Regalos anónimos

De las cosas que más gratamente sorprenden al viajero utópico en Amsterdam es la amplia gama de actividades artísticas que hay en la noche. Durante 5 años participé en el taller de escultura de los martes en la noche en MK24 y 1 año en el de cortometrajes de los sábados. Como estos cursos hay muchos y es una de las mejores actividades para conocer personas con afinidades similares a las de uno.

Hombre corriendo con estuche de violín

Hombre corriendo con estuche de violín

No es extraño entonces encontrarse con artistas aficionados que llevan carreras profesionales disímiles. Uno de los casos más famosos es el del neurocirujano que una noche de 1982 donó una de las esculturas más célebres de la ciudad, la del Hombre corriendo con estuche de violín (Rennende man met vioolkoffer), también conocida como Hombre corriendo a tomar el tranvía 10, que pasa en la Marnixstraat. Pocas personas sabemos quién es el artista y pues no queda más que respetar su deseo de anonimato. Una pista: es el autor de otro violinista famoso en la ciudad.

Desde entonces uno de los deseos más fuertes de cualquier artista aficionado es donar alguna obra de arte que se vuelva un referente casi tan mítico como la del violinista corriendo. Otro artista aficionado, químico de profesión, violinista, pianista y escultor aficionado hizo una escultura enorme en madera, con un volumen cercano a los dos metros cúbicos. Me la mostró en el jardín de su casa y me preguntó por algún lugar dónde ponerla en la ciudad. La verdad no me gustó mucho y no supe decirle dónde podría encajar. Le aconsejé que quizás en algún rincón del Amsterdamsebos.

A los pocos días me encontré con una foto de la escultura reseñada en Het Parool. Contaba que en la noche un artista anónimo había dejado una escultura masiva en la Marie Heinekenplein, uno de los puntos de encuentro de la vida nocturna de la ciudad, pero que la mayoría de la gente la consideraba horrible y había solicitado formalmente a la municipalidad que la retirara.

Tomé mi bicicleta y me fui a corroborar que era la misma escultura que había visto en el jardín del artista anónimo.

Era.

A pesar de ser bogotano no comparto la tendencia al schadenfreude que varias veces he escuchado sin pudor alguno. Cuando tuve que volver a visitarlo noté que aún no había llenado el vacío de la escultura en el jardín. Por supuesto no le pregunté que dónde estaba, guardé un discreto silencio y le pregunté en qué estaba trabajando ahora.

Noté algo de pesar en su respuesta. Uno de los rasgos que conserva nuestro niño interior es el placer de mostrar algo que se ha hecho y esperar la gratificación de la admiración o el aplauso. Toma madurez seguir cultivando ese mismo arte sin esperar aplausos a cambio, solo por el placer de hacerlo. Era obvio que él esperaba dejar una huella de su arte en la ciudad, como el hombre con el estuche del violín, y a cambio tenía que escuchar cómo la grúa de la Alcaldía se llevaba su obra con destino desconocido. En caso de reclamarla se exponía a una multa y a pagar los costos de la grúa. Ni modo de preguntarle qué iba a hacer, si recuperarla o darla por perdida.

Admiro y aprecio a las personas que cultivan una afición artística con pasión. Es en el fondo una expresión de su capacidad de amar. Creo también que ayuda a fortalecer el carácter. El artista anónimo recibía un golpe fuerte, su arte era despreciado, pero al ver su extensa obra estaba seguro de que se repondría.

Esta mañana me llegó la invitación para su siguiente exhibición en la galería de una amiga común. Iré, por supuesto.