Al ver las imágenes del Esmad en acción en Bogotá, su ataque a una marcha pacífica que clama más por medidas anticorrupción que por una reforma tributaria para que los trabajadores paguen la fiesta de los corruptos, me llegó también la imagen de esa tarde en que los trabajadores de las bananeras protestaban por motivos similares. Si son aterradores los gases lacrimógenos o las granadas aturdidoras, imaginemos el horror de masacrar toda una plaza a punta de ametralladora. Ni Tarantino se atreve con una imagen semejante.
Recuerdo cuando Marcelo Bucheli, un joven estudiante de economía que caminaba siempre con su morral sobrecargado de libros, me contó que estaba haciendo su tesis sobre la United Fruit Company y la masacre de las bananeras. Me pareció un interés anecdótico derivado de una lectura apasionada de Cien años de soledad. Nunca me puse a reflexionar en serio sobre cómo se llegó a esa masacre, qué pudo originarla. Nunca la estudiamos tampoco durante la carrera de Ciencia Política. Por ello quizás la senadora Cabal se atreve a negarla con argumentos procaces a más no poder. Por fortuna Marcelo siguió adelante con su investigación y hoy nos ayuda a descifrar la plutonomía colombiana.
En su libro Bananas and Business: The United Fruit Company in Colombia, 1899-2000, el doctor Bucheli plantea esta hipótesis de trabajo:
I believe the 1928 strike was not a revolutionary battle of the workers against the system but rather a fight to modernize existing labor relations. Analysis of the workers petitions for the strike, as well as their previous petitions, shows their concern for the lack of formal contracts between the company and them. These strikers were fighting for a modernization of unfair and backward labor relations –a fight that was certainly revolutionary but not in the sense some studies have suggested. United Fruit workers wanted to formalize their relationship with the company and be recognized as employees. There was revolutionary rhetoric among those who supported the strike, but there is nothing really revolutionary in the concessions for which the workers were asking. The “revolutionary” character of the strike was argued later by both the Left (they had martyrs in their struggle) and by the Right (the army’s open fire against the peaceful and unarmed strikers was “justified” as a battle in the global war against Communism).
Parece que fue ayer.
A esa masa de trabajadores de la UFC se le suman ahora cientos de miles de jóvenes que no quieren trabajar en las condiciones que plantea la reforma tributaria y laboral –una vez más. Hay que ver cómo la Constitución del 91 consigna el derecho a las protestas o manifestaciones públicas pacíficas y el Estado sigue con la misma dinámica que arrastra en las relaciones con los trabajadores y los ciudadanos en general desde su origen. El Esmad hace alarde de agentes vestidos como Robocop, mientras que los ciudadanos empoderados por la tecnología e Internet hacen visibles sus desmanes: las principales agencias de noticias del mundo resaltan cómo el Estado colombiano reprime con violencia la protesta pacífica en el país contra el paquetazo del presidente Duque.
Como buen utópico, entro en ebullición al imaginar que las nuevas generaciones sí lograrán estos cambios para el país. Al mismo tiempo recuerdo la cena la semana pasada con una amiga muy cercana al uribismo que me decía que colombianos chinitos en Miami estaban muy preocupados porque el salario mínimo en Colombia no fuera a subir demasiado –se pondría en peligro su propio sistema de bienestar: se volvería impagable el servicio doméstico, como sucede hoy en Europa, todo un horror, chinito. O la joven Epa Colombia destruyendo el bien público: ¿cuántas generaciones tendrán que pasar para comprender que el Estado existe para estar a su servicio, que no es ni debiera ser un enemigo, que esas cajas registradoras en verdad le pertenecen a ella y a todos los colombianos? Igual, esa masa de Ciénega se sigue expandiendo por todo el país. Quizás algún día…