Si te contara… ¿contra el psicoanálisis?

Ayer mientras caminaba por el parque escuchaba en mi cabeza las diferentes versiones de Si te contara. Aparte de mis limitaciones artísticas, me pregunté por qué no podría componer la letra de este bolero. Recordémosla:

Si tu supieras
mi sufrimiento
si te contara
la inmensa amargura
que llevo tan dentro
la triste historia
que noche tras noche
de dolor y pena
llena mi alma, surge en mi memoria
como una condena.

Si lo supieras, ¿te importaría?
si te dijera que en mí ya no queda
ni luz ni alegría
que tu recuerdo es el daño más fuerte
que me hago yo mismo por vivir soñando con
que tu regreses…
arrepentida.

Reconocí que desde que me acepté como monógamo serial he ido aprendiendo a cerrar ciclos, relaciones, y no anhelo que regresen, arrepentidas o no. Diría que me he vuelto más de la línea de Oscar D’León, de las dos primeras canciones de su álbum Comuniquémonos: la que le da el título al album (con énfasis en el coro: vamos a comunicarnos y cuerpo a cuerpo vibrar) y el himno oficial de los monógamos seriales: Con un amor se borra otro amor.

Escuchemos:

Soy, además, un monógamo serial optimista: confío en que mi relación actual será la que cierre el círculo (aceptando que la vida me puede mostrar que estoy equivocado).

Otra canción que le canta a ese retorno arrepentido, que me encanta también, es uno de los grandes éxitos de la Sonora Ponceña en la voz de Luisito Carrión, Yaré:

Me pregunté entonces qué tal que estos compositores hubieran sublimado su dolor mediante el psicoanálisis, ¿nos habríamos perdido de estas obras magistrales? Rilke le temía al psicoanálisis precisamente por esto, por drenar la fuente de su creación. Quizás el psicoanálisis sea el plan B de quienes no pueden tener la experiencia catártica a través de alguna expresión artística. Porque ahí está la clave: expresión vs. represión. En fin, es un tema inagotable.

Aún así, me llega con insistencia la biografía de Joan Miró, en especial esos años de juventud tan angustiosos, con ataques de locura que lo hacían agarrarse a cabezazos contra la pared. Encontró su cura a través del arte y del ejercicio físico: nadaba prácticamente todos los días y también practicaba boxeo, siempre con el temor o respeto a una recaída. No sé si con acierto o ironía alguien lo llamó el pintor del inconsciente. Su obra fue una de las primeras experiencias psicomágicas que viví. De paseo en Barcelona me encontré con un amigo que estaba en plena crisis de pareja, a punto de separarse. Tenía la ansiedad disparada y no paraba de hablar una y otra vez del momento difícil que estaba atravesando. Lo invité a que visitáramos el Museó de Miró. Después de dos horas, su ansiedad había cedido y disfrutaba de una paz interior que no había conocido en meses.

Cierro esta entrada con otra canción que llega al corazón y habla sobre ese amor perdido que vuelve, al que los monógamos seriales respondemos con un qué pena me da: