La historia parece la trama de una de las primeras novelas del escritor griego Petros Márkaris. El protagonista se encuentra una hebra, un fleco que no cuadra en la escena, empieza a tirar de él y se termina topando con una madeja de corrupción que es más grande que el país entero. Cuando el ahora difunto Jorge Enrique Pizano empezó a investigar las primeras señales de corrupción en la Rutal del Sol II como parte de su trabajo de auditor, no tenía la más mínima sospecha del agujero negro que terminó cobrándose su vida y la de uno de sus hijos. Se necesitó que la justicia estadounidense se impusiera sobre la empresa gigante brasilera Odebrecht, con tentáculos en casi toda América Latina, para confirmar sus hallazgos como auditor de la firma.
Recién posesionado como presidente, Santos dio el diagnóstico más preciso del Estado colombiano: «Por donde quiera que uno toca sale pus». Un organismo carcomido por la corrupción donde ninguna institución pública se salva de ella. Ninguna. Es un estilo de vida y por lo tanto no hay trabajo más peligroso que ser controlador, veedor, contador o auditor de un contrato público: se termina haciendo parte del ajo o se renuncia al trabajo –si sobrevive para contarlo. (Sigue leyendo »»)