Este fue un verano feliz en parte porque me trajo tres senderos, las memorias de artistas que admiro y aprecio: Lluís Homar, Fernando de Szyszlo y Philip Glass. He querido escribir una entrada sobre los pasajes comunes que estos tres artistas comparten, pero no he encontrado el tiempo todavía. Hoy recibo una alerta diciendo que ha fallecido, a sus 92 años, el maestro Fernando de Szyszlo. Me invade la tristeza.
Conocí su obra por primera vez gracias a una exhibición en el Mambo. Recuerdo esa fiesta de rojos profundos, que años después pasarían a ser azules. Sentí la conexión con Alejandro Obregón y Rufino Tamayo y, por ende, con el corazón del arte precolombino. Como sucede con el buen arte, salí lleno de gozo gracias al placer estético que me regaló su obra. A cuanto amigo me encontré o llamé o me llamó le conté que era imperdible la experiencia. Empecé a seguir sus pasos y a coleccionar libros y artículos relacionados con él y su obra.
En Lima estuve cerca de conocerlo y visitar su estudio gracias a los contactos de M, pero desafortunadamente en ese momento se encontraba en su taller en Nueva York. Suena paradójico, pero fue un alivio que no estuviera, pues sentía que cualquier visita sería una interrupción a su ritmo creativo. Szyszlo, como Botero, pinta desde temprano y hasta que termina la luz del día. M quiso regalarme un cuadro de él, pero no pude aceptarlo, me pareció un regalo excesivo. Sí me hice a uno de tantos libros sobre su obra.
Cuando me enteré de la publicación de sus memorias me lancé a comprarlas y las devoré en un día. Varias cosas me impresionaron, sobre todo que quisiera dejar expresamente como legado su contribución al desarrollo del arte contemporáneo en Perú y América Latina (fue el primer pintor que expuso una obra de arte contemporáneo en Lima, hacia 1948). Sentí que había quedado en deuda con la dimensión estética de su obra. Esperaba que compartiera cómo fue su encuentro o descubrimiento de esos colores profundos que caracterizan su obra. Sí habló de algunas técnicas que utiliza para lograr esa profundidad, pero poco más. En lo que no se quedó corto fue en hablar de la conexión espiritual con su particular mundo creativo; tanto que se reconoció como agnóstico: «La pintura es el encuentro de la materia con lo sagrado».
Me gustó también confirmar su conexión con Rufino Tamayo; de hecho, cuando vio su obra en París se replanteó por completo el camino que habría de tomar la suya, y que tuvo una amistad entrañable con Obregón, con quien en efecto compartió varios elementos en común. Como dice C., nadie sale impune luego de ver la obra de Tamayo.
El arte precolombino tiene una fuerza y magia potentes que regala a todos quienes lo aprecian. La primera vez que vi una foto de De Szyszlo me sorprendió que su rostro tuviera aire precolombinos también. Falleció junto a su esposa Liliana Yábar, que contribuyó con un capítulo en el libro de memorias del maestro, de 96 años. Compartieron 29 años juntos.
Como con todos los grandes artistas, solo queda darle las gracias: Gracias por compartir tanta belleza, Maestro.