendría ningún problema contrastaba con la lucha interior de Kerber por no derrumbarse y terminar el partido, algo totalmente insólito en una deportista alemana. Puig apenas cedió un juego, que no fue ninguna cortesía con Kerber, para ir por el Oro en el último con 5-1 a favor: Kerber tuvo hasta 6 bolas de quiebre por cuatro de medalla olímpica de Puig. Un partido épico que ya es parte de los anales del tennis.
La nueva campeona olímpica de 22 años dejó con su juego una declaración transparente: ha nacido una nueva estrella. Los aficionados al tennis tuvimos anoche la oportunidad de imaginar cómo fue ese momento mágico en el que Botticelli dio por terminada su obra: el nacimiento de Mónica Puig.
Sonó La Borinqueña por primera vez en unos Juegos Olímpicos. Cerremos esta entrada con otro de los himnos de Puerto Rico, ¡felicidades campeona!