¿Por qué escribir? (4)

Anoche, mientras hacía trazos con tinta china, recordé, por enésima vez, uno de los trucos literarios más bellos que he leído, se encuentra en la séptima parte de La Veneciana, de Nabokov:


7.

Aquella noche, un poco después de la una, el viejo guarda, que trabajó anteriormente de ayuda de cámara para el padre del coronel, estaba dando su paseo habitual por los caminos del parque. Sabía perfectamente que su deber era puramente mecánico, ya que el lugar era absolutamente tranquilo. Invariablemente se acostaba a las ocho, el despertador saltaba con estrépito a la una, y el guarda (un anciano gigante con unas venerables patillas grises que, por cierto, eran siempre presa de los juegos de los niños) se despertaba, encendía la pipa, y gateaba hacia la noche. Una vez que había hecho la ronda del parque, de aquel parque tranquilo, volvía a su humilde cuarto, se desnudaba inmediatamente, y, vestido tan sólo con una camiseta imperecedera que hacía juego con sus patillas, volvía a la cama y dormía de un tirón hasta la mañana.

Aquella noche, sin embargo, el viejo guarda observó que algo no marchaba como de costumbre. Desde el parque observó que una de las ventanas del castillo estaba débilmente iluminada. Sabía con precisión absoluta que era la ventana del salón donde colgaban los valiosos cuadros. Como era un tipo sobremanera cobarde, trató de fingir que no había visto aquella luz extraña, y, con toda tranquilidad, decidió que aunque era su deber asegurar que no había ladrones en el parque, no tenía obligación alguna de cazar ladrones dentro de la casa. Y habiendo llegado a esa determinación, el viejo volvió a sus habitaciones con la conciencia tranquila —vivía en una pequeña casa de ladrillo junto al garaje—, y se quedó inmediatamente dormido como un niño pequeño, con un sueño que no hubiera turbado ni siquiera el rugido de un gran coche negro nuevo que alguien hubiera puesto en marcha a toda prisa, no sin antes haber encendido deliberadamente el silenciador.

Y así, este infeliz anciano inofensivo, como un ángel de la guarda, atraviesa momentáneamente esta narración para desvanecerse rápidamente en los brumosos dominios de los cuales le ha hecho venir hasta aquí el capricho de una pluma.


Poesía pura. En dos párrafos Nabokov dibuja al viejo guarda para guardarlo de nuevo en el tintero en el párrafo final. Esa es la magia de la escritura –o el escritor como mago. ¿Quién que haya visto a un mago en su infancia no cayó rendido a sus trucos? ¿Cómo lo hizo? Esta misma fascinación es la que nos lleva a explorar el mundo y, a quienes nos gusta escribir, a anotar todos esos trucos que nos regala la realidad: esta es la esencia del realismo mágico, no los elefantes que enhebran agujas o las vírgenes que ascienden al cielo. Escribir es compartir con otros esos personajes e historias que se encuentran en un tintero y que nos hace dibujar una pluma caprichosa.