De regreso a Florencia temía el reencuentro con el Neptuno de Ammannati, esa escultura que casi me noquea en la Plaza de la Señoría. Parqueamos en el Mercado Central y de ahí nos dirigimos a la plaza, con una parada para disfrutar del Duomo y la Torre de la Campana. A medida que nos acercábamos a la plaza empecé a sentirme nervioso. No tenía ni idea de cómo iría a reaccionar, si volvería a golpearme tan fuerte como lo hizo la primera vez. Le dije a F que si me caía no temiera en echarme agua en la cara. Apenas entramos a la plaza cerré los ojos y los abrí apenas escuché la carcajada de F: «¡Está en restauración». Ella dudaba bastante sobre mi historia; no la culpo, si yo mismo la escuchase pensaría lo mismo, pero los síntomas son reales. Me empecé a reír con ella: «Neptuno enjaulado», así no me hizo ni cosquillas.
Con cada respiración me sentía más ligero. Sabía que nuestro reencuentro quedaba pospuesto por lo menos un año más. Sin embargo, verlo tras las rejas me inspiraba el mismo respeto que un toro atrapado en un coso. Disfruté la tregua, pero igual me quedé con la duda de saber cómo voy a reaccionar la próxima vez que lo vea –y renovado.