Noche de invierno en Nueva York. Después de visitar las esculturas de Giacometti en el MET quise atravesar el Parque Central y caminar por The Village, con cierta nostalgia por recorrer los pasos de Poe por el barrio. Mi amiga C me recomendó tomar el bus para cruzar el parque porque caminar en la noche por él podría ser complicado. Le dije que correría el riesgo, pero apenas viera algo sospechoso tomaría una desviación. Bajé por la Quinta avenida, crucé la transversal 79 y me adentré en el parque.
A la entrada me recibió un cuervo, que me dio una mezcla de entusiasmo y escalofrío a la vez. Después cuando le conté mi historia a C me dijo que era imposible que hubiese sido un cuervo, pues habían abandonado Nueva York desde hacía casi un siglo: «De hecho se cree que Poe jamás vio un cuervo en toda su vida». Remató con un estabas alucinando cuando le dije que apenas pasé debajo de él me lanzó una nuez que tampoco supe interpretar si era una señal de advertencia o una invitación para jugar.
Seguí mi camino por el parque, el frío lo había despoblado de visitantes, veía algunos jóvenes con chaquetas inmensas, capuchones, calentándose con cigarrillos y música rap. Lo obvio me pareció que era tomar un desvío antes de pasar al lado de ellos, pero pensé que podría ser la trampa perfecta: su presencia obliga a un desvió por un camino cerrado donde esperan miembros del grupo a lado y lado. Así que pasé por su lado, creyendo que había superado una ingeniosa trampa letal. Metros después vi jóvenes haciendo competencias en patines y ahí sí preferí desviarme.
A pesar de que sé que tengo un sentido de orientación casi perfecto (cuando creo que debo girar a la derecha puedo estar casi seguro de que en realidad tengo que ir 135 grados a la izquierda), no sé de dónde me vino la confianza para creer que podría seguir una diagonal relativamente recta por el parque. Igual seguía caminando y disfrutando de una noche relativamente serena, donde apenas me parecía escuchar el vuelo remoto de algún pájaro solitario; descarté que fueran murciélagos, como sucede en el Vondelpark en Amsterdam.
Después de mucho caminar creí encontrar la salida. Mientras pensaba que lo había logrado, me llamó mucho la atención ver el Consulado de Francia de nuevo: «Qué excéntricos estos franceses, ¿por qué habrán duplicado la oficina a ambos lados del Parque Central?», pensé. Fue entonces cuando vi la señal de que estaba de nuevo en la Quinta avenida y me di cuenta de que había hecho una larga parábola. Escuché la voz de mi novia en ese tiempo que me decía: «¿Ves? Te lo dije, era mejor que cruzaras con el bus, ahora te va a tocar tomar un taxi porque ya está muy tarde», etc. etc., hasta que tuve una epifanía: estoy solo, nadie me espera, no hay nadie alrededor atacándome porque me he equivocado. Me sentí libre y supe que mi relación con ella había terminado. Escuché a lo lejos al cuervo decir Nevermore y seguí a la búsqueda de un nuevo destino.